Pasaban las 7:00 de la noche. Estaba sentando en el asiento del pasajero de un taxi que me transportaba al hotel que habíamos reservado en la ciudad de Valledupar, Colombia. Una luz roja interrumpió nuestra marcha y de momento, un grupo de jóvenes saltó sobre los automóviles detenidos.

De inmediato, comenzaron a limpiar los parabrisas. El chofer se quedó como si nada, pero a mí me llamó la atención. Era revivir un viejo recuerdo de juventud, cuando era común ver personas ganarse la “pesetita” limpiando cristales. Eso ya no se ve en nuestras intersecciones. 

Me quedé mirando el operativo de limpieza y se me escapó un “¿en serio?” Mis colegas que ocupaban los asientos traseros comenzaron a reír. Entendían perfectamente mi frase. El taxista me miró y al ver mi rostro me dijo ¡son venezolanos y muchos que son!”. Fue el inicio de una conversación que se alejaba de mi misión principal, pero que reclamaba mi interés.

Valledupar es una ciudad ubicada al norte de Colombia. Su región fue de las primeras en ser colonizadas por los conquistadores españoles allá por el 1550, pues su extensión territorial termina en la costa del Mar Caribe. También hace frontera con Venezuela, en la zona que ellos llaman La Guajira.

Procedió a narrarme que la ciudad de poco más de 450,000 habitantes se ha llenado de migrantes venezolanos. Han llegado huyendo de las condiciones económicas en las que se encuentra esta nación suramericana.

“Al principio llegaban a trabajar en distintos oficios, pero luego llegaron muchos bandoleros”, me comentó, encogiendo los hombros con cierto grado de resignación. La reacción se entremezclaba con impotencia al ver que la llegada de sus vecinos creaba una nueva realidad que inevitablemente estaba salpicada de elementos discriminatorios.

Me siguió contando como la inseguridad en la ciudad se ha disparado y con ella, la ratería y otros delitos. Era la experiencia del trabajador que quizás estaba alimentada por cientos de historias particulares de sus pasajeros diarios. 

Me quedé con la inquietud del tema y al llegar al hotel, continué preguntando sobre la problemática a los empleados de la hospedería, revisé la Internet y los diarios locales. Corroboré que no eran meras impresiones particulares.

En más de una ocasión, el alcalde de Valledupar había tenido que tocar el tema. Hablaba de una nueva franja social que se abría en su jurisdicción. Los gastos médicos se han disparado pues el sistema sanitario colombiano cuenta con lo que llaman un principio de protección al migrante, en el que deben atender situaciones de urgencia que luego no pueden ser pagadas por los que recibieron el servicio.

Estos venezolanos llegan a ocupar posiciones marginales. Algunos entran a las ventas ambulantes o trabajos de mano de obra barata. Muchos sucumben a lo más bajo, la actividad delictiva.  En un principio, el gobierno expidió una tarjeta de permiso especial de permanecía de dos años, así llegaron muchos a trabajos de meseros, albañiles, trabajo doméstico etc. La Oficina de Migración Colombiana en Valledupar reporta que llegan diariamente de 30 a 40 venezolanos a tramitar su tarjeta, a lo que se le suman muchos que prefieren saltar el proceso y meterse de incógnitos para probar su suerte. El cambio de pesos colombianos a la moneda venezolana les es favorable y buscan la manera de enviar sus remesas a los que se quedaron en el lado de allá. 

Valledupar es la cuna del vallenato. Aquí se efectúa el notorio Festival de la Leyenda Vallenata que salpica con alegría el ajetreado vivir de una ciudad común y corriente de su región, la que se conoce como el Departamento del César, que tiene 24 municipios. Es en sí una contradicción. Tiene una riqueza agrícola al ser productor número uno de algodón y segundo en todo Colombia en ganadería. Es punto medio de las dos cuencas de explotación de carbón del país, pero su riqueza es repartida entre unos pocos y no entre muchos. Así tiene una realidad de un 41 por ciento de pobreza. Con todos sus males nativos enfrentan también la realidad del impacto del malestar social venezolano. 

Me acosté pensando en este asunto. Reflexionando que cada país tiene sus retos. Es parte de la realidad donde la movilidad social nos impacta a todos. Los puertorriqueños también somos migrantes. Muchos han tenido que partir buscando un mejor porvenir fuera del 100 x 35. Así bobamente me quedé dormido. El sol me dio en la cara anunciando la llegada de otro día y con él mi interés se movió al asunto que me trajo a Colombia, atrás quedaría, por ahora, la trama venezolana.