Las comunidades de descendientes de esclavos africanos en Brasil, en particular las que todavía existen en el rico y poblado estado de Sao Paulo, encaran el mundo moderno sin olvidar un pasado cultural que perdura a pesar de las transformaciones de la sociedad brasileña.

La historia de los quilombos, que en portugués significa "lugar escondido", se remonta siglos atrás a la época de la colonización portuguesa, en la que miles de esclavos africanos fueron llevados a los centros urbanos y las grandes plantaciones agrícolas lejos de la costa atlántica brasileña, de ese litoral al que arribaron.

Algunos esclavos sublevados conseguían huir del yugo de sus amos portugueses y se refugiaron con sus familias en zonas de sierra en lugares remotos, de difícil acceso, que con el pasar de los años dieron origen a las comunidades quilombolas, muchas de ellas resistentes a desaparecer y aferradas a sus tradiciones.

El estado de Sao Paulo, en el sureste de Brasil, que con más de 40 millones de habitantes es el más poblado y rico del país, debe su progreso también a la fuerza negra, primero de los esclavos y después de esa misma raza que conquistó un espacio en la identidad, dejando huella con artistas, deportistas y personajes del cotidiano.

En el extremo sur de Sao Paulo, casi en el límite con el frío y agrícola estado de Paraná y en una zona que destaca por el turismo ecológico, debido a su riqueza de parques naturales, cataratas, ríos y grutas, se encuentra una de las principales concentraciones de quilombos de la región.

El municipio de Eldorado, a 250 kilómetros de Sao Paulo, la capital del Estado homónimo, y que como la mayoría de ciudades paulistas tiene una historia vinculada a los inmigrantes italianos, concentra un importante grupo de las 28 comunidades quilombolas de la región, que juntas suman unos 5.000 habitantes.

Los quilombos de Eldorado surgieron en la segunda mitad del siglo XIX y su población aumentó con la abolición de la esclavitud, como relató la líder de la comunidad de Galvao, Jovita Forquim, bisnieta del patriarca Bernardo Forquim, un esclavo rebelde que fundó varias de las comunidades.

Jovita, una mulata de 70 años y quien ya ganó en la capital del país, Brasilia, un concurso de contadores de historias, evocó a su bisabuelo, que tuvo 24 hijos con varias mujeres, que fueron fundadores junto con sus descendientes de los quilombos de Eldorado.

Esas comunidades concentran su actividad económica en la producción agrícola, en particular de frutas como la banana y el aguacate; en el cultivo de ostras y el turismo ecológico, con posadas, restaurantes y deportes radicales.

"Son comunidades ejemplo de preservación y de respeto a las tradiciones y al modo de vida de su propia historia y a la memoria de sus antepasados", declaró a Efe María Ignez Maricondi, de la Fundación Instituto de Tierras del Estado de Sao Paulo.

Maricondi explicó que el Gobierno busca atender a los quilombos con programas de vivienda popular, salud y educación.

La comunidad André Lopes, por ejemplo, fue la primera en contar con una escuela quilombola, en la que el contenido académico fue adecuado a los orígenes de sus pobladores, y pronto será inaugurada también una escuela técnica proyectada para la agroecología.

El Gobierno regional, además, trabaja en la legalización de los títulos de propiedad de las tierras habitadas por las comunidades quilombolas, que pese a ocuparlas durante generaciones a menudo todavía carecen del papel que las hace legalmente suyas.