En mis 32 años de carrera periodística he vivido experiencias hermosas y otras muy tristes. Recuerdo una ocasión cuando cubría un partido de baloncesto en Arecibo, y la entonces directora de Las Noticias en Teleonce, Linda Hernández, llamó urgente para que, no solo regresara para llevar la unidad móvil hacia una escena en Toa Baja, sino también para que cubriera la noticia, pues no había reportero esa noche.

Nos movilizamos rápidamente y al llegar a la carretera PR-165 nos topamos con una escena que nos tocó el corazón. Un accidente fatal donde una familia con tres o cuatro niños (no recuerdo bien) falleció. El impacto fue tal que varios cuerpos salieron expulsados del vehículo, entre ellos el de una niña de aproximadamente 5 años. Recuerdo su cabello rizo que se dejaba ver entre las sábanas que la cubría. A mí se me quebró el alma en plena transmisión, aunque pudimos finalizarla.

Comparto esta historia por lo ocurrido en la tarde del pasado lunes, luego que un padre y sus dos hijos menores fallecieron cuando el adulto tomó la fatal decisión de quitarse la vida con ellos encerrado en el garaje de su casa en Juncos, mediante asfixia con monóxido de carbono. El hombre atravesaba por un difícil proceso emocional y es más que evidente que no encontró respuestas. Entonces surgen los comentarios, que fue un cobarde, que cómo es posible que nadie lo notara, que si es una pena.

Señores, vivimos en un país con serios problemas de salud metal amenazado por las limitaciones de servicio, la fuga de talento, los recortes presupuestarios, la falta de educación y la ignorancia. Este padre, ¿estaba dando indicio de un peligro potencial?, ¿los familiares y amigos pudieron haber ayudado a evitar lo peor?, ¿fue lo suficientemente ágil el Estado para identificar y darle seguimiento al tratamiento adecuado?

No lo sabemos, lo que sí sabemos es que tras el huracán María los problemas de salud mental se agudizan y la mayoría de nosotros no lo queremos ver. Tan cercano como el martes, un agente de la Policía de Puerto Rico asesinó a su pareja y luego se quitó la vida. Le pregunto, ¿ha notado un comportamiento diferente en su vecino anciano o anciana, en su pareja o en su hijo o hija?, ¿qué me dice de su compañero o compañera de trabajo o de cualquiera de sus amistades?

Mientras todo esto sucede, observo el otro lado de nuestro diario vivir. Antenoche tuve que salir a buscar algo que me urgía en un supermercado que está localizado en un centro comercial en Caguas. Señores, eso fue una aventura al borde de la locura. Taponamiento vehicular donde quiera, comercios abarrotados y actitud típica de un viernes del madrugador. Pude observar como las personas compraban sin ver la necesidad. Incluso, sin pensarlo dos veces, complacían a sus hijos los caprichos que se les antojaban sin conversación ni cuestionamientos que no fuera “ponlo ahí y no jo...más”. Digo, para un país que depende del consumismo esto es beneficioso, pero... ¿realmente aprendimos la lección del 20 de septiembre de 2017?, ¿qué vacío queremos llenar?, ¿qué pensamiento descabellado ocultamos y posponemos?

Esto también puede ser parte del problema. Vivimos en un Puerto Rico de dos caras con cuerpos pegados uno del otro, pero de espaldas. No queremos mirar de frente nuestra realidad. La de nuestros viejos solos porque sus hijos y nietos se fueron buscando un mejor porvenir. La de las personas sin techo que piden dinero, no porque quieren, sino porque no tienen. La del adicto que no encuentra salida a la maldita droga y su diario vivir transcurre entre autos, la calle y su lucha para no tocar el suelo y no poder levantarse más. La de las madres solteras, los hijos criándose solos o por juegos electrónicos. La del discriminado, señalado y juzgado porque vive y cree distinto.

Vemos como un pueblo no se atreve a decidir y exigir a sus líderes que actúen con seriedad. Peor aún. Ven como los de aquí y los del norte hacen de la política un circo y se quejan de los políticos para luego gritar ¡2020 y cuatro años más! Es un pueblo que prefiere ver como Roma arde pensando que el fuego no los quemará. Tenemos que darnos las manos y salirnos de la burbuja. Tenemos que educarnos, crear conciencia y ser valientes tomando acción sobre nuestra salud mental porque, si no todos, de una forma u otra seremos cómplices y se nos perderá la vida en un suicidio colectivo, silencioso y lento.