KISSIMMEE, Florida – Liz Marie Ayala está desvelada desde ayer pegada a las noticias que anuncian que un poderosísimo huracán rozará la Isla, y le aviva su ansiedad el saber que su familia, que está en Ponce, vive en un predio entre dos ríos que pudieran desbordarse.

“Llamé a mis padres para que se vayan, pero no quieren. La gente en Puerto Rico está sobre confiada diciendo que no va a venir y por ahí viene José detrás”, dijo. Al momento José es una tormenta, pero tiene potencial de convertirse en huracán y algunos modelos la ponen muy cerca de la Isla.

La  joven acababa de comprar agua embotellada de un supermercado en el sector de Buena Ventura  Lakes en Kissimmee, un área ocupada predominantemente de puertorriqueños. Se quejó por haber pagado $7.99 por un paquete de agua embotellada que suele costar poco más de tres dólares. Mostró el recibo de compra. “Me la llevé pues ya no se consigue agua y tengo que prepararme”, dijo la joven.

“Los de Houston, Texas no pensaban que iban a estar como están hoy”, agregó al explicar por qué también se apertrechaba de víveres desde temprano aun cuando no es categórico que el poderoso meteoro Irma afectará la totalidad de la Florida. Al momento, algunos modelos indican que el sur de este estado podría sentir el impacto del huracán, pero otros sugieren que el fenómeno pudiera girar y azotarlo de sur a norte.

Irma es un huracán categoría cinco cuya intensidad y poderosa fuerza mantienen en vilo aún a los meteorólogos. Hace 15 años que la Isla no siente el embate de un meteoro mayor. Antes de Irma, fue azotado por un categoría cinco -huracán San Felipe, el 13 de septiembre de 1928. Cruzó Puerto Rico de sureste a noroeste con vientos de 160 millas por hora y ha sido hasta ahora el más grande y desastroso que ha afectado Borinquen.

La panadería Piocco’s Chicken en esta comunidad estaba repleta pasado el mediodía ayer. El cantadito boricua se imponía en ocasiones como el sonido de muchas aguas.  “Van a estar allá muchos meses sin electricidad”, dijo Miguel Fontánez, dueño del establecimiento, mientras despachaba un pastelillo de guayaba rebosante de azúcar en polvo.

En una mesa más atrás estaba Maritza Martínez junto a su madre, doña Delia Ortiz de 73 años. Sus vacaciones en esta zona debían terminar hoy miércoles, pero la aerolínea le avisó ayer que su vuelo a San Juan estaba cancelado debido al huracán. Tuvieron que hacer arreglos para extender su estadía en el hotel donde han pernoctado con los consabidos impactos no planificados en el presupuesto. A eso se le suma la angustia de no saber qué ocurrirá con su familia y propiedades en Salinas.

“Cuando el huracán Hugo (1989) yo perdí toda mi casa y este es mucho más fuerte”, dijo doña Delia. Su casa está en el Barrio Coco en Salinas, un área inundable. Se estima que más de 600,000 personas viven en áreas inundables en Puerto Rico.

El huracán era el tema en cada mesa incentivado por las noticias en un televisor que cada rato repetía la noticia del fenómeno natural. La conversación se mezclaba con el olor a pan recién horneado y al café que ya comenzaban a colar allí.

“Yo ni me puedo imaginar un categoría 5”, dijo Migdalia Torres quien se mudó a Kissimmee hace cuatro años para que su esposo, Ramón Merced, recibiera un tratamiento contra el cáncer. También completaron ayer sus abastos de alimentos y agua en caso de que el huracán afecta esta zona central. “Por suerte, cuando la luz se va aquí, viene rápido. No es como en Puerto Rico, agregó.

Hace 30 años que Jesús Díaz, un veterano de Corea y natural de Orocovis, vive aquí. “Puerto Rico está pasando por algo económico duro, y ahora con este cantazo o nos reconciliamos con Dios o no hay marcha atrás”, dijo el hombre de 86 años.