París. Marine Le Pen ha llevado al Frente Nacional desde un estatus marginal al centro de la atención política francesa, y se ha convertido en una verdadera aspirante a ser la primera mujer presidenta de Francia y en su primera líder de extrema derecha desde la Segunda Guerra Mundial.

Desde que tomó las riendas en el 2011, Le Pen ha tratado de librar al partido de la imagen antisemita que adquirió bajo los casi 40 años de liderazgo de su padre, el ex soldado paracaidista Jean-Marie Le Pen.

Madre de tres hijos y dos veces divorciada, ha colocado al partido como una fuerza antiinmigración y euroescéptica que ofrece políticas proteccionistas para salvaguardar a los trabajadores franceses de la globalización.

Los sondeos han mostrado consistentemente a Le Pen como una de las favoritas para superar la primera ronda del 23 de abril y disputar la segunda vuelta del 7 de mayo.

Eso sería un paso más allá desde su primer intento en el 2012, cuando no llegó a la segunda ronda, e igualaría el logro de su padre, que llegó a la vuelta definitiva en el 2002, cuando perdió abrumadoramente frente al conservador Jacques Chirac.

Aunque las encuestas apuntan a que la joven Le Pen también perdería en el desempate, las cifras sugieren una batalla mucho más reñida esta vez.

Un resultado fuerte para una candidata que quiere un referéndum sobre la membresía de Francia a la Unión Europea podría inquietar a los mercados financieros, preocupados por la perspectiva de otra sacudida después de que los británicos votaron a favor de abandonar al bloque el año pasado.

Con su característica voz grave, la política de 48 años nunca duda en discutir con periodistas o rivales en los debates televisados, mientras arremete contra los estamentos convencionales.

Sus planes para abandonar el euro y obligar al banco central francés a financiar el gasto estatal siguen siendo profundamente poco ortodoxos, pero ella dice que sus políticas económicas están más en sintonía con el sentimiento antiglobalización que impulsó a Donald Trump a la Casa Blanca y estimuló el voto británico a favor del Brexit el año pasado.

La ex abogada es una admiradora del presidente ruso, Vladimir Putin, que le concedió una audiencia en el Kremlin en marzo