Berlín.— El perfil que ha surgido de Andreas Lubitz, copiloto del avión siniestrado de Germanwings, se vuelve cada vez más desconcertante.

En las horas posteriores a que el vuelo 9525 impactara contra los Alpes franceses hace dos semanas, Lubitz era reconocido como una de las 150 víctimas del inexplicable desastre. Dos días después era el principal sospechoso de un acto incomprensible.

Ahora, fiscales franceses y alemanes tienen pocas dudas de que el hombre de 27 años estrelló de manera intencional el Airbus A320 contra la ladera de la montaña, matando a todos a bordo, y existe evidencia cada vez más fuerte de que sus acciones no fueron el resultado de una decisión de segundos, sino de varios días de planeación.

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Las revelaciones han generado preguntas sobre quien sabía qué, cuándo, y si pudo haber sido detenido. Setenta y dos de los pasajeros del vuelo —que iba de Barcelona a Dusseldorf— eran ciudadanos alemanes.

Los investigadores han armado un rompecabezas de Lubitz analizando su voz y registros de vuelo encontrados en el lugar del accidente, indagando en sus residencias en Dusseldorf y Montabaur, y entrevistando a familiares, amigos, colegas y médicos.

Hasta ahora, esto es lo que han encontrado:

Registros médicos demuestran que antes de que obtuviera su licencia de piloto, Lubitz sufrió de depresión, y los médicos registraron "tendencias suicidas". Esto lo obligó a ausentarse varios meses de su entrenamiento como piloto. Lufthansa ha dicho que Lubitz informó a la escuela de vuelo de la aerolínea a su regreso en 2009 que experimentó un episodio de "depresión severa". Pero Germanwings, filial de Lufthansa a la que se unió Lubitz en 2013, dijo que no sabía nada de eso. Ambas aerolíneas señalan que Lubitz aprobó todas las pruebas médicas y los médicos señalaron que estaba apto para volar el día del desastre.

 En los meses previos al choque, Lubitz buscó ayuda de varios médicos, entre ellos especialistas en el hospital de la Universidad de Dusseldorf. El hospital rechazó confirmar los reportes de que Lubitz experimentaba problemas de visión, pero confirmaron que había asistido para realizarse pruebas. Los fiscales de Dusseldorf subrayan que no hay evidencias de que tuviera algún padecimiento físico.

 En la semana previa al desastre, Lubitz investigó en internet métodos para suicidarse, así como los elementos de seguridad en la puerta de la cabina. Las reglas de seguridad presentadas tras los ataques terroristas del 11 de septiembre permiten que alguien en la cabina niegue el acceso a personas ajenas.

 Poco después del despegue desde Barcelona el 24 de marzo, Lubitz se ofreció a tomar el control del vuelo cuando el piloto fue al baño. Al no poder abrir la puerta al regresar, el piloto suplicó a Lubitz que lo dejará entrar. El copiloto lo ignoró y aceleró el avión en repetidas ocasiones antes de estrellarlo contra las montañas cerca del poblado de Le Vernet.

Como los pilotos son responsables de la vida de más de 10 millones de pasajeros diarios en todo el mundo, la idea de que uno de ellos albergue un oscuro deseo de lastimarse a sí mismo y a los demás ha generado un desconcierto generalizado.

"Una falla técnica, un acto terrorista, un desastre natural o un error humano, ninguna de esas cosas hubiera sido tan alarmante", escribió el semanario alemán Der Spiegel en su edición más reciente.