Aida de los Santos Pineda se mira al espejo y no puede creer lo mucho que ha envejecido en las últimas semanas.

Está pálida, sus canas asoman por debajo del tinte rojizo, se le acentúan las arrugas y ya no puede ocultar el sufrimiento que lleva por dentro.

La mujer, acusada de asesinato en primer grado, destrucción de evidencia y violación a la Ley de Armas por supuestamente matar a su jefa Georgina Ortiz Ortiz, esposa del ex juez del Tribunal Supremo Carlos Irizarry Yunqué, se mantiene firme en su versión de que es inocente y que ya les dio todo lo que sabe a las autoridades, que a su vez la trataron siempre como testigo y nunca como sospechosa.

“Esto es lo que queda de Aida”, dijo a boca de jarro tan pronto se acercó al pequeño cuarto donde las reclusas se reúnen con sus abogados en la Cárcel de Mujeres de Vega Alta, donde atendió en exclusiva a Primera Hora.

“Ahora tengo 57 (años), pero esto me tiene que parezco de 70”, dice como pidiendo excusas.

Luego hace una pausa para tratar de aguantar las lágrimas y, al mismo tiempo, mantener su dignidad, y agrega: “Yo he sufrido mucho por esto”.

“Yo soy inocente y a los dominicanos les digo que gracias por el apoyo que me han dado, yo no los voy a defraudar. A los puertorriqueños tampoco, porque yo soy inocente y se va a demostrar”, declaró.

Por eso, le tomó por sorpresa el giro que dio el caso hace cerca de un mes.

“Si desde el principio me hubiera buscado un abogado, no hubiera pasado por todo lo que he pasado”, indicó.

De los Santos está sumariada en espera del proceso en su contra desde el pasado 26 de septiembre, cuando se entregó voluntariamente y se le impuso una fianza de $1.2 millones.

Ese miércoles viajó aquí desde Santo Domingo. La noche anterior la pasó dando vueltas sin poder dormir. A las 4:00 de la mañana, salió de su cama. Su hija Francis decidió acompañarla al aeropuerto a última hora. Mientras esperaban a que el vuelo saliera, ella –que no llevaba absolutamente nada en los bolsillos– vio que la tristeza se apoderó de su hija.

“Yo le dije: ‘Mejor vete’”.

Ese día –ya en Puerto Rico– la agente que investiga su caso, Ormarie Roque, le tomó fotos con su celular.

“Andaba por ahí diciendo: ‘Lo logramos, nos tardamos dos años, pero lo logramos’. ¡Mira!, pero si es que ella no tiene nada (pruebas en mi contra)”.

¿Cómo te enteraste de la acusación?

Mi hija leía lo que estaba pasando por Internet, pero nunca me decía nada. Hasta que un día mi sobrina me dijo: “Se está moviendo algo feo allá contigo; la fiscal está diciendo que tú estás prófuga...”. Eso es un disparate porque los agentes sabían dónde yo estaba. Y yo no estaba prófuga. Ellos me mandaron para allá, ellos nunca me dijeron a mí que tenían algo contra mí o que yo era sospechosa.

Sus vecinos y familiares le decían que no se entregara.

Pero el patrón de hostigamiento era demasiado. Los agentes la visitaron en la República Dominicana para investigar sus cuentas bancarias, pensando que había recibido dinero a cambio de asesinar a Ortiz.

“Pero lo que encontraron fueron deudas... Ellos fueron a mi casa y yo les di todo lo que tenía. Y les dije, ‘cuando ustedes quieran aquí me encuentran’”.

Dijo que también hostigaron, con múltiples visitas, a sus allegados en Estados Unidos. Su nieto Francisco Romero perdió dos trabajos ante la angustia.

“Si yo no me entrego, se comen vivos a esos muchachos”.

¿Por qué no esperaste al proceso de extradición?

Yo no quería que me sacaran esposada como una criminal delante de mi familia.

¿Cómo conseguiste a tu abogado?

Mi familia lo buscó por Internet. Decían que, si yo venía sola, me iba a ir peor. Estaban todos bien nerviosos.

Reveló, además, que el cónsul dominicano Máximo Taveras le ofreció su casa para que pudiera salir bajo fianza y hasta conseguirle los documentos para que viviera legalmente en la Isla a cambio de que aceptara la representación legal de José Lozada, ex director del Negociado de Investigaciones Especiales, quien salió del cargo en medio de un escándalo.

“Al cónsul yo le dije que lo único que uno tiene en esta vida es su palabra, y cuando se contactó al abogado (Aarón Fernández) yo le di mi palabra a él. Si uno no tiene palabra, no tiene nada”, indicó.

Por sostener ese principio, ahora está encerrada sola en una celda con apenas una cama, una ventanita de unas cuantas pulgadas por las que trata de mirar hacia afuera y un pequeño espacio para colocar la escasa ropa que le dieron.

En ese reducido espacio inicia su día a las 6:30 a.m., cuando le llevan desayuno sin el café que tanto añora. Y allí espera sin nada que hacer hasta que a las 12:00 le sirven almuerzo. Sale dos horas al patio o al cuarto donde está el televisor, y a las 4:00 p.m. es la cena. Luego regresa a la celda.

Las confinadas redactaron una carta pidiendo que la movieran con el resto de la población. Ni eso ni las gestiones del Comité Dominicano de Derechos Humanos fueron suficientes.

En medio de esta entrevista le notificaron que, debido a que es sumariada y que su fianza es tan alta, no la pueden mover.

“¿O sea que el tiempo que esté aquí tengo que quedarme allí encerrada?”, preguntó al borde de la desesperación, y un silencio cubrió la salita de reuniones donde estábamos.

De los Santos asegura que igual de mala era su vida en el Albergue de Testigos y Víctimas, donde estuvo poco más de un mes después del asesinato.

La mujer mira de frente y sin pelos en la lengua confiesa: “Sí, yo llegué a escribir una carta de que me iba a suicidar”.

Y es que ya no aguantaba que no la quisieran tratar adecuadamente por su alta presión, le indignaba que le negaran agua y le dijeran que en Dominicana ella bebía agua de pozo, no podía bregar con el encierro y la depresión ni con las acusaciones –falsas, asegura– que le hizo un día un fiscal (cuyo nombre no recuerda pero que describió como de barba canosa y espejuelos) de haber tenido relaciones con el ex juez, esposo de la víctima.

Cuando le permitieron hablar con una de sus nietas por teléfono, se le quitaron esas ideas.

Poco después, un buen día, despertó en un hospital.

“Tenía un hombro zafado y varios moretones en las costillas. Si yo me iba a matar colgándome, cómo me voy a zafar yo misma el hombro” cuestionó, retando la versión de las autoridades.

De allí la llevaron a un hospital psiquiátrico, donde la atosigaban con pastillas, aunque ella solo se tomaba una. El resto las escondía y eso lo cuenta riéndose como una niña que ha cometido una travesura.

Antes de que iniciara toda esta pesadilla, De los Santos trabajó en muchas otras casas y en restaurantes. Recuerda uno en especial: La Garita. Irónicamente, queda muy cerca del Centro Judicial de San Juan, donde ahora acude como imputada. “Allí sí que me explotaron”.

Aunque no podía hablar del caso, con orgullo mencionó que llevaba más de un año trabajando para el matrimonio de la víctima y el ex juez.

“Todo el mundo me decía que rompí el récord porque otras no le duraban más de dos meses. En ese trabajo yo le di todo de mí”, afirmó en tono reflexivo.

“Yo trabajo desde que tengo uso de razón. No es cierto que ‘Gini’ me iba a botar, como dicen por ahí. Si a mí me dicen que me van a botar, mejor yo me voy”.

Mientras, se apresta a sacar fuerzas de donde ya casi no tiene para el juicio en los tribunales y el que hace la gente de ella cuando la miran.

“Yo sé que alguna gente se siente insegura y piensa: ‘¿Lo habrá hecho o no lo habrá hecho?’ Eso no es fácil, pero yo no me dejo”.

La vista preliminar contra De los Santos es el 15 de octubre.