A los 14 años se convirtió en un malicioso y temido líder de gánster que controlaban varios puntos de drogas del área metropolitana, y se le atribuyen al menos una docena de asesinatos. Era un zafio y escurridizo criminal que fue admirado por maleantes parecidos a él y que, por años, mantuvo en jaque a las autoridades estatales y federales como uno de los más buscados. Pero hoy, tras un turbio pasado protagonizado por la maldad, la vida del notorio Alexander Capó Carrillo, alias “Alex Trujillo”, está cimentada en otra dirección, al convertirse en un predicador del evangelio para otros criminales similares al hombre violento que una vez fue.

Así lo testificó el propio “Alex Trujillo” mediante una entrevista para una iglesia en Guaynabo, que es transmitida desde este pasado domingo en el programa radial Vida plena por la Mega (106.9 FM) que conduce el pastor y vicepresidente de SBS Puerto Rico, Edgardo Aubray.

A modo de testimonio, y durante seis semanas, el convicto de 28 años habló vía telefónica desde la cárcel Jesup, en Georgia, de sus “demonios” y esa “batalla entre el bien y el mal” que lo llevó a convertirse a la religión.

Alex fue sentenciado en el foro federal a 20 años de cárcel por cargos de conspiración para distribuir sustancias controladas utilizando un arma. A nivel estatal, fue condenado a 35 años por un cargo de asesinato que nunca cumplirá en las cárceles de la Isla porque el acuerdo para declararse culpable incluyó que la condena fuera concurrente con la pena federal.

Contrario a lo que muchos puedan pensar, Alex Trujillo hizo claro que, a diferencia de muchos delincuentes, su niñez fue “muy bonita”.

“Yo vivía en una urbanización privada... mis papás siempre me pagaron buenos colegios (adventistas y bautistas), trataron de darme todo lo posible para que fuera un hombre de provecho y con valores”, comienza el diálogo que se llevó a cabo por periodos de 15 minutos –el tiempo que le permiten hablar las autoridades carcelarias–.

Aclaró también que tuvo una base religiosa y que desde chamaco “sentía ese deseo de buscar de Dios”, pero el no comprender el evangelio hizo que “el enemigo” comenzara a levantar “fortalezas” negativas en él. Fue entonces cuando recordó que esos primeros signos de violencia los mostró con la afición que sentía, entre los ocho y 10 años, por las películas de acción, de mafia y de gánsters. “Recuerdo también que me gustaban las revistas que tenían armas”, dijo el segundo de tres hijos de Luis Alberto Capó y Carmen Aida Carrillo.

Fue a los 12 años, mientras para otros niños de su edad todavía era una prioridad jugar béisbol o básquet, que Alex Trujillo empezó a descarrilarse hacia un “mundo de tinieblas”.

“Empecé a pasarme con un primo mío que vivía en un residencial, me llevaba el four track y, cuando vine a ver, empecé a correrlo con todos los que mandaban en el caserío. Me fui involucrando en ese mundo sin saber que me rodeaba el peligro... a ellos les gustaba pasarse conmigo porque yo era bien callado”, dijo.

Precisamente, esos “atributos” de chico reservado y “buena gente” le merecieron su primera gran posición en el bajo mundo.

“Recuerdo que a los 14 años me regalaron un punto (de drogas)... yo no empecé tirando ni nada. Me regalaron un punto y pegué a conocer ese mundo”, rememoró quien se impresionó sobremanera por el dinero sucio que comenzó a ganar.

“Una vez mi mamá abre la puerta y me ve contando un montón de dinero y me dice: ‘Alex, ¿y ese dinero?’. Y le dije: ‘mami eso es de un amigo mío que me lo dio para guardarlo’... Mis papas desconocían en cierta manera en lo que estaba metido, pero al mismo tiempo se imaginaban y sufrían, porque eso no fueron los valores que me enseñaron desde pequeño”, manifestó quien tomó la decisión de irse de su hogar a los 15 años.

Y es que Alex Trujillo se creía un hombre con mentalidad de tener “todo bajo control”. Sus nuevas y clandestinas responsabilidades le arrebataron en un abrir y cerrar de ojos la inocencia. Como él mismo asegura, en plena adolescencia, se corrompió su conciencia, pues “había caído en un estado de profunda maldad”.

“Ya a los 15 años tenía muchos problemas y muchos enemigos que amenazaban con quitarme la vida. Por eso me fui”, dijo.

Alex buscó refugió en casa de una mujer con la que tuvo varios conflictos. Esos repentinos problemas, provocaron que a los 16 años regresara a vivir con sus padres. Y quiso reformarse, sí lo quiso. Pero, para entonces, ya eran muchos los enemigos y grandes los riesgos para él y su familia. De hecho, consciente de la situación, sus progenitores decidieron pagarle un seguro de vida de $100,000.

Alex relata que su familia, incluido su hermano mayor, Polanski –en aquel entonces de 21 años–, le suplicaban que abandonara sus “malos pasos”.

“Mi hermano me decía: ‘Alex, ese mundo que tú estás es pasajero, en algún momento puedes perder la vida’”, explicó.

Irónicamente, no fue Alex el que murió. De hecho, su cuerpo nunca ha recibido un impacto de bala. La víctima del crimen fue Polanski, su hermano preferido, su consejero, el “ejemplar de la familia”.

El asesinato ocurrió el 18 de mayo de 2000 como un acto de venganza por los enemigos de Alex, quien desde entonces no volvió a ser el mismo.

“Desde ese día, mi corazón se llenó de culpabilidad, se llenó de rencor. Recuerdo cuando pasó, miré al cielo y le dije a Dios que por qué a él y no a mí. La muerte de mi hermano me hizo ser más peligroso para mis enemigos, porque ya no apreciaba mi vida y no me importaba arriesgarla para vengar la muerte de mi hermano”, dijo quien, aunque está convencido de que “no hay excusas para tomar las decisiones que yo tomé”, terminó cegado por la maldad y las ansias de desquite.

Fue entonces que Alex se transformó en un joven sanguinario y uno de los criminales más temidos del país. También, se le atribuye el control de al menos cinco residenciales de San Juan y Carolina y un sinnúmero de asesinatos.

Alex recuerda clarito el inicio de aquellas andanzas.

“Huyendo de unos que me querían matar llegué al residencial Nemesio R. Canales y empecé a controlar todo el caserío... fue entonces que empezaron a buscarme los federales”, recuerda.

La vida en el clandestinaje le costó a Alex estar seis años huyendo de las autoridades. También, tuvo que sufrir la humillación de que los federales arrestaran a su papá –dueño de un liquor store– y lo condenaran por cargos de conspirar para poseer armas de fuego.

“Para ese tiempo también le entraron a tiros a la casa de mis papás, pero yo lo veía como algo normal. No me daba cuenta de todo el daño que estaba haciendo”, dijo quien tenía como guarida varios apartamentos en diferentes residenciales.

Alex recuerda que para esa época tuvo varios acercamientos con personas “buenas y cristianas que Dios ponía en mi camino”.

“Los pastores iban a predicar a los caseríos y yo los mandaba a buscar para que oraran por mí”, cuenta quien se sentía atormentado “por las cosas malas que había hecho”.

“Cada vez que sentía el peligro cerca de mí –porque sé que me podían asesinar y que era buscado por un grupo de 100 agentes que estaban sólo detrás de mí– le decía a Dios: ‘Señor, cúbreme, protégeme, guárdame de todo mal’. Estaba continuamente pidiéndole de una manera egoísta. Quería que me cuidara a mí nada más, que me cuidara de mis enemigos. Yo le pedía, pero no entendía su palabra. Sólo necesitaba que me guardara y eso fue marcando mi vida y mi fe hacia él”, dijo quien desde entonces anduvo con una Biblia, la cual se convirtió en su refugio en tiempos de tribulación.

Alex leía el libro sagrado, pero no lo entendía. “Sólo sé que me daba la paz que necesitaba... pero al mismo tiempo yo seguía haciendo cosas que incitaban a los guardias a capturarme y que no le agradaban al Señor. Llevaba una lucha entre el bien y el mal... Era una guerra que hacía sentir mi alma como la de un viejito... estaba desgastada. Leía la Biblia por las noches y por el día hacía lo malo”, relató quien escuchaba música cristiana para poder conciliar el sueño y aliviarse de una taquicardia que le provocaba el temor a ser capturado.

De hecho, la noche que lo arrestaron (5 de diciembre de 2006), en un apartamento del residencial Nuestra Señora de Covadonga, en Trujillo Alto, Alex tenía consigo una Biblia.

Ese leve acercamiento con Dios provocó que el capo solicitara en la cárcel la intervención semanal de un líder espiritual. En su caso, su guía fue el pastor Edgardo Aubray, quien desde entonces no ha perdido comunicación con el convicto.

“Lo veía todos los martes y me recordaba el pacto que tengo con Dios”, dijo Alex sobre Aubray, quien lo ayudó a “entregarme y confesarme con el Señor”. Desde entonces, el ex narco se convirtió en un emisario de la palabra de Dios para otros criminales. Entre sus discípulos, relató, se destaca el ex legislador Jorge de Castro Font.

“Vivimos juntos (en la misma celda) y fue una experiencia bien bonita... nos arrodillábamos a orar juntos todas las noches. El Señor me utilizó para darle palabra de aliento”, dijo.

Aubray también lo indujo a sobrepasar otras pruebas, como fue reencontrarse en una cárcel de Estados Unidos con el asesino de su hermano Polanski.

Alex recuerda que cuando supo que compartiría en la misma unidad con el sicario se quedó en shock y sintió que “el mundo se me caía encima”.

Para su sorpresa, el primer impulso que tuvo al verlo fue abrazarlo. Ahí comprobó que su corazón había sanado aquella herida que lo convirtió en un monstruo.

“No tuve malos pensamientos... Le dije: ‘Vengo a pedirte perdón si alguna vez intenté quitarte la vida y te perdono por haberle quitado la vida a mi hermano. Te perdono porque Dios me perdonó a mí’”, le expresó al sicario.

A partir de aquel momento, Alex se convenció de cuál será su propósito en la vida.

“Seguiré predicando y ministrando donde Dios me abra las puertas. Ya no camino errante como antes y sin dirección”.