Con humildad y deseos de aportar mi experiencia, inicio esta columna sobre el tema del cierre de las escuelas públicas de Puerto Rico. Como exsecretaria auxiliar para Recursos Humanos en el Departamento de Educación en el cuatrienio pasado, fui parte del proceso de cierre de escuelas, cuyo procedimiento y análisis dista muchísimo de lo que estamos viendo en estos momentos, particularmente porque nuestros niños y adolescentes aún están bajo el trauma causado por dos huracanes en septiembre pasado.

No habrá que recordarlo porque ninguno de nosotros ha olvidado cómo Puerto Rico, su naturaleza y su gente se transformó en pocas horas. Los pocos árboles que quedaron en pie perdieron sus hojas. A ellos les tomó meses reconstruir sus raíces, afianzarse nuevamente al suelo y extraer los nutrientes de una tierra también maltratada. 

Cada uno de los que vivimos el paso de Irma y María sufrió, en mayor o menor grado, la pérdida de lo conocido, de aquello que nos permitía enfrentar con algún grado de seguridad los retos de la vida diaria.

Cuando se vive en comunidad se experimenta una sensación de seguridad emocional, en la medida en que todos nos reconocemos en el otro y participamos en la búsqueda de nuestra valía personal y colectiva. 

Ese sentido de pertenencia que promueven las instituciones sociales como la familia, la escuela y la iglesia, entre otras estructuras sociales, son el entramado que sostiene la confianza de que podemos contar con los demás para vivir y, en el caso de muchas personas, para sobrevivir. 

 ¿Cómo enfrentamos la crisis fiscal al tiempo que apoyamos esa fibra que destila confianza, seguridad y esperanza?

No hay otra manera que no sea fortaleciendo las raíces de nuestra sociedad y de nuestra cultura. Para los niños y jóvenes de nuestro País, fue suficiente vivir la sacudida física y emocional que trajeron los huracanes.

Miles aún no se levantan de esa pesadilla y a diario acompañan a sus familias en ese proceso de reconstrucción lento y lleno de frustraciones que representa empezar de cero.

La escuela representa para nuestros menores el lugar de encuentro con amigos, la oportunidad de alcanzar un futuro mejor y la vivencia colectiva de su cultura. Llegar a la escuela desde lugares remotos, a comunidades que les son ajenas representará para los niños, cuyas escuelas están amenazadas por cierres, otra experiencia de pérdida a la que tendrían que enfrentarse con sus ya debilitados recursos.

Todos debemos buscar maneras creativas de enfrentar la crisis fiscal con el menor daño posible a uno de los grupos más vulnerables: los niños y jóvenes.

Los corazones de estos puertorriqueños deben ser protegidos en este proceso de cierre de escuelas. Por el futuro de ellos y de Puerto Rico, me uno a las voces que piden que este proceso de cierre de escuelas se someta a una reevaluación profunda.