Cupido ya se fue y con él los chocolates, las fresas, flores, tarjetitas y todo lo mellow de esa fecha, que se promueve como la gran venta bajo la carpa del amor y la amistad.

Son muchos los que disfrutan el día, pero tengo que admitir que soy malo para recordarlo o para cumplirlo.

El carnaval de los días festivos o más bien, forzados por el calendario, nunca me han gustado y no me dejo llevar. Algunos dirán que busco la excusa para escapar al regalo.

Ahora bien, ¿tengo que regalar cuando el consumismo lo ordena? Me perdona, pero no. Puedo ser tan romántico como cualquiera, pero me gusta salirme del protocolo.

Les comparto mis memorias de conquistador. 

Recuerdo el día que entré a la redacción de WAPA-TV, a solo días de ser contratado. Pasé por la mesa de redacción y quedé prendado de quien hoy es mi esposa.

Claro, pasé por allí como si fuera modelo de pasarela. Estaba vestido con un pantalón Docker y una Polo. Le sonreí y ella me correspondió la sonrisa. De inmediato me dije: “Esta ya cayó”. ¡Ja! ¡Qué equivocado estaba!

Pasó un mes, venía el otro intento y nada. Así pasó el tiempo, tirando más lanzamientos que un pitcher de Grandes Ligas y ninguno caía en la zona de strike. Era difícil la niña.

Admito que me acomplejé, pues uno piensa que salir en televisión era suficiente para que le hicieran caso o aceptarán salir, pero conmigo no funcionó. No sé cómo le funciona a Jaime Mayol. Debe ser el color de ojos. 

Y hasta que por fin aceptó salir conmigo.

El primer beso fue en el hotel Marriott. Ahí descubrió que era un desastre bailando. Gracias a Dios, no salió corriendo. Para colmo, me dio algún tipo de infección en el ojo derecho. Se dilató tanto que prácticamente se brotó. No sé si por pena o por la tenacidad, esa noche me dio el primer beso. Ese fue el inicio de una relación que lleva casi 11 años y en la que aun conservo la última palabra: sí, mi amor.

La convivencia no fue fácil al principio.

Soy “regón” de nacimiento y ella muy organizada. Se pueden imaginar los dimes y diretes de esos días. 

Al llegar Génesis, la atmósfera fue distinta. Les admito que me dio algo de remordimiento, pues me sentía distinto. La conexión fue más fuerte. Estoy seguro que la madurez tenía que ver. El haber sido papá a los 40 no es igual que haberlo sido a los 23. Nadie aprende por cabeza ajena y no es un decir, es la realidad.

A Génesis me la he disfrutado más. A los mayores les resté tiempo por entretenerme en otras cosas banales. Es mi culpa y lo admito.

Glenda me acusa de parecer un abuelo. Mi trato es más dirigido a consentir que a corregir. A lo mejor tiene razón, pero me gusta consentirla, pues al fin y al cabo, es muy cierto que las nenas son de papi. 

Cupido, ese enano de paños menores, me hizo ir otra vez al altar. Cuando repaso el momento, se me dibuja una sonrisa. Suena cursi, pero es verdad.

Primera Hora reseñó aquella fecha, cuando le canté a mi esposa con unos mariachis. Me sentía Pedro Infante porque eché el resto en una vieja canción que no era de las tradicionales. Estuve cuatro semanas encima de ella -de la canción por si piensa mal- con miedo a perder el compás. La interpretación me quedó bien y un aplauso selló el acto. Allí fueron pleneros, tríos y hasta el Guitarreño. Uno de los tíos comentó que más que una boda pareció un show. En algo tenía razón, era el espectáculo de dos vidas que se unían. 

Nunca pensé volver a casarme y lo haría otra vez con Glenda. Me tolera, me soporta, me consuela, me regaña, me aconseja y sobre todo, me acompaña en las buenas y las malas.

No somos el matrimonio perfecto. Esa no es la historia.

Es normal, con sus altas y sus bajas, pero con la informalidad de lo formal que puede ser el amor. 

A lo mejor me pasa como a Iris Chacón, quien después de 40 años se dejó de Junno, pero lucho para que eso no ocurra.

Hoy quise hablar de este tema.

Como les dije, tengo la manía de hablar sobre estos asuntos fuera de día.

Creo que era el momento de compartir esta historia de un conquistador que, al final del camino, fue conquistado.