Como si hubiera estudiado en la misma escuela que el ex representante José Luis Rivera Guerra, el alcalde de Arecibo, Carlos Molina, no vio nada malo en inaugurar un parque acuático sin los permisos necesarios y con una “conexión irregular del servicio de agua” o, lo que llaman por ahí cuando es un ciudadano cualquiera, un pillo de agua.

En el caso de Molina, como el agua fue medida, a lo que hizo se le llama arrimo. Algo así como colocar un tubo desde una casa a la residencia de un vecino y de ahí se coge el agua que suple el hogar. Para quien no lo sepa y crea que Molina es un ejemplo de cómo se deben hacer las cosas, el reglamento de la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados lo prohibe y multa a quien no lo cumple.

¿Por qué la prisa en inaugurar el parque acuático si no tenía los permisos al día? Pues eso lo sabrá él, pero parece que es un síndrome que padecen muchos funcionarios y funcionarias.

La contralora Yesmín Valdivieso Galib dijo que los alcaldes, en general, “tienen la mala costumbre de inaugurar las obras antes de tener todos los permisos”.

En época de elecciones eso se entiende. No se justifica, pero se entiende el empeño en tratar de que parezca que se ha hecho mucho, esté o no completado, se haya hecho o no. Pero Molina apenas lleva siete meses. En teoría, tiene tiempo para terminar algunas cosas, aunque sea pasar un trimmer y recoger escombros.

A lo mejor la prisa del siempre recordado ex secretario de Corrección que creía que Jayuya era un pueblo que empezaba con “G” fue la cercanía del fin del verano y, con eso, el inicio de las clases. Es probable que lo que quería Molina era que los estudiantes se refrescaran del calor con los chorritos de agua que venían del parque vecino.

“Estoy sumamente contento porque pudimos inaugurar exitosamente el Arecibo Water Park”, había dicho, orgulloso, cuando empezó a salpicar el agua potable en la atracción del pueblo costero.

Dos semanas después el orgullo se convirtió en coraje cuando se descubrió, y fue portada en Primera Hora, que había turbidez en el agua del parque.

Ahora tiene que pagar una multa y el municipio será auditado, un mal rato en el mes en que debería soplar las velitas del bizcocho porque, con o sin parque, está de cumpleaños.

¡Felicidades, alcalde!