Los días de juegos o “field days” son siempre actividades memorables.  A las madres y a los padres nos dan más mariposas en el estómago que a los mismos muchachos. 

El pasado jueves mi hijo se levantó tempranito pidiendo que lo vistiera de inmediato con los colores anaranjado y blanco distintivos de su grupo. 

Se puso una  gorrita tipo visera de “foam” y se montó en la guagua con la ilusión dibujada en su rostro que tan feliz nos hace, pero que también nos asusta pues no queremos que nada ni nadie se la interrumpa.

 En el camino ensayaba la canción tema del evento: “Un milagro de amor”.  Mirándolo por el retrovisor recordaba cuán diferente era la letra de los coritos que yo gritaba en Cidra:

“¡Vellón, peseta los de Cidra se respetan!” o “¡Las escaleras son de tomate para que el otro suba y se mate!”, entre otros. El repertorio era amplio y variado y en mi caso -dada la falta de talento atlético- encontré en los coritos el refugio ideal. 

Al grupo de niñas “agitadoras” siempre se nos unía alguna de las madres que vestida igual que nosotras nos ayudaba a cantar. Casi siempre su hijo era de los mejores atletas. La diferencia era que mientras nosotras lo hacíamos para divertirnos, la señora lo cogía en serio. 

Marchábamos desde la escuela hasta el parque de pelota. Allí se marcaban las distancias y carriles con cal. Además de las carreras tradicionales, teníamos la carretilla, el huevo, el biberón con refresco y mi favorita, la del saco. No me destaqué en ninguna competencia, solo gritando en las gradas. 

Ahh, como olvidar el privilegio de haber desfilado como reina de mi grupo con la faldita y la cinta escrita con pega blanca y brillo. Debo reconocer que era fanática de la presa de “muslo y cadera” frita y el conito de papas que se vendía en la cantina. Era todo una experiencia que aún recuerdo con alegría.  

Así debe ser, los días de juego deben procurar dar alternativas de disfrute a todos los niños. Para lograrlo deben alejarse  lo más posible de la competencia cruda y permitir la participación de todos los niños en igualdad de condiciones. Reconocer el esfuerzo y promover el disfrute de todos los niños, independientemente de su nivel de destrezas atléticas. Para orientarnos hacia esta actitud nos enseñan que lo importante “no es ganar, sino competir”. Aprendí en casa con uno de los más que sabe, Fufi Santori, que incluso esa aseveración se queda corta cuando se trata de niños: “Lo importante no es ganar, ni competir, es compartir”, dice él con razón. 

Agraciadamente eso fue lo que pasó en el día de juegos el pasado jueves, un compartir bonito que permitió la alegría entre todos los niños. No había vencedores ni vencidos, todos salieron de la cancha con la misma sonrisa con la que entraron. Todos con la misma cinta de participación colocada en sus camisas, cada cual con alguna razón por la cual celebrar.