La Mamá del Año”. Así fue bautizada por algunos medios de comunicación Toya Graham, la madre que fue grabada mientras golpeaba a su hijo por participar en una protesta violenta en la ciudad de Baltimore. 

Cuenta la señora que cuando vio a su hijo cruzando la calle con una máscara puesta simplemente perdió el control, y olvidando las cámaras y la gente presente comenzó a increparle por su comportamiento. 

Aunque considero exagerado el calificativo de “Madre del Año”, y no respaldo ningún tipo de violencia en el proceso de crianza, no se puede negar que la mayoría de las reacciones a la acción de la madre han sido favorables. 

En vez de guardar silencio y sacar a su hijo del área de peligro sin que fuera visto, decidió propinarle un montón de palmetazos y darle una lección pública. Como ella dijo, “esperanzada en que su hijo comprenda la seriedad de lo que estaba pasando”. 

Este vídeo me llevó a recordar que cuando nuestros padres y abuelos hablan en las reuniones familiares sobre la forma en que fueron criados, siempre sale a relucir la manera en que los sometían a la obediencia. Es típico que en reacción a algún cuento donde se diga que alguien se portó mal o hizo alguna travesura afirmen que eso no pasaba en sus tiempos porque le daban “un buen pescozón a tiempo”. 

Ahora uno se ríe escuchando los cuentos y recordamos también cuando fuimos sazona’os con la dosis de los padres. Muchos eran más extremos y a la hora de disciplinar sacaban el “fuete”. La tan comentada varita de guayaba por las pantorrillas. Los cocotazos parecidos al golpe que siempre don Ramón le daba al Chavo. Las correas y chancletazos en la casa y las reglas y yardas en la escuela utilizados como amansaguapos. Por último el arma secreta, la más temida por quien escribe, la que de tan solo mencionarla me bajaba una lágrima y pedía clemencia: el halón de patillas, ¡noooooo! 

Nuestros padres y abuelos saben que los tiempos cambiaron y que las formas de disciplinar de ayer son imposibles hoy. Así que cuando hablan de la efectividad del “fuete” se refieren a que la indisciplina tenga consecuencias.

Quienes estamos criando hoy enfrentamos enormes retos. La nueva tecnología y el acceso directo a la información hacen necesaria una relación distinta a la que nuestros abuelos tuvieron. Lo que no debe cambiar es asegurar que cada acto tenga consecuencia. Que lo bueno se premie y lo malo se señale. No hay que sacar la “varita de guayaba” ni dar “fuete”, pero sí asegurar que nuestros hijos comprendan que el mal comportamiento tiene consecuencias en la vida. 

En casa eliminamos actividades que disfrutan y quitamos juegos electrónicos, y además eliminamos galletitas, bizcochos y el juguito de china con zanahoria. Aprovechamos la ocasión para expresarles cómo debieron haberse comportado y lo que papá y mamá esperan de ellos. Cada cual a su forma, pues criar es un asunto muy personal, pero ante un mal comportamiento no debemos nunca hacernos de la vista larga.