Nonthaburi - Un ring de boxeo para golpear la incomprensión, un abogado con preservativos en el maletín o una barra de baile con karaoke forman parte de un pequeño museo a las afueras de Bangkok que busca concienciar al visitante sobre los derechos de las trabajadoras del sexo.

"Las trabajadoras del sexo de todo el mundo deberían estar protegidas, por eso en países como Tailandia reclamamos que no se criminalice a las personas que ejercen el oficio", comenta a Efe Chantawipa Apisuk, directora de la Fundación Empower.

Esta ONG fue creada hace más de 30 años con el objetivo de aportar visibilidad a las trabajadoras de la industria sexual de Tailandia y liderar la lucha por los derechos de este sector.

"Da igual que sean democráticos, designados o militares. Todos los gobiernos las marginan", señala Apisuk, sobre el desamparo de las empleadas de esta industria que mueve en el país unos 6,400 millones de dólares al año, según Havocspote, portal especializado en datos sobre el mercado negro.

Para proseguir con la reivindicación, Empower abrirá de manera gratuita a partir de agosto la entrada al museo, instalado en el segundo piso de la oficina que la fundación tiene en la provincia de Nonthaburi, al norte de la capital tailandesa.

El trueque de mercancías a cambio de sexo existe en Tailandia desde hace siglos, recuerda a la entrada de la sala un pintura donde mercantes chinos llegan al país con un cargamento de arroz.

"Unos 15 kilos de arroz eran el pago por un servicio sexual", señala la tailandesa, mientras muestra un cubo de madera que data de 1680 donde se medía la cantidad de cereal.

No obstante, el punto de inflexión para el desarrollo de la industria del sexo en Tailandia fue con la llegada de los militares estadounidenses a varias bases desperdigadas por el país asiático durante la Guerra de Vietnam.

Una barra de bar decorada con luces de neón y carteles de los años 60, una máquina de karaoke en lenguaje japonés, una bañera justo a una cama y muchas clases, tipos y tamaños de preservativos, son parte de la exposición, para reflejar la continua "evolución" del sector, comenta la activista.

En la actualidad, la industria emplea, conforme a los datos de Havocspote, a más de 250,000 personas en los lupanares del país.

"Muchas trabajadoras llegan de países vecinos como Birmania, Laos o Camboya. Algunas se quedan y otras recorren Tailandia como tránsito hacia Malasia o Singapur. Por lo que el número de trabajadoras del sexo podría llegar al medio millón", apunta la directora de Empower.

Más de un centenar de muñecas, llamadas "Kumjing" y que representan a aquellas inmigrantes indocumentadas atrapadas por las mafias que rigen las mancebías, vigilan el museo a la espera de cumplir su sueño de recorrer el mundo.

"Las trabajadoras del sexo se encuentran con muchos problemas en su vida diaria. Asuntos banales para el resto de personas como aplicar por una tarjeta de crédito, es imposible para ellas", afirma Apisuk al reclamar "avances sociales" y la regularización de la prostitución en el mercado laboral.

"Ni hablar de tener el pasaporte en regla y poder lograr un visado", prosigue.

A mediados de julio, el Ministerio tailandés de Turismo anunció una campaña de las autoridades para tratar de cerrar los numerosos barrios rojos asentados a lo largo de la metrópoli tailandesa, aunque ha día de hoy no han ejecutado la orden.

Previo al anuncio, una redada policial contra uno de los enormes prostíbulos que se asientan en el norte de la capital acabó con la detención de cientos de trabajadoras de la casa de lenocinio.

Durante la intervención las autoridades encontraron documentos, filtrados a los medios, donde se documenta los sobornos realizados por los propietarios del local a los distintos cuerpos policiales.

"El Gobierno tiene que mirar por la seguridad de las trabajadoras del sexo, no castigarlas. En muchos casos incluso ponerlas a salvo de los abusos de las autoridades, quienes muchas veces entran de incógnito a los burdeles, mantienen relaciones sexuales y al pagar los servicios arrestan a las trabajadoras", sentencia Apisuk.