El padre franciscano Linán Ruiz Morales era un hombre amado en uno de los sectores más marginados y empobrecidos de la capital peruana de Lima.

Diariamente atendía a niños, desamparados y mujeres que carecían del dinero y de los recursos para alimentar a sus infantes.

Viajaba al estado de Maine para recolectar juguetes y artículos de primera necesidad que eran enviados en contenedores a Perú. Tampoco se olvidó de su pueblo de Lares, la Ciudad del Grito, y mantenía una relación sumamente estrecha con sus hermanos, sobrinos, entre otros familiares radicados en Puerto Rico.

Pero durante los últimos 40 años, el cura, de 80 años de edad, se había entregado en cuerpo y en alma a los más necesitados del centro de Lima.

Su vida de sacrificio culminó en una tragedia.

El jueves por la noche el sacerdote y su ayudante fueron asesinados con un arma blanca. Según se desprende de la investigación realizada por las autoridades peruanas, un grupo de delincuentes mató a Ruiz Morales en su aposento luego que intentaran robarle, mientras que su ayudante fue apuñalado en el pasillo que accedía a la habitación del convento de San Francisco.

Personal de Homicidios de la Policía Nacional se encontraba procesando la escena del crimen en horas de la mañana de ayer cuando trascendió la noticia a través de redes sociales.

Los primeros reportes sobre el crimen evidenciaron la magnitud de la tragedia para miles de peruanos que conocían al sacerdote. El cura dirigía el convento que les daba de comer a unas 1,200 personas diariamente.

Pero la terrible noticia golpeó a los residentes del barrio Pezuela de Lares, de donde el sacerdote era oriundo.

“Le tocó morir como mártir, defendiendo lo que creía. Dio gracias toda la vida y sus votos eran de pobreza. Por eso era franciscano”, sostuvo uno de los sobrinos del sacerdote, Edwin Soto, presidente de la compañía Perfect Cleaning Services.

A pesar de su edad avanzada, el sacerdote se mantenía sumamente activo, aunque otros reportes señalan que se encontraba en un estado delicado de salud. Durante los pasados años encabezó unas obras para reconstruir la casa de los religiosos y cabildeaba para aumentar los donativos que financiaban sus obras de caridad.

Tan reciente como el pasado abril había viajado a Puerto Rico por la muerte de su hermana, madre de su sobrino Edwin. En esa ocasión, ofreció su misa y se disponía a volver a la Isla el próximo 19 de septiembre para encargarse de los últimos detalles del entierro que requería la exhumación de una tumba familiar en el cementerio municipal de Lares.

La familia del sacerdote advino al conocimiento del asesinato a través de una historia difundida por un medio digital.

“Mi hija, que reside en Nueva Jersey, estaba navegando la Internet cuando vio la noticia”, indicó Soto.

“Toda su vida la pasó en Perú. Se tenía que tirar a la calle para poder costear esa comida. Buscaba ayuda para todos y allá lo querían mucho”, añadió otro sobrino del sacerdote, Juan Soto.

La cónsul de Perú en Puerto Rico, Carmen Ortiz Balta, expresó sus condolencias a los fa- miliares de la víctima. “Me da mucha pena. Me pongo a la disposición de los familiares” , dijo Ortiz Balta.

El secretario de Estado, Kenneth McClintock, hizo contacto con la familia para activar protocolo en estos casos.

“Dedicó su vida a la orden y a Perú”, concluyó Edwin.