El pasado fin de semana, la libertad, democracia y los derechos civiles en los Estados Unidos retrocedieron más de 60 años con los actos vandálicos de Charlottesville, Virginia.

Un grupo de supremacistas blancos, neonazis y simpatizantes del Ku Klux Klan se manifestaron en las calles de esa comunidad, orinándose en todo lo que se puede considerar como símbolo de la democracia y la inclusión. El detonante fue una convocatoria que se hizo para protestar por la remoción de una estatua que se había erigido en una de sus plazas en memoria del general Robert E. Lee, quien fuera el más popular de los generales sureños durante la guerra civil estadounidense. 

La remoción de la estatua se une a un esfuerzo que desde 2015 se ha dado en EE.UU., donde se planteó revisar la conveniencia o no de los símbolos de la guerra civil, sobre todo los relacionados al sur. Un asunto importante en esta discusión, es que siempre se hace referencia a que este conflicto fue precipitado por el aspecto racial, cuando en realidad fue un choque de visiones económicas, entre otras cosas.

Claro, la economía sureña estaba sustentada en aspectos agrícolas para los cuales los esclavos negros eran esenciales y se consideraban como animales de trabajo. De hecho, aunque el racismo era la norma en el sur, no era exclusivo de ese sector ya que también existía en el norte.

Ahora bien, regresando a la figura del general Lee, un vistazo a su vida puede conducir a esa jauría extremista, a llevarse una desagradable sorpresa. Aunque vestía los colores de la causa sureña, no era simpatizante de la totalidad de sus prácticas. El propio Abraham Lincoln le pidió a Lee, a través del Secretario de la Defensa, que fuera el comandante del ejército de la unión. Sus galardones lo tenían al tope de los oficiales de las fuerzas armadas de ese entonces y hasta su esposa, estaba emparentada con la familia de George Washington. 

Sin embargo, el corazón de Lee estaba atado al territorio de Virginia, la tierra de sus padres. Cuando ese estado se separa de la unión, Lee renuncia a sus funciones para comandar el ejército de Virginia, que para nada se puede confundir con el mando de la totalidad de las fuerzas sureñas. Eso ocurrió dos meses antes de la rendición del sur en 1865. Lee incluso apoyó un plan para abolir la esclavitud en el sur, que lo llevó a tener roces con sus contemporáneos. Esta breve reseña histórica es para reflejar que los delincuentes manifestantes de Charlottesville ni se han ocupado en estudiar la figura del ex-militar que, en los últimos años de su vida, se dedicó a la academia. Es injusto que se apropien de la figura del general como niño símbolo de los más bajos sentimientos racistas que usted pueda encontrar. 

No intérprete que estoy a favor de estos monumentos. Solo pienso que el general Lee debe ser medido diferente. De acuerdo a informes, existen cerca de 718 monumentos dedicados a figuras de la vieja Confederación esclavista, algunos tan repulsivos como el que se dedicó a Nathan Bedford Forrest, quien fue un general confederado que una vez terminada la guerra fue de los fundadores del KKK y cuyo busto engalanaba nada más y nada menos, que el interior del Capitolio de Tennessee. Imagínese usted. 

Pero esto solo se queda en la epidermis de nuestra discusión. La manifestación del pasado fin de semana puso en pantalla grande, full HD, a grupos de extrema derecha que se creía casi extintos a manera organizada. Nadie apostaría a manifestaciones a esos niveles. Lamentablemente nos equivocamos. A mí me dio pavor ver en la televisión que esos manifestantes eran relativamente personas jóvenes y no un chorro de vejestorios que vivieran de los recuerdos y odios de los 50 o 60. Esa semilla es la que ha germinado en la nación americana. Están visibles y envalentonados por un presidente idiota que lejos de condenar la violencia racial, vino a justificarla, al señalar que hubo violencia en ambos bandos. Mojando a los que se manifestaban en contra y que fueron los que sufrieron la muerte de una mujer.

Desde la llegada de Trump muchos ciudadanos han sentido que tienen licencia para sacar a pasear a sus prejuicios. Lo razonable que le podía resultar a los ultra conservadores el crear un muro anti migrante, se ha convertido en un peligroso discurso que levanta pasiones belicosas. Las matanzas raciales pudieran ser comunes. No quiero ser fatalista, pero el olfato me dirige en esa dirección. La reaparición de la bandera confederada, no como objeto histórico, sino como símbolo de los que inspiran una guerra racial debe poner a correr a asesores sensatos a colocarle un bozal a Trump. O el discurso se endereza o volveremos a las revueltas violentas de los documentales que recogían la época de la segregación racial. El ser humano se supone que evolucione. Es el paso natural, pero lamentablemente en EE.UU. estamos viendo la regresión.

Hoy Martín Luther King, Lincoln y hasta el propio Lee tienen que estar convulsando donde quiera que se encuentren.