Carnot, República Centroafricana.- Los padres de Ibrahim Adamou acababan de ser masacrados frente a él. El pequeño de 7 años no estaba seguro de si alguno de sus cinco hermanos había sobrevivido el ataque de milicianos cristianos que dispararon contra su familia de pastores mientras marchaban a pie.

El niño sólo atinó a salir corriendo.

Recorrió 100 kilómetros (60 millas) solo y descalzo, en las que durmió debajo de árboles bananeros de noche y seguía los senderos de día, sin saber dónde iba y sin nada para alimentarse.

Finalmente encontró a soldados de las fuerzas de paz, los cuales le dieron algunas galletas y le indicaron el camino de Carnot, donde una escuela católica daba refugio a unos 800 musulmanes, incluso de su misma etnia peul. Con la ayuda de un cristiano en motocicleta que arriesgó la vida llevándolo, Ibrahim llegó a la iglesia el lunes temprano.

"Cuando llegamos a un puesto de control, los milicianos le dijeron al hombre 'Deja aquí al niño y lo mataremos''', recordó el pequeño. "Pero el hombre les dijo 'Si lo quieren matar a él, me tienen que matar también a mí', y entonces nos dejaron pasar".

Lo que es aún más notable sobre la experiencia de Ibrahim es que hay en Carnot por lo menos otros seis niños menores de 10 años con versiones casi idénticas. A medida que crece la violencia antimusulmana en el sudoeste de la República Centroafricana, los niños parecen en muchos casos ser los únicos sobrevivientes.

Los peul son una comunidad nómada de pastores en el oeste y el centro del África. Suelen viajar grandes distancias a pie, un hábito que probablemente permitió a estos niños hacer solos el viaje.

Muchos, al igual que la familia de Ibrahim, fueron atacados cuando huían al oeste de la violencia desencadenada a principios de mes. Los sobrevivientes apenas están llegando a Carnot.

"Lamentablemente después de huir llegaron a un lugar donde también había estallado la violencia", dijo Dramane Kone, coordinador del proyecto en Carnot del grupo activista Médicos Sin Fronteras, que ha tratado a algunos de los niños por desnutrición.

El hombre de la motocicleta ocultó a Ibrahim en su casa durante varios días antes de llevar al niño a la iglesia. Veintenas de campesinos peul escucharon las noticias que traía el pequeño.

Sentado sobre una banca afuera de la vivienda del sacerdote, con sus delgadas piernas demasiado cortas como para tocar el piso, Ibrahim parecía confundido por la atención que concitaba.

Los otros refugiados le dieron las monedas que tenían con el fin de que pudiera pagarle a alguien para que le cocine en la misión. El sacerdote dijo que podía quedarse todo el tiempo que quisiera.

Alrededor de las 10:30 de una noche reciente, un soldado camerunés de mantenimiento de la paz llamó a la puerta de la iglesia para despertar a los sacerdotes. Una niñita musulmana que no sabía su edad había aparecido en el centro del pueblo, descalza y asustada.

La pequeña Habiba, de unos 7 años, dijo en un susurro a uno de los sacerdotes que los milicianos habían matado a sus padres y sus hermanos. Su aldea estaba a más de 80 kilómetros (50 millas) a pie.

El domingo, justo antes de la misa, otros cuatro niños llegaron a la iglesia. Uno de ellos lloraba desconsoladamente apoyado en un árbol mientras los otros tres pequeños trataban de consolarlo.

Nourou, de 10 años, dijo que pasó dos días oculto protegido por cristianos, que después lo llevaron a la iglesia. Tenía un ojo lastimado en un ataque.

A su lado estaba otro niño peul de nombre Ahamat, de unos 8 años. No supo decir durante cuántos días había estado caminando. Los hombres musulmanes le preguntaron el nombre de su pueblo y se quedaron asombrados. Estaba a 300 kilómetros (190 millas).