SAN MIGUEL LOS LOTES, Guatemala.- El 3 de junio amaneció como un domingo cualquiera en la aldea de San Miguel Los Lotes, donde los vecinos se dedicaban a sus tareas habituales.

Al atravesar el caserío, uno imagina varones jugando al fútbol, madres calentando tortillas en un comal, abuelos mirando televisión, jóvenes recorriendo las calles de tierra en bicicleta y niños ayudando a tender la ropa antes de la lluvia estacional de la tarde.

Elmer Vázquez recorría las parcelas de su jardín cuando escuchó la primera explosión del Volcán de Fuego a la 1 de la tarde. A esa hora, su esposa estaría en casa preparando el almuerzo y los niños también, haciendo sus tareas escolares para el lunes.

Pero un muro colosal de ceniza caliente que descendía por la montaña puso fin a todo eso; Vázquez trató en vano de regresar a su casa.

Una ola de cenizas calientes, rocas y escombros cubrió rápidamente el caserío y creó una escena de muerte y desesperación.

Sin embargo, algunos rastros de esa serena mañana dominical quedaron congelados en el tiempo debajo del manto gris.

En una casa, una sartén y una espátula están sobre la cocina, ahora cubiertos de cenizas.

Los restos de un típico desayuno en la Guatemala rural _una canasta de tortillas, un tazón de frijoles, jarras de café_ están sobre la mesa, todo cubierto de grumosa ceniza volcánica.

Una bicicleta, un camión, un ventilador, sillas, refrigeradores, un horno, todos enterrados bajo las cenizas, que en algunos casos alcanzan los tres metros de profundidad. En otros lugares, por ejemplo el interior de casas más protegidas, el manto de cenizas alcanza de un par de centímetros a una veintena.

Los rastros de los habitantes _un cepillo para dientes, plantas en canastos colgantes_ son testimonios de gente que no volverá.