Hace apenas algunos meses, William Holbert era un asesino serial que se atrevió a confesar sus crímenes e intentó convencer a la justicia de que estaba arrepentido. 

“No voy a reparar nada, pero ofrezco disculpas”, manifestó el estadounidense —vestido con camisa y corbata— a inicios de año. El “Salvaje Bill”, como también se le conoce, volvió a atraer la atención de la prensa este lunes, cuando fue condenado por un tribunal provincial de Panamá a 47 años y un mes de prisión por el asesinato y robo de cinco compatriotas en una paradisiaca zona turística del Caribe panameño. 

El Ministerio Público de Panamá informó en un comunicado el veredicto, que impone igualmente una condena de 26 años a la expareja de Holbert, Laura Reese, por complicidad, en un inédito caso de asesinatos en serie que conmocionó a la nación centroamericana y que golpeó la imagen turística de Bocas del Toro, lugar de retiro para muchos repatriados estadounidenses, donde sucedieron los macabros hechos. 

La abogada de Holbert, Claudia Alvarado, dijo que “no eran los años que esperaba la defensa”, en declaraciones a medios locales en la provincia de Chiriquí, al occidente y fronteriza con Costa Rica, donde se dio el fallo y la expareja está encarcelada. Ellos serían notificados de la sentencia en los próximos días. 

Treintañeros y oriundos de Carolina del Norte, Holbert y Reese fueron acusados de matar en el lapso de 2007-2010 a los cinco estadounidenses con el fin de hacerse de propiedades de las víctimas en ese archipiélago, según las investigaciones. 

“El móvil de los crímenes tenía como objetivo apropiarse del patrimonio económico de estas personas”, señaló el Ministerio Público, al tiempo en que expresó su conformidad con la sentencia. 

Todo comenzó a fines de la década pasada: Holbert y su mujer, que ya tenían antecedentes en su país de suplantar identidades para cometer estafas, llegaron a Bocas del Toro después de pasar un tiempo en la vecina Costa Rica. Las islas bocatoreñas atraen a muchos turistas y repatriados estadounidenses, que se instalan en esa región con islitas de aguas prístinas para vivir y montar negocios, como pequeños hostales y restaurantes. 

Fue en esa coyuntura en que conoció a los que serían sus futuras víctimas: de acuerdo con el Ministerio Público, Holbert era el cerebro de todo. Planificó fríamente encuentros con esas personas para hablar de tratos y negocios. Sin embargo, este hombre, dado a las juergas, aprovechaba para engañar y matar a los estadounidenses a fin de asegurarse de sus negocios. Y lo hacía a punto de disparos. 

La primera alarma se dio a comienzos de 2010: alguien denunció la desaparición de Cherryl Linda Hugues, cuyo cuerpo fue encontrado enterrado en una finca de Holbert, quien intentó esconder el crimen colocando basura sobre la fosa. 

Luego se fueron conociendo los otros asesinatos, que ocurrieron en las mismas circunstancias, los de tres miembros de una familia integrada por Michael Brown, su esposa Manchittha y su hijo Watson, y la de Bo Barry Icelar, registrados en 2007 y 2009, respectivamente. 

Al aflorar el caso de la desaparición de Hugues, la pareja intentó huir a través de Centroamérica y a fines de julio de 2010 fue detenida con pasaportes holandeses por las autoridades de Nicaragua en un punto fronterizo con Costa Rica. Los estadounidenses fueron devueltos inmediatamente a Panamá. 

En medio de las investigaciones, Holbert intentó llamar la atención y convencer a las autoridades de que estaba arrepentido. Con el ingreso a la cárcel, Holbet se transformó: bajó de peso, se cortó el cabello y se convirtió en un preso más. Además se desligó sentimentalmente de Reese, se enamoró de una panameña y abrió una cuenta en Facebook. 

Nunca se comprobó, pero algunos medios locales señalaron que Holbert procreó un hijo en la cárcel. 

En enero, y a varios meses del juicio, Holbert ofreció disculpas a todos, pero su acto de contrición no logró frenar el castigo de los jueces.