RIO DE JANEIRO. En una habitación pequeña y mal pintada de verde llamada “el bunker”, Lucas dos Santos da Cruz, de 18 años, y sus amigos repasan rimas en sus cabezas. 

Pronto competirán en batallas de rap en una plaza mal iluminada de Ciudad de Dios, una de las favelas más conocidas y violentas de Río de Janeiro. Para los jóvenes, el rap es una vía para expresar su frustración con la violencia que impregna su vida a diario. 

Chicas asisten a una competencia de rap.

"Ciudad de Dios es como una pequeña Siria y hay un inminente riesgo de muerte”, dijo Cruz, peinado al estilo rastafari. "Lo que hacemos aquí es la resistencia". 

Para ver como los residentes abordan el aumento de la violencia en las favelas de Río, un equipo de The Associated Press pasó ocho días con dos familias en Ciudad de Dios, que se hizo famosa por una película homónima nominada al Oscar en 2002. A solo unos kilómetros (millas) del Parque Olímpico que acogió los Juegos Olímpicos de 2016, la favela ofrece pocos servicios gubernamentales y las balaceras entre policía y narcotraficantes fuertemente armados son habituales. 

Aunque muchos adolescentes participan en batallas de rap para gestionar el estrés que les produce la violencia, otros lo hacen aprendiendo a tocar un instrumento musical, bailando capoeira o asistiendo a clases de preparación para la universidad en un centro comunitario. Otros crean arte o intentan ayudar a los más desfavorecidos con actividades como cocinar comidas que se ofrecen gratis. 

Los empleados del centro no cobran desde hace tres meses, una situación común para miles de trabajadores de las agencias estatales de Río. Las instalaciones siguen abiertas gracias al extraordinario esfuerzo de los voluntarios, que creen que cerrarlo sería un golpe devastador. 

Isabela Maia, de 10 años, se pone nerviosa cuando su madre hace que ella y su hermana de dos años entren en casa durante una balacera. Su válvula de escape es aprender a tocar el violín. 

"La música me calma", dijo Maia, que practica cada tarde después de hacer las tareas de la escuela. 

"La música me calma", dijo Maia.

Robson Luiz de Mendonca, de 46 años, sabe de primera mano cómo la vida en la favela puede consumir a los seres queridos. Su hijo de 24 años murió en enero por problemas pulmonares tras varios años de adicción al crack. 

"Los residentes de Ciudad de Dios tienen ansia: ansia por una identidad, ansia por dignidad, ansia por acciones reales, pero (el gobierno) no hace nada", lamentó Mendonca, que es conocido en el vecindario como MC Mingau gracias a su afición por el rap y a las clases que imparte de breakdance. 

Anayde dos Santos Muñiz, de 84 años, sostiene en su mano dos balas que, según cuenta, impactaron en su casa, cerca de su cama, recientemente. Cantar, pintar y componer poemas y canciones son sus vías de escape frente a la violencia. 

Esta mujer que pinta y canta sostiene dos balas que impactaron su casa.

"No cambiaría Ciudad de Dios por ningún otro sitio", señaló Muñiz, que fue una de las primeras personas que se trasladó a la favela en la década de 1960. "Vengo del sufrimiento, vengo del lodo". 

"Me siento como un prisionero en el barrio"

Almir Arruda salió deprisa en su bicicleta para cruzar la favela de Ciudad de Dios, en Río de Janeiro, cuando supo que había un tiroteo entre narcotraficantes y policías cerca de la escuela infantil de su hija de cuatro años. 

Arruda, de 43 años, un obrero de la construcción desempleado, llegó a la escuela infantil de su hija para encontrarse a niños y maestros en el suelo para resguardarse de los disparos que seguían oyéndose cerca. Recogió a su hija Jamile, que se veía aterrada, y ambos se alejaron unas cuadras en la bicicleta hasta que Arruda se detuvo para esperar a que terminara la balacera, y se deshizo en lágrimas. 

“No me importa si me dan, pero ¿y si le dan a ella?”, dijo entre lágrimas sobre las balas perdidas. “Me siento como un prisionero en el barrio”. 

En medio de un brusco aumento de la violencia en las favelas, millones de vecinos de Río sufren un estrés diario similar al de una zona de guerra. 

Traficantes fuertemente armados luchan por el control de muchos barrios miseria y las violentas operaciones policiales contribuyen a la cifra de muertes y a la sensación de miedo. En 2016 murieron 920 personas durante redadas policiales o patrullas en el estado de Río, más del doble que en 2013, según el Instituto de Seguridad Pública de Río. Y la cifra de este año ha subido casi un 60% respecto al año anterior. 

Durante su estancia, el equipo de AP vio a niños, algunos muy pequeños, hablando sobre la violencia en sus comunidades, a madres que obligaban a sus hijos a ponerse a cubierto durante las patrullas policiales y a un hombre que se recuperaba tras ser baleado. 

El rugido de las armas se oía con frecuencia, haciendo que la gente interrumpiera sus actividades cuando creían que una escaramuza estaba especialmente cerca.