Puerto Rico se abre al 2018, como si fuera una serie apocalíptica de esas que últimamente florecen en portales como el de Netflix. En cada capítulo nos topamos con una trama del cual decimos, "anda, de esta no se sale".

Primero fue el crédito chatarra, luego nos vamos a una quiebra, ante una deuda impagable y que fue creada de manera irresponsable por nuestros distintos gobernantes.

No suficiente con esto, el Congreso hace alarde de su poder colonial y nos impone una Junta de Control Fiscal con una agenda que no está del todo clara.

No bien estaba la Junta acomodándose, la madre naturaleza nos enfrenta a uno de los peores huracanes de nuestra historia, y posiblemente el peor, creando daños catastróficos montantes a los $94 mil millones.

No conformes con tenernos en el piso, el Congreso nuevamente maniobra para aprobar una reforma contributiva que perjudicará uno de los pilares de nuestra economía, que estaba representada en unas ventajas contributivas a distintas empresas.

Estando en la Isla recibían la seguridad de la estabilidad por ser un territorio estadounidense con los beneficios de ser una empresa foránea. Todo eso podría venirse abajo, si la Cámara y el Senado federal se ponen de acuerdo y nos llevan de por medio, sin crear ninguna excepción.

Aquí no tan solo estarían en peligro sobre 60 mil buenos empleos directos, sino que también el erario local dejaría de recibir cerca de $2 mil millones que dejan en impuesto en nuestro Fondo General.

En fin, sería un desenlace dantesco. Ante ello, enfrentamos la peor emigración de compatriotas. No se necesitó de un Fidel o un Chaves para salir corriendo pues nuestra pobre condición económica hizo del panorama futuro uno poco alentador para echar hacia adelante.

¿Dígame si esta trama de la vida real no serviría para el libreto de alguna serie?

Lo terrible del asunto es que estamos sin armas para enfrentar los retos. Tenemos un sistema de gobierno que se cimentó en quimeras y simplemente no existe. No tan solo estamos bajo la cláusula territorial del Congreso, sino que la última tarjeta del ELA, que era la llamada autonomía fiscal, está siendo ultrajada a nivel federal.

Ahora bien, ¿cuál es la brújula para el futuro? Tenemos un sector autonomista que se quedó desnudo, sin fórmula y lucen en bandada y desorganizados.

El independentismo recibe duras críticas de personas que simpatizan con ese ideal. Acusan a los que mantienen la franquicia electoral de haber creado un independentismo cultural que no crece. Se podría estipular, utilizando un término de abogados, que desde ya están abocados a no quedar inscritos, otra vez en las elecciones del 2020. Es más, ante los eventos vividos, el que venga a pregonar la independencia como alternativa recibirá un portazo en la cara por no decir que se acordarán de su progenitora.

Los estadistas también están capeando la tempestad porque, aunque hayan logrado la simpatía en sondeos de opinión y en el respaldo público de algunos congresistas, lo cierto es que lo hacen de la boca para afuera.

Un estado quebrado en sus finanzas, con la acusación de ser gansos o susceptibles a la corrupción a la hora de utilizar el dinero que nos otorgan, con una pobreza que se ha disparado aceleradamente y con una población añejada, no luce como los elementos cautivadores para presentarnos como la joya de la corona. Ante esto hace falta una gran concertación para buscar alternativas. Como estamos no somos viables para ir de manera exitosa a algún lado. 

¿Cuál es la solución? Esa es la pregunta.