En el lado del mundo donde vivimos, los gatos son mascotas muy queridas y, aun quienes no les tienen mucha simpatía, probablemente serían incapaces de hacerlos en fricasé. Pero, en lugares del continente asiático y en África, cuando un gato llega a la cocina es porque será servido en la mesa.

Las razones, según el investigador Raymond Czaja, son múltiples y no necesariamente es porque saben ricos. Sí puede ser por preferencia, pero también por superstición o porque no hay otra fuente de proteína animal.

Se estima, de acuerdo con la reseña del estudio de Czaja en el portal Science Daily, que en Asia se consumen cuatro millones de gatos anualmente.

Los gatos han sido de todo, desde deidades hasta símbolos de estatus. También controladores de plagas y “demonios”. Su consumo, aunque conocido, es poco estudiado. Por eso Czaja decidió profundizar en la práctica de comer gatos en Madagascar, una isla en el océano Índico.

La inestabilidad económica de la región, el aumento en la población y la pobreza extrema han convertido a los gatos en fuente de alimento. En Madagascar abundan y tienen pocos depredadores.

Seleccionados al azar, 512 ciudadanos de Madagascar fueron interrogados sobre sus hábitos de consumo de carne para evaluar la seguridad alimentaria. El 34 por ciento dijo que había comido gato, pero ninguno indicó que era su plato favorito. La mayoría se había comido el gato de la casa porque estaba viejo o gordo; un gran por ciento se había comido a un felino atrapado y unos pocos se habían almorzado a un gato atropellado en la carretera.

Aunque el consumo de gato provee una buena fuente de proteína en dietas deficientes, tiene implicaciones para la salud pública. Consumir un gato muerto de la carretera, por ejemplo, es peligroso por la posibilidad de enfermedades parasitarias. Los gatos también son anfitriones del parásito de la toxoplasmosis, una enfermedad mortal para pacientes de VIH.