El primer sacerdote católico convicto en Puerto Rico por abusar sexualmente de un menor de edad, Israel Berríos Berríos, fue condenado a cumplir 11 años de cárcel y 10 años de libertad supervisada por hechos ocurridos entre 2007 y 2008.

Berríos Berríos, de 59 años, se declaró culpable el 21 de agosto de 2014 por un cargo federal por transportar a un menor feligres de su parroquia en Aibonito con el fin de cometer actos sexuales ilícitos. Llevó al adolescente de 15 años a Miami, Florida, para irse en el crucero Majesty of the Seas por las Bahamas en julio de 2008.

Con suma entereza y sin titubear, la víctima en este caso, un joven que ahora tiene 22 años, relató cómo conoció al padre Israel y el hombre fue ganándose su confianza, hasta convertirse en una figura paterna para él y en su padrino de confirmación.

El perjudicado narró que conoció a Berríos Berríos en el 2000, cuando tenía siete años y atravesaba un momento difícil al tener "un padre ausente". Su madre recurrió al padre Israel para que le brindara ayuda espiritual y dijo que la mujer le confesó un secreto que afectaba su relación con su padre, y fue entonces que comenzó una "relación amistosa y clerical". El joven se preparó para ser monaguillo, luego fue sacristán auxiliar y le pagaban $100 por abrir y cerrar la iglesia, entre otras tareas. Al momento de su confirmación, le pidió al padre Israel que fuese su padrino de confirmación.

"Desde ese momento, la relación pasó a ser más familiar, pues él sentía cierta responsabilidad para conmigo por el hecho de que sería mi padrino. Por consiguiente, desde ahí surgen los múltiples regalos que cualquier adolescente de 13 años querría tener, por ejemplo: cámaras, computadoras, iPod, joyería e invitaciones a cenar y a pasear. Lo que nunca me dio mi padre, me lo daba él", indicó el joven.

Hasta que un día, Berríos Berríos le pidió que le aplicara una pomada en su vientre por padecer de vitiligo "y no pudo pedirle el favor a nadie más que a mí, pues yo era 'persona de su confianza'". Dijo que accedió porque "pensaba que sería un favor sencillo, mas no fue así".

"Si donde se tenía que aplicar la pomada era en el abdomen, ¿por qué se tuvo que desnudar completamente dejando al descubierto sus genitales? Esta fue la primera vez en donde hubo contacto físico de mi persona hacia su persona... Luego de este encuentro, los demás se habían convertido para él en una especie de SPA, cosa que definió como Sociedad de Padres Adoptivos. Los encuentros iban acompañados no solo por la aplicación de cremas corporales, sino también por contactos genitales, masturbaciones y caricias. La oficina de la casa parroquial de Aibonito, la casa de Israel Berríos en Naranjito y el auto oficial de la Parroquia San José fueron lugares en donde se desarrollaron los actos de índole sexual entre Berríos Berríos y este servidor", expresó el perjudicado.

Procedió a relatar que en julio de 2008 se fue de crucero con él y se quedaron en el mismo camarote, donde continuaron los actos sexuales. En el hotel en Miami, "se repitieron los actos sexuales, pero cierta noche se le añade sexo oral". Dijo que esto fue el detonante que causó que los actos de intimidad cesaran, "pues reconocí que no estaba bien y que no era normal, aunque para Israel sí lo era, ya que anterior a ello me había dicho que 'todo padre hacía estas cosas con su hijo'" y destacó que se aprovechó de la ausencia de su padre para que lo viera a él como una figura paterna "con la intención de alimentar su sed carnal".

"Siempre he sentido y creído que todo lo que pasó no fue pura casualidad, sino más bien porque Israel, abusando de la confianza dada por mi madre, mi familia y por este servidor, le dio rienda suelta a un plan enfermizo que él describe, en su declaración en el foro eclesiástico, como un error, una imprudencia y un descuido de parte suya que honestamente ha querido borrar de su mente. Igualmente, siento y creo que él se aprovechó de mi dolor y tristeza a causa de la ausencia de mi padre... Mi juicio me da a entender que este señor se valió de su poder eclesiástico para tenerme cerca de él y así ir preparando, sagazmente, el camino", destacó el joven, quien finalmente en enero de 2013 contó lo sucedido y no lo hizo antes por "miedo a ser juzgado como lo estoy  siendo hoy, miedo a ser la burla de muchos, miedo a que Berríos tomara represalias contra mí".

El perjudicado dijo que de niño era creyente en Dios y tenía vocación sacerdotal, pero todo cambió y generó "en mi una rebeldía en contra de la jerarquía de la Iglesia Católica. La criticó por "permitir que sucedan estos casos de abuso sexual contra niños y niñas, jóvenes y adultos".

"La institución de la Iglesia Católica en Puerto Rico le brinda muchos privilegios a los sacerdotes diocesanos en particular, por ejemplo: muchos gozan de una libertad poco supervisada, le brindan autos con el fin de llegar supuestamente a los lugares más lejanos del pueblo para evangelizar, se hospedan en una casa cuyo mantenimiento es costeado por los miles de feligreses que aportan en la colecta de cada misa, entre otros privilegios. Sin embargo, ninguna de esas cosas son fielmente supervisadas por el Obispado. ¿Cuán responsable es esta institución de que se le quite la inocencia a un niño o niña por parte de uno de sus clérigos? A mi entender, dicha institución es una negligente que, luego de haberse enterado de la existencia de un caso de abuso sexual por parte de uno de sus sacerdotes, solo le brinda ayuda sicológica y espiritual a los perjudicados... Estando en el Seminario Propedéutico descubrí que la Iglesia Católica está infectada por sacerdotes hipócritas que predican la moral con sus manos machadas", sostuvo, haciendo la salvedad de que no todos son así.

Recalcó que no puede ir a Aibonito porque hay personas que aún defienden al sacerdote y supo que algunos querían "entrarme a golpes". Destacó que su madre, quien estaba llorosa en sala, "está llena de mucho coraje, frustración y decepción en contra de este señor, pues también siente que él abusó de su confianza", dado a que lo veía como "el ángel que Dios envió para ayudar a la familia". Dijo que ambos reciben tratamiento psicológico y psiquiátrico.

"Llevé este caso hasta las últimas consecuencias para ser la voz de tantos niños y niñas que son víctimas de pedofilia y que hoy viven sumergidos y callados en el dolor. A todos ellos, les imploro que hablen, confíen en la justicia y busquen sanar esas heridas para que puedan tener paz", concluyó la víctima, quien dijo que el proceso de sanación será "un proceso largo y cuesta arriba", pero aseguró sentirse orgulloso por su valentía "de ponerle punto final a la peor historia de mi vida".

Berríos Berríos no hizo alocución ante el juez federal Jay A. García Gregory por recomendación de su abogado Héctor Guzmán Silva, dado a que todavía está pendiente el caso estatal en su contra por estos mismos hechos en el Tribunal de Primera Instancia de Aibonito.

Guzmán Silva argumentó que si los actos estaban ocurriendo, por qué el joven se fue de viaje con Berríos Berríos y fue finalmente su padrino de confirmación. También dijo que su cliente tenía padecimientos neurológicos y glaucoma.

En ese momento, el joven salió de sala con la técnica de testigos y un agente de la Oficina de Seguridad Interna del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE-HSI), y afuera lo abanicaban. Poco después, se fue y no regresó a la sala.

El fiscal federal Marshal D. Morgan catalogó la argumentación del abogado como "la más insensible que he escuchado en todos mis años como fiscal". Manifestó que el abogado dio a entender que fue consentido, cuando no podía consentir por ser menor de edad y que si llegaron a un acuerdo de culpabilidad con una recomendación de entre 10 y 12 años de cárcel, fue para evitar pasar por un juicio y revictimizar al perjudicado. De hecho, de haber ido a juicio y haber sido encontrado culpable, se exponía a una pena de entre 10 años hasta cárcel de por vida.

"Usó la confesión de la madre para su propia satisfacción sexual. Usó eso para un largo proceso de preparación de él y su familia para que confiaran en él, usando su posición para ganar su confianza, solamente para apabullarla", sostuvo Morgan.

El juez procedió a imponerla la pena de 11 años de cárcel y 10 años de libertad supervisada.

"La víctima tiene cicatrices tanto físicas como en el alma que necesita sanar... Un sacerdote es un sacerdote por siempre y puede ayudar a otros presos", señaló García Gregory. 

¿Y el caso estatal? Lea aquí