“Tenemos que recuperar la credibilidad, levantar la economía y producir empleos”.

Este estribillo repetido una y otra vez, hasta la náusea, se ha convertido en muletilla y excusa para justificar la eliminación y reducción de los derechos de los trabajadores, que tras intensas luchas, fueron justamente vindicados.

Enfrentamos tiempos tortuosos y tenemos que levantar este País con la cuota de sacrificio de todos; no de algunos, no de los más vulnerables, no de los que están en el lado finito por donde parte la soga.

La Reforma Laboral persigue ponerles el silicio en el cuello a los trabajadores y someterlos al suplicio.

El remedio no puede ser empobrecer aún más a los trabajadores, ni tronchando el futuro y los sueños de los jóvenes, forzándolos a abandonar su patria y a sus progenitores.

¡Qué falta de humanidad! ¡Qué voracidad! Todo en aras de “recuperar la credibilidad, levantar la economía y la creación de empleos”. Pretenden inmolarlos.

La Ley de Reforma Laboral va afectar a todos: a populares, penepés, independentistas, libre pensadores y escépticos, que no creen ni en la luz eléctrica. 

Al día de hoy, esta administración no ha presentado una proyección, un estudio, o una evidencia de que esas medidas abusivas beneficien la economía. 

Por el contrario, algunos economistas y sectores de la industria han advertido que la situación económica se agravará y que el efecto será en cadena.

Esos horarios, esa jornada de trabajo extensa y mal remunerada, no les tocarán sufrirlas a los legisladores que votarán a favor de la medida.

Tampoco a los ejecutivos y altos funcionarios públicos, ni a sus hijos.

 En el Gobierno, el que tiene padrino se bautiza.

Hay a quienes les cae “maná del cielo”, en sus diversas modalidades: aprobando legislación que favorece a algún empresario “amigo” y generoso contribuyente político y otorgándole jugosos contratos a los amigos.

De estos casos, están llenos los archivos penales. Quid pro quo, se le llama al acto.

Me pregunto si los trabajadores, incluyendo los que votaron por el gobernadora Ricardo Rosselló y el PNP, rebozan de alegría ante la promesa de que acumularán seis días por enfermedad al año, a sabiendas de que no podrán sufrir ni un catarro, que justo dura siete días, si no se complica; y que tendrán que rezar porque no les dé dengue, ni influenza, ni zika, ni diarrea, ni vómitos, ni fiebre, ni él estrés que provoca el acoso en el trabajo.

Me pregunto si estarían de acuerdo, con que después de estarse fajando durante 365 días, el patrono le da la grata nueva de que no pasó el periodo probatorio.

 “Tenemos que recuperar la credibilidad en los mercados... bla, bla, bla”, repiten como el papagayo.

 Y para recuperar la credibilidad tenemos que colocarnos el silicio en el cuello y flagelarnos, tenemos que pasar por el suplicio y purgar nuestro pecados.

A los empleados del sector público, sean penepés, populares, independentistas o escépticos, una advertencia: cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo.

Si permaneces impávido, como dice este refrán del siglo XV, cuando un amigo, trabajador o vecino es objeto de abuso e injusticia; si miras para el lado, cuando le pasa a otro, lo más probable es que te ocurra a tí.

“Primero vinieron por los comunistas, y no dije nada porque yo no era comunista.

Luego vinieron por los judíos, y no dije nada porque yo no era judío.

Luego vinieron por los sindicalistas, y no dije nada porque yo no era sindicalista.

Luego vinieron por los católicos, y no dije nada porque yo era protestante.

Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada".

Poema de Martin Neimoller, alemán.