Buenos Aires - Rimas directas y sin pelos en la lengua es la estrategia del joven argentino Pablo Javier Carballo para dar batalla, a golpe de rap, e implicar a los usuarios del metro de Buenos Aires en la erradicación del trabajo infantil que todavía está enquistado en la rutina del Cono Sur latinoamericano.

Hora punta de un día cualquiera. Carballo se sube a un vagón y con la única ayuda de un micrófono y un pequeño altavoz, da rienda suelta a su arte y empieza a rapear.

Al principio nadie se inmuta pero, poco a poco, sus punzantes letras dirigidas de forma muy clara a quienes le acompañan en este trayecto empiezan a despertar el interés de los viajeros.

A sus 34 años, el músico lleva dos defendiendo los intereses de los pequeños que piden y venden diferentes productos en la línea D del subterráneo de Buenos Aires, la cual conecta la zona norte de la capital con el centro porteño y constituye la de mayor poder adquisitivo de la ciudad.

"Cuando me subo al subte (metro) le empiezo a contar a la gente que cuando vea a chicos, no les dé monedas. Mírelo, reconózcalo como un chico y en ese momento se va sentir como un adulto. Y si uno es adulto le tiene que salir de forma natural protegerlo", explicó a Efe este artista callejero cuyo objetivo es "generar un grado de consciencia" en la sociedad y que esta situación se deje de permitir pasivamente.

Lo hace porque él mismo padeció el horror de la explotación infantil y la imposibilidad de defenderse; por eso, tras hablar con diversas entidades; con policías y fiscales, y obtener siempre la misma respuesta: "No se puede hacer nada"; su música fue la única herramienta con la que logró empezar a tomar cartas en el asunto.

Enfrentarse "a sus propios temores" y "sentimientos" es lo único que necesita para inspirarse este anónimo que siempre habla de sus tres vidas: la del joven perdido sin familia en la que apoyarse, la del hombre casado y propietario de diversas fábricas, y la tercera, en la que -ya en capital- superó un cáncer de colon que hizo que se relativizara su umbral de riesgo y comenzase a defender lo que considera realmente importante.

Una tarea difícil con la que este activista musical se ganó numerosos enemigos, especialmente entre las mafias que obligan a estos pequeños a trabajar, y se saldó con algunos dientes y huesos rotos.

si o si hay que seguir fomentando No a la explotación infantil

Posted by Mírame a la cara on Friday, April 15, 2016

"Cuando yo hablo del tema parece que soy el loco, que estoy mal, equivocado, quieren cagarme a piñas (puñetazos) porque yo peleo contra la explotación infantil y los otros están pelando para tener un sueldo todos los meses", remarcó Carballo.

"Vos hablás, defendete", asegura que es una de las frases que ha escuchado por parte de algún policía mientras otros le increpaban, y lamenta que esas sean las mismas personas que, en teoría, deberían proteger a los más pequeños, amparados en la ley 26,390 que condena el trabajo infantil y que, pese a estar vigente, "no se ejecuta".

El rapero acude diariamente a su cita durante dos o tres horas. Eso es lo que le deja su cuerpo y la economía, ya que cuanto más tiempo está, más dinero genera, y Carballo quiere mantenerse "al límite de lo real".

"Tengo agujeros en las zapatillas y no tendría necesidad pero en realidad yo estoy viviendo a la par de lo que estoy defendiendo", enfatizó este hombre que dejó su trabajo para dedicar el 100% de su tiempo a luchar contra la explotación infantil desde abajo, sacando a la ciudadanía de su zona de confort para hacer visible una problemática que afecta en Argentina al 7% de los niños de entre 5 y 15 años, según las últimas mediciones publicadas por Unicef.

Carballo recordó que al principio se enfadaba cuando los viajeros del metro se acercaban para darle dinero. Al final comprendió que la gente sólo quiere devolverle de alguna forma lo que hace.

Una especie de gratificación que le reporta diariamente unos 600 o 700 pesos (40-47 dólares) y que re-invierte en subsistir y ayudar a los demás.

"Es plata que me dieron, es plata para dar", confiesa tajante.

Con todo ello ahora quiere llevar adelante su proyecto "Mírame a la cara", una ONG sin fines de lucro a la que desea que se sumen psicólogos, abogados o profesores. Gente, en definitiva, que tenga la "capacidad de ayudar" y "enfrentar la situación".