Por José Báez Rivera  / Ex representante del PPD

Entre fallidas llamadas telefónicas, textos y correos electrónicos, ahogaba mi ansiedad esos días siguientes al paso del Huracán María. El "ahora" no me preocupaba tanto como el "después". La desolación y falta de cohesión social eran presagio del estado de anarquía que viviríamos durante semanas por venir. Presas de las aves de rapiña que se crecen en momentos como ese.

¡Para muestra, un botón! Se limpiaron los mocos con la Orden Número 2017-002 y riéndose a carcajadas de DACO triplicaron el precio del diésel cobrándolo en cachimiro (en buen español) o en guaniquiqui (en buen cubano), como quieran decirle al dinero en efectivo. Les importó un carayo (en buen gallego o portugués) los centros de diálisis, hospitales, clínicas de urgencia, farmacias, oficinas médicas y mucho menos las vidas que de ellos dependían. Sumaron las víctimas mortales como si de billetes se tratara. Al aire libre y a plena vista se dieron un “banquete total”. Y no fueron los importadores de combustible, sino los acarreadores independientes (COMPATRIOTAS NUESTROS) que compraban a $4.00 el galón y lo vendían a $12.00.

Como si lo anterior fuera poco, con mucha hambre llegaron al festejo ALGUNOS empleados de la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE), al olfatear el manjar de los verdes y no por vegetarianos. Estos se limpiaron los mocos y otras partes de su cuerpo con los Artículos 244, 259 y 280 del Código Penal y riéndose de manera aún más estruendosa de la Policía y de Justicia, se morían de la risa cada vez que la AEE publicaba la ruta de trabajo que suponían cubrir ese día. Desviándose una y otra vez prescindieron su obligación, sumando más víctimas.

Nadie obligó a estos pen-suacas a amotinarse en contra del resto de la población. Como tampoco a los que sabotearon las torres de telecomunicaciones (Acto delictivo tipificado en el Artículo 240 del Código Penal) para hacerse de generadores. En un “país de ley y orden” serían procesados no solo por el incumplimiento de órdenes, leyes y reglamentos, sino por las muertes negligentes. Las cuales fueron provocadas por la falta de energía eléctrica y comunicación, privándoles de asistencia médica y dejándolos sin otro remedio que no fuera conformarse con EL FIN.

Si bien todo lo anterior es terriblemente memorable, no ha sido aliciente el interminable conteo de las muertes, la discusión pública, los estudios y las culpas. Hemos logrado controvertirlo todo, absolutamente todo, opacando cualquier otra discusión importante. Comenzamos cuestionándole a los que nos ayudaron “lo mucho que se tardaron” y los “pocos” recursos que nos prestaron. Miles de millones de dólares después y luego de miles de horas hombres invertidas en la respuesta, colaboración, ayuda y reconstrucción, le echamos la culpa por las muertes. Así hemos construido el camino a la recuperación, echando culpa y esquivando la nuestra. Frenesí, que créalo o no, ni gota de sangre ha salpicado a NUESTROS COMPATRIOTAS mercaderes del diésel, a esos empleados de la AEE y mucho menos a los saboteadores de las telecomunicaciones. ¡Supongo que la impunidad se debe a que son nuestros!

A un año de la debacle podemos tomar dos caminos. Continuar echando culpas a terceros o asumir nuestra responsabilidad. Al menos, en mi libro, esos “compatriotas” que dificultaron la energización de nuestro sistema eléctrico y la restitución de las telecomunicaciones cargan una buena parte de la responsabilidad de los decesos. Tenemos que investigarlos, entrevistarlos, entender por qué actuaron de tal manera, analizar cómo se puede corregir y hacer lo propio. Igualmente, con todo lo demás. ¿Y tú, te vas a seguir quejando del de allá?