La noticia de la muerte del talentoso stylist Willie Rosado me ha tocado muy de cerca. Me unía a él una gran amistad y, por circunstancias de la vida, me tocó estar a su lado y el de su madre durante los momentos finales. Doña Mirza nunca le soltó la mano. Como buena guerrera, siempre le acompañó en las buenas y en las malas y fue la única  testigo de su último suspiro. Nada tiene que reprocharse. Todo lo contrario, hizo todo cuanto pudo en favor de su hijo y me consta el enorme amor y agradecimiento que por ella sentía Wilito. 

Muchos se han preguntado, sobre todo en las redes sociales, sobre Wilito, quién era y el porqué tantos artistas y personalidades de los medios de comunicación (Deddie Romero, Olga Tañón, Stella Nolasco, entre otras) le han expresado su pésame. Wilito era una de esas muchas estrellas tras bastidores que laboran día a día para hacer posible que artistas y comunicadores podamos llevar alegría a través de la televisión y otros medios. 

Los que salimos frente a las cámaras no somos los únicos, ni tampoco necesariamente los más importantes. Sin el trabajo de los técnicos, ingenieros, libretistas, personal administrativo, maquillistas, utileros, estilistas, entre otros, no hay show; nada puede lograrse. Willito era uno de estos obreros y, por cierto, uno de los stylists más talentosos del País. 

Desde el anonimato, sin que la gente les reconozca ni aplauda, seres como Willito echan el resto diariamente para ganarse la vida haciendo quedar bien a otros. Se convierten en nuestros amigos y confidentes. Dan la milla extra y se desviven por hacer un trabajo de excelencia, sin importar que, en la mayoría de los casos, no reciban la remuneración que merecen. Asimismo, son amigos fieles, de los que nunca faltan y dan la cara cuando las cosas no salen bien.

 A todos esos obreros anónimos, los que como Wilito ya no están con nosotros y los que día a día laboran sin descanso tras bastidores, aprovecho la ocasión para mostrarles mis respetos, que estoy segura comparten mis demás compañeros de los medios, quienes estimamos como un gran privilegio estar frente a las cámaras.

Siempre que ocurren estas pérdidas resulta inevitable pensar en la fragilidad de la vida y también en la necesidad de vivir cada momento a plenitud. Nunca se sabe cuándo nos toca o cuándo le toca el turno a un ser querido o amigo. Hay que aprovechar cada momento al máximo y evitar lo más posible las diferencias y peleas con quienes queremos.

Que, al igual que doña Mirza en el lecho de muerte de su hijo, podamos -cuando nos toque estar en su lugar- aliviar nuestro dolor con la satisfacción del deber cumplido.