Soy una persona de campo. De esos que cortaba matojos con el garabato y mocho. Que comía plátano, guineo y aguacate del patio. Tuve una pequeña crianza de cabritos, gallinas ponedoras y una que otra guinea. No soy un jíbaro casta’o como mis cuñados que sí viven, trabajan y disfrutan de las bondades de la tierra.

En mi casa todos los animales vivían en libertad. Nuestros perros corrían libres por el patio y solo se les ponía cadena en una situación breve o necesaria. Siempre he creído que la libertad de los seres vivos es fundamental. A través de los siglos el ser humano ha esclavizado, golpeado y encerrado a seres vivientes para explotarlos y sacarle el máximo provecho para su beneficio. Y la peor de las esclavitudes es la del hombre por el hombre.

Conocemos las historias bíblicas, las del llamado descubrimiento de “un nuevo mundo”, las de pueblos invasores y de imperios que esclavizan. Para mí el tesoro más preciado del ser humano es la libertad en todos los sentidos. A través de los tiempos esa ha sido y será la lucha eterna del hombre y los pueblos.

Por eso me indigna, me avergüenza, me duele y sufro la política de “tolerancia cero” del gobierno de Donald Trump contra los inmigrantes que llegan por diversas circunstancias a territorio estadounidense. Más aún cuando se trata de un país que se jacta de ser símbolo de la libertad y que van por el mundo “defendiendo” la democracia.

Claro, podemos entender que todos los países ejercen control en sus fronteras, pero el sentido humano y la dignidad deben prevalecer sobre todas las cosas. Digo, así debería ser en cualquier sociedad de avanzada. Lamentablemente, quien no conoce su historia está condenado a repetirla.

Los Estados Unidos ha tenido momentos oscuros en su expansión y desarrollo como nación como la guerra civil cuya razón, entre otros asuntos, era lo económico y la esclavitud. En la Segunda Guerra Mundial, mientras el mundo condenaba con furia el genocidio hacia los judíos, en EE.UU. surgió una histeria colectiva tras el ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Organizaron campos de concentración que alojaron a unas 120,000 personas, mayormente de etnia japonesa. Más de la mitad eran ciudadanos estadounidenses y japoneses provenientes de Latinoamérica, principalmente de Brasil y Perú, quienes fueron deportados bajo presión del gobierno estadounidense.

Hoy vemos como esa política migratoria mantiene separados a miles de padres, madres e hijos de migrantes sin la más mínima sensibilidad. Desde el mismo país y alrededor del mundo truenan las voces en contra de esa barbarie. 

Y nosotros... ¿qué? Muchas veces nos creemos el ombligo del mundo y no miramos lo que ocurre más allá del 100 x 35. Nos negamos a opinar, protestar, reclamar, señalar y participar. Y en este asunto no debe importar la afiliación política. Pensamos que eso ocurre lejos de nosotros y que ya tenemos suficientes problemas. Se nos olvida que nuestros indios y negros fueron también esclavos.

Lo triste es que cerca de un 43 por ciento de los republicanos avalan esa política perturbada de Trump. O sea que un 43 por ciento de esos electores piensan sobre los inmigrantes como piensa Trump. Hay que destacar la valentía de la primera dama Melania Trump al oponerse a esta política. Es momento de que los estadounidenses digan ¡no! al encierro de niños y la separación de sus padres y que demuestren que la libertad y democracia es mucho más que un estribillo y exijan el cierre inmediato de estas “cárceles” de niños, que no es más que un crimen contra la humanidad.

Nosotros no podemos mirar hacia lado y tenemos que ser parte del reclamo mundial. 

Como respuesta, los Estados Unidos se salió del Consejo de Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas, en una política de aislamiento de ese país que lo colocaría al margen de cualquier acto ilegal contra los derechos humanos. Los estadunidenses tienen que entender que políticas como esas son un retroceso y un peligro, no solo para ellos, también para el planeta.

Detengan la barbarie porque cuando la bestia se come todo lo que tiene a su alrededor muy pronto comenzará a comerse sus propias entrañas.