Juan Rodríguez tiene 80 años. No es un ejecutivo, ni un “riquito”, sino un hombre natural de Naranjito que hizo su vida en la industria de la aguja por 35 años; 10 años en la empresa privada Intermares y luego laboró unos 15 años para la Universidad de Puerto Rico, hasta que se retiró.

A lo largo de su vida, compró residencias y, cuando tenía la oportunidad, vendía y compraba otra mejor. Finalmente, terminó vendiendo una casa en Torrimar y compró un apartamento, que afortunadamente está saldo.

Todo iba bien y, un día, en el 2010, vio que las cosas estaban apretadas y era el momento de invertir. Decidió poner su dinero, $100 mil en total, en bonos de Puerto Rico, “donde tenía puesta mi esperanza”. Después de todo, “pagaban más intereses que los bancos”.

Relacionadas

Eso fue por los tiempos del exgobernador Luis Fortuño. Luego, llegó la debacle y en el 2013 don Juan cayó presa, como miles de inversionistas locales, del desplome económico.

“Estaban trabajando muy bien, me estaban dando unos intereses nítidos, pero de momento empezamos a sufrir. Eso era mi retiro, ya no tengo prácticamente nada. Ellos, por los últimos 15 años de trabajo, me dan una cantidad de retiro ínfima, pero sí estaba bien con los intereses de los bonos… estaba cubierto”.

“Estábamos asustados. Ese sacrificio que uno hace para echar para adelante y estar asegurando el retiro, echar adelante a la familia, no solamente uno sino ayudar a los hijos, y parte de ese dinero era para ellos. Y ver esa pérdida, el sacrificio de una vida… se nos va y sin poder hacer nada, porque ellos (el gobierno) son los que deciden por el dinero de uno”.

Ha perdido prácticamente todo y no tiene forma de sacar del banco el resto, porque no hay quien compre bonos locales y no quiere perder más. “Yo creía que no iba a tener problemas. A base de eso hice la inversión, yo no tenía experiencia en eso de estar en la bolsa y realmente para mí fue una sorpresa, porque yo vivía de mis intereses, pero nunca pensé que iba a llegar al punto en que llegó. Eso siguió para atrás y para atrás”, lamentó don Juan.

“Me estoy resolviendo con un presupuesto especial. Con ese dinero cubría la luz, el agua, los teléfonos y parte de los gastos ordinarios”, enumeró. “Con el Seguro Social y los intereses de los bonos me acomodaba, pero ahora no me está cuadrando. Ya no es como antes; usaba parte de ese dinero para actividades y compras que uno hace, pero ahora es para vivir, y apreta’o. Bien apreta’o”, agregó. 

Prefiere mantener la fe a deprimirse

Teresa Román (nombre ficticio) dedicó su vida a ahorrar. Desde pequeña, sus padres le instaron a guardar su dinero y su mamá, en particular, le inculcó que fuera independiente y no se debiera a ningún hombre para defender su futuro.

Tan hondo caló en Teresa el mensaje que, desde su primer trabajito, comenzó a guardar en los “christmas club” que ofrecían los bancos y, al llegar el día, en vez de gastar el dinero en regalos lo guardaba en una cooperativa.

En un momento, tras cumplir 53 años, decidió retirarse y vivir de los intereses. La situación era cómoda y podía hacerlo y dedicarse a otras pasiones, como el servicio voluntario y cuidar de su madre. Sus inversiones eran unos $650 mil. Cada mes, recibía cerca de $2,000 en intereses y eso le daba para vivir, aparte del alquiler del apartamento. Ya casada, decidió hacerlo por capitulaciones y tanto su esposo como ella llevan cuentas separadas.

“Tengo bonos de todo tipo, desde los mejores hasta los peorcitos”, dijo la inversionista boricua. “Ahora, en enero, me dio por chequear y vi cuánto había perdido… me dio mucha rabia, mucha frustración conmigo misma”, confesó.

De lo que invirtió originalmente le queda como la tercera parte y todavía tiene fe en que volverá a ver su dinero, porque es lo único que tiene. Sus cuentas, que pagaba sola con orgullo, tuvo que pasárselas a su esposo porque no puede afrontarlas.

“He tenido que reducir un montón de gastos y ahora vivo con $1,000 al mes. O sea, la mitad… he tenido que adaptarme. Ese era mi dinero de retiro, ese era mi futuro. Siento que me robaron mi futuro”, dijo con una mezcla de rabia y resignación.

Teresa confía en que el grupo Bonistas del Patio logre hacerle justicia, no solo a ella sino “a tantas viejitas, a esas viudas que pusieron todo y ahora no tienen nada y dependen de que sus hijos las ayuden. Eso no es justo. No es lo que uno planificó”, concluyó.