El viernes en el programa de televisión conocí a Verónica Colón Jiménez, la joven pepiniana gerente de un Burger King que se ganó la admiración de todo nuestro pueblo al devolver un maletín con $20,000 en efectivo y cheques. 

Y no era que no le hicieran falta, todo lo contrario. Esa cantidad de dinero le viene bien a cualquiera. Me cuenta que nunca dudó sobre cuál era la decisión correcta, llamó a la Policía y de inmediato entregó lo que no le pertenecía. Jamás pensó que un acto tan sencillo, que ella entendió normal, fuera a llamar la atención de todo el País.

“Lo que más alegría me dio fue la llamada de mi papá, quien llorando me dejó saber lo orgulloso que se sentía. También mi mamá me llamó para felicitarme”, me dijo Verónica. 

Ella atribuye su natural reacción a lo que aprendió desde chiquita en su hogar de la mano de sus padres. Sin dudas, tenemos hambre de ver esa cara buena de nuestro pueblo. Fue importante el despliegue y la proyección que logró la noticia en los medios, pues la historia sirvió de base para la enseñanza de valores a nuestros hijos. 

Disfruté mucho ese programa y pensé que llegaría contenta a mi casa, pues no imaginé que me encontraría en el pasillo con el otro lado de la moneda. 

La compañera Charito Fraticelli, de Telenoticias, me pidió detenerme para saludar a una dama que quería darme un mensaje. Me alegró mucho saber que su hermano me tenía alta estima y que era un fiel seguidor de nuestro programa en las noches. Lo duro y desgarrador fue saber que su hermano era el transeúnte que perdió la vida a manos de una desalmada, quien luego de arrollarlo con su vehículo se dio a la fuga sin brindarle ayuda.

Al abrazarla pude sentir su dolor. Pude escuchar el lamento de quien todavía no logra comprender el porqué tuvo que pasarle esto a su querido hermano. 

No se trata del lamentable accidente, pues a cualquiera puede sucederle. Es su reacción al encontrarse de frente con la tragedia de otro ser humano. El no inmutarse en asistir a quien por una negligencia suya luchaba por salvar su vida. 

Cuán distinta esta cara a la de la gerente del “fast food” que acababa de conocer. Una solidaria y cálida, la otra egoísta y fría. Una que valora el llanto de orgullo de su padre; la otra que menosprecia las lágrimas de dolor de toda una familia. 

El ser humano tiene la capacidad de albergar sentimientos opuestos. De amar y odiar, crear o destruir. Inevitable no sacudirnos cuando conocemos historias en cualquiera de los extremos. De una nos enorgullecemos y de la otra nos abochornamos; de todas aprendemos. 

Día intenso aquel, una montaña rusa emocional. Tenemos que seguir trabajando, cada cual desde donde le toca, para que sean más las buenas caras. Aprovechar cualquier ocasión para enseñarles buenos valores a nuestros hijos, de forma tal que sea la buena cara de nuestro país la que aflore cuando la vida se los requiera.