Frente a miles de espectadores en una fortaleza militar de piedra, el Inca levanta un inmenso vaso dorado lleno de un brebaje de maíz fermentado y rinde homenaje a su padre el Sol en la fiesta más grande de los Andes. 

Los rituales del Inti Raymi, o fiesta del sol en lengua quechua, se realizan desde Ecuador hasta Bolivia pasando por Perú en los pueblos que hace medio milenio formaban parte del imperio Inca. En Ecuador los danzantes bajan desde sus aldeas por caminos de tierra hasta la plaza central de Cotacachi, mientras en Bolivia en el pueblo arqueológico prehispánico de Tiwanaku miles de creyentes se levantan bajo la creencia de que esos rayos llegan cargados de renovada energía cósmica. 

En Cusco, la capital del imperio Inca, el espectáculo reúne a 750 actores y más de 100.000 espectadores. 

Unos 3.000 turistas que pagan más de 160 dólares por una butaca pueden ver el espectáculo a pocos metros del escenario y retratarse con los actores antes del inicio de la función, pero decenas de miles de cusqueños de habla quechua así como otros visitantes que no cuentan con el dinero o les parece muy costoso observan gratis la escenificación desde tres altas colinas lejanas que están separadas de la fortaleza por una extensa cinta roja y resguardada por policías con perros. 

“El dinero es el rey, esta es la perfecta descripción de la escalera del dinero”, dijo Adam Rose, un estadounidense de Los Ángeles, mientras miraba el espectáculo desde el cerro. Muy cerca Armando Luis-Martínez, un biólogo mexicano, comentó “esto es clasismo, esto es muy latinoamericano, pero a pesar del caos los peruanos son muy tranquilos, en México ya se hubiese hecho un desmadre, ya hubiese habido protestas”. 

Más tarde, cuando el Inca echó a los vientos la bebida de maíz fermentado para brindar con la tierra rodeado de su séquito real, las reacciones en las tribunas privilegiadas fue en gran parte de admiración. “Esto es demasiado hermoso, los incas eran gente muy inteligente”, afirmó Jeane Heap, una jubilada inglesa que venía por primera vez a Perú. 

Pese a la prohibición de la fiesta por los invasores españoles a fines del siglo XVI, el ritual se mantuvo de forma clandestina y reapareció en 1944 por iniciativa de varios artistas cusqueños quienes la reconstruyeron basados en relatos históricos. 

“En el mundo andino el primer día del año es el solsticio de invierno”, dijo dos días antes Alvin Vergara, un guía que explicaba el significado del Inti Raymi a un grupo de turistas en el templo del Sol llamado Coricancha. Vergara comentó que en este periodo los incas recordaban que el dios Sol los miraba desde el cielo y volvía a nacer para empezar un nuevo ciclo anual que impulsaba la fertilidad de la tierra y las cosechas. 

Los expertos afirman que de acuerdo con los relatos históricos del cronista mestizo peruano Gomes Suárez de Figueroa, la ceremonia siempre fue majestuosa. Desde los cuatro extremos del imperio -que ahora se ubican en partes de Ecuador, Bolivia, Argentina y Chile- llegaban los líderes regionales vestidos con adornos de oro y plata entonando cantos y danzas. 

El evento detiene cada año a la ciudad por casi una semana y en la escenificación participan diversos integrantes de la estratificada sociedad cusqueña del siglo XXI, incluidos obreros, burócratas, empresarios, universitarios e incluso un batallón de más de 200 soldados del ejército que provienen de las zonas rurales de Cusco.