El trabajador social Efraín Afanador Vázquez lleva “en el sistema” casi 25 años. Se refiere así a su trabajo en distintos centros para detención de menores y oficinas administrativas relacionadas en los que ha trabajado. Durante su carrera ha visto de todo y ha quedado marcado con algunos casos, pero no pierde la esperanza de que realmente se puede hacer una diferencia en el trabajo con niños que terminan recluidos en instituciones correccionales.

El recuento de Afanador Vázquez pasa por una comparación de cómo estaba organizado el sistema antes del 1998 cuando se privatizaron muchas instituciones, los tipos de delitos que se veían y los problemas que enfrentaban las autoridades antes, hasta los incidentes que nunca olvidará.

El caso que más huella le dejó fue el de un joven de 15 años que vivía en Estados Unidos y sus familiares lo enviaron a la Isla para que estuviese con su mamá enferma de cáncer. Llegó unas Navidades y a los dos días por diversión estaba con muchachos del caserío en Jayuya tirando petardos dentro de un contenedor de basura para que sonaran más duro. Como era el “nuevo”, el que nadie conocía, la policía se lo llevó detenido.

Como la madre no estaba en condiciones de hacerse cargo, lo enviaron a Cabo Rojo a un campamento de menores en lo que se citaba una vista. Allí tuvo una pelea con otro muchacho que le robó sus tenis (porque antes se quedaban con sus pertenencias, mientras que ahora todos visten uniformes y sandalias de goma). Por esa riña al joven le radicaron nuevas faltas y en una escalada sin control como “tenía antecedentes” -aunque no se le había procesado por los petardos- le aplicaron cargos agravados.

En medio del lío, sin ningún adulto que lo orientara, la mamá del menor murió y no lo dejaron ir al funeral. En total, por ambos incidentes, pasó tres años en una institución juvenil.

“Todo en ese caso se exageró. No hubo esa empatía, esa consideración a las circunstancias reales de ese muchacho. Cuando salió ya no tenía a su mamá, no tenía a nadie y con ese lastre en las costillas. Horrible. Y eso me ha trabajado”, dice Afanador Vázquez.

La evolución de los jóvenes que llegan al sistema en estos tiempos es innegable.

“Los menores que venían en el ’87, en el ’88, ya no son los mismos de ahora. Los que llegan hoy en día están mucho más expuestos: la informática, las drogas… ahora ya tienen un mayor deterioro… antes eran robos más simples… ahora tenemos menores aquí con carjacking, ley de armas, asalto a mano armada, agresión grave, escalamiento con efectos colaterales bien amplios. Eso nos ha cambiado la matrícula”, relató.

El lado menos terrible es que los centros de detención ya no están tan hacinados. De 800 que había a finales de la década de 1990, ahora el número ronda los 150. Esa baja, a su vez, provocó una reducción en incidentes entre menores.

En términos de seguridad y de tratamiento ahora hay un enfoque mucho más humano, a su entender. Quizás por eso  también bajó la cantidad de menores que se provocan cortaduras. Y es que desde que ponen el primer pie en el centro ahora un doctor y un sicólogo los atienden.

Otra diferencia grande es que los guardias no están armados. Hasta el 1994 los guardias usaban rotenes y ahora están prohibidos. Si hay una situación fuera de control se usa algún agente químico, pero con restricciones.

Ahora hay también mayor cantidad de casas similares a desvíos que manejan empresas privadas. Según Afanador Vázquez, muchas veces se prefiere que el menor vaya a uno de esos “hogares” que en apariencia puede ser menos restrictivo. Pero si en esas instituciones no hay o no se destinan fondos para ayuda sicológica y tratamiento, los esfuerzos de rehabilitación pueden ser en vano, alertó.

Uno de los mayores problemas que persiste es que a pesar de los cambios, cuando los jóvenes salen, la sociedad les sigue dejando el sello de transgresores.

Por eso el trabajador social entiende que lo mejor que le puede suceder al país es que el gobierno también impacte las comunidades para que entiendan su rol en ayudar en la recuperación de ese joven. De lo contrario, podría volver a las andanzas.

Asimismo, dijo que el trabajo que se hace con la familia para que el recibimiento del menor que estuvo detenido sea lo más sencillo posible, debe extenderse y darle seguimiento en la readaptación durante al menos seis meses.

“Hay que acompañarlos porque hay un vacío desde que sale y logra encontrar trabajo o volver a estudiar, si llega a mitad de semestre a la escuela va a estar rezagado y sin nadie que le dé seguimiento se salen o en lo que logran entrar en una rutina de trabajo, porque entre el estigma y los cambios, no es sencillo. Parece una inversión grande, pero todo el país se beneficiaría de que se le den las herramientas para que logre enderezarse”, declaró.