Siendo solo un niño, vio morir a su padre frente a él. “Tú sabes, a tiros, como todos los días se ve por ahí”.

Ese día, la vida de Misael Ayala, hoy de 27 años, tomó un giro inesperado. Decidió que él no moriría así. Ni nadie de su familia ni sus amigos.

Lamentablemente, no ha sido del todo así. Misael ha visto partir a sus panas en medio de violentos incidentes registrados en su barrio: el residencial Luis Llorens Torres.

¿Amigos tuyos han muerto en medio de esta guerra civil?

Claro, muchos. De que los he tenido aquí en mi silla y, a la par de horas, están tirados en el piso. Es bien triste.

Cansado de estas imágenes, de las ráfagas de disparos a plena luz del día, de que los niños tengan que vivir encerrados, de ver inocentes caer y de que la imagen y reputación de su residencial esté en boca de todos, el joven barbero se impuso el reto de lograr un acuerdo de paz entre los bandos rivales por el control de puntos de drogas dentro del complejo.

Lo hizo después de prácticamente un año de negociaciones. Todavía no se lo cree.

¿Por qué confiaron en ti?

Crecimos toditos iguales. Los conozco desde pequeño y algunos estudiamos juntos. Ellos saben quién soy, se atrevieron a decir que confiaban en mí y, pues, me atreví; con el favor de Dios.

¿Cómo los convenciste?

Diciéndoles de todas las muertes que se podían evitar, de inocentes que no se tenían que caer, entiendes... esas historias son muy tristes.

Misael es un joven sencillo, de un hablar cantao que da confianza. Habla claro, sin tapujos, aunque también sabe cuándo debe guardar silencio.

No intenta tapar la realidad de su residencial, pero tampoco está dispuesto a permanecer como mero espectador.

Habló con Primera Hora desde su “barbería”, un reducido espacio que habilitó en el pasillo que da acceso a su apartamento.

Allí ubicó un espejo y una silla negra que denota sus años de vida. Un abanico de pared trata de aplacar el calor.

¿Cómo fue el encuentro?

Fue algo que jamás y nunca pensé que iba a pasar. En verdad, sentí a Dios, porque no te lo puedo negar. Lloré bastante, vi los muchachos llorando unos a otros, abrazándose, besándose... algo que hubiera sido difícil porque uno le ha hecho daño al otro, pero en verdad lo vi de corazón.

¿Cómo ha sido el ambiente en Llorens desde ese día?

Esto es una celebración que parece que nunca se va a acabar, demasiao... los niños ya ni se quieren subir... están locos con sus bicicletas y motoras.

La tregua se concretó la tarde del 3 de enero. Los acuerdos permanecen confidenciales. “No voy a abundar en eso, eso queda entre ellos. Ellos son los dueños de la carretera y ahí yo no puedo hacer nada, me entiendes”, indicó.

Cuándo dices que son los dueños de la carretera, ¿a qué te refieres?

La calle, la calle... en el sentido de que ellos hacen las cosas y uno, pues, tiene que hacer buche. Ahora, yo estoy intentándolo, yo soy la voz del pueblo... qué se puede hacer, qué no se puede hacer, cómo podemos hacer para que mañana estén mejor muchas cosas.

La riña entre los grupos de Los 20 y Calle 4 viene de años, pero ya había alcanzado niveles insospechados. Son muchos los inocentes que han caído en medio de esta lucha de poder. Las áreas hasta las que podían llegar los miembros de cada bando dentro del inmenso complejo estaban delimitadas y no podían cruzarse.

De hecho, el acuerdo le ha valido aplausos, pues lo que logró no lo ha podido hacer el Gobierno ni las autoridades policiacas, dijeron vecinos que se acercaron y que pidieron que su gesta sea reconocida por el Estado.

La riña era tal que los sábados Misael se trasladaba al área de Los 20 para recortar a los de ese bando. “Tenía que moverme para allá para poder complacer al otro público”, dijo.

¿Quiénes son estos jóvenes y por qué han tomado este camino?

Hay algunos que por trabajo, hay algunos que por mujeres, otros porque le caen mal, por envidia... aquí existe de to’. Estamos tratando de evitar todo eso para ver si Llorens cambia, para ver si Llorens mañana es algo, porque ya nosotros no éramos nadie, todo era manchas, manchas y manchas.

¿Por qué las rencillas?

Pues, por los controles de punto y to’ eso, quién tiene más, quién tiene menos. No sé porqué, porque se supone que todo el mundo coma igual.

¿Esta riña es de mucha gente?

La mayoría somos nosotros, el pueblo, la comunidad tranquila y humilde. Ellos son la minoría, pero son los que tienen los pantalones puestos.

Misael nació en Villa Palmera, en Santurce. A los ocho años llegó a Llorens, donde vivía su abuela y aunque ha salido por ciertos períodos de su vida, siempre regresa.

¿Qué recuerdas de esos años de infancia?

Lo mismo que se estaba viviendo, lo mismo, lo mismo, lo mismo desde mi niñez, hasta que el Señor me tomó como un instrumento y me llevó a donde estos bandos.

¿Qué era lo que veías?

Muertes, drogas, asaltos, robos, peleas, algo normal en cualquier otro caserío.

¿Crees que las drogas siempre van a estar presentes en el complejo?

Hay algunos que a lo mejor tienen el récord dañado, que no terminaron el cuarto año, hay otros que nacen con eso y hay otros que lo ven y les gusta. No se puede hacer nada. Es algo difícil, ya son grandes, ya nadie le va a decir: ‘Vente por acá’, porque si eso es lo que les gusta...

Cuándo dices que nacen con eso, ¿a qué te refieres?

Lo que ven a diario. Si la familia sufrió, alguien pues siente la obligación en echar ese muerto pa’ alante, no dejarlo así... es doloroso, viste, pero...

Misael empezó a recortar cuando tenía 13 años. Se inició en la escuela Federico Asenjo. “Los maestros me regañaban, pero era algo que ya yo tenía, hasta que ellos mismos me aceptaron”, recordó el padre de Bryan, de 11 años.

¿Pensaste que con tu acción lograrías este cambio?

Cuando yo vi todo ese pueblo en la calle, yo no podía creer que yo había hecho eso. Hay que dejarlo así, bien bonito... Llorens cambió.