“¡A la derecha! ¡No te muevas! ¡Déjala ahí!” 

Así le gritaba a papi cuando se trepaba en el techo de mi casa en Cidra a arreglar la antena de televisión que había sustituido el gancho de ropa. En mi casa el cable TV llegó en mi adolescencia. 

Crecí, por lo tanto, viendo y disfrutando la programación local. Me bajaba corriendo de la guagua escolar para prender la TV en los únicos canales disponibles: 2, 4, 6 y 9. Parecían más que suficientes en aquel entonces. Nada de Discovery Kids, Nickelodeon o Disney Channel. Un “Cámara por favor” de Pacheco en blanco y negro o los ejercicios musicales del Tío Nobel lo resolvían todo. 

En el fin de semana “Chícola y la ganga”, mi favorito Cochino Basurón o Titi Sandra con Dagmarita, Loubrielito y el pollito Yito. Más adelante “Qué Angelitos” se convirtió en mi favorito y pasó un tiempo antes de enterarme que “Carrusel” y “El Chavo” eran producciones mexicanas. 

Bailé con “Party Time”, decía a coro con Superpán “levadura, levadura, dame musculatura dura dura”, me quedaba congelada como Bejuco y repetía todas las frases de “Con lo que cuenta este país”. Guardé hasta hace poco una cadena con el  “charm” de “Súper Sábados” y siempre soñé con ganarme el cofre de los $3,000.

De vez en cuando me conectaba los sábados a la lucha libre y llegué a ir a la cancha bajo techo a una de sus carteleras.

Lloré con nuestras novelas, siendo mi favorita “Coralito”. “La Pensión de Doña Tere”, “Qué Vacilón”, “Sunshine’s Café” y “No te Duermas” se encargaron de hacerme reír con ese humor de pueblo que nos daba siempre de qué hablar. 

 Se me quedan muchos otros buenos programas que de una u otra forma fueron parte de mi vida, como lo han sido de la mayoría de los puertorriqueños. Fui y soy una fanática de la televisión puertorriqueña, disfruto de su oferta y recuerdo con nostalgia los programas de antaño. Me hacen recordar buenos momentos en el cuarto de mis padres, donde nos íbamos todos a ver televisión.

Nuestra televisión cumple 60 años y tenemos mucho que celebrar y agradecer. En mi caso agradezco por partida doble, pues me la he disfrutado como espectadora y ahora tengo el privilegio de ser parte de ella. 

La experiencia me da la oportunidad de valorar aún más el gran legado que le han dejado al País los forjadores de nuestra televisión, a los que hemos conocido por la pantalla, pero también a los que laboran detrás de ella en el área técnica, ejecutiva y de producción, entre otras importantes labores. Gracias a ellos hoy existe un taller que le permite a mi generación ganarse la vida haciendo lo que tanto nos gusta y apasiona. 

En tiempos en los que la televisión local cada vez tiene más retos y competencia, el mejor homenaje que podemos hacerle aquellos que en ella trabajamos es aportar todo nuestro esfuerzo y empeño para lograr cada día un mejor producto. El televidente, por su parte, proporcionarnos como recompensa  su audiencia y fiel patrocinio.