Quedan unos cuantos días para que entre en funciones la Junta de Control Fiscal que colocará a Puerto Rico en una vitrina, no precisamente de democracia, como se nos presentó una vez ante el mundo, sino como un ejercicio de poder del imperio sobre su colonia, a 118 años de su invasión.  

Dificulto que los puertorriqueños vayan a desbordarse en las calles con banderitas de los  Estados Unidos, batuteras y la banda de Guayanilla, tocando música marcial para recibirlos.

Sería una escena inefable: la banda con su  “tarara tararara tara ran ran”, mientras los ciudadanos en el paroxismo de la euforia claman y aplauden su llegada.

Nada como la pasión, orgullo y emoción que  manifestó el pueblo puertorriqueño durante el recibimiento de nuestra medallista de oro Mónica Puig y  de los  atletas boricuas que dignamente nos representaron en Río 2016. 

Miles de banderas arroparon ayer el firmamento de la patria y su estrella  brilló en lo alto para iluminar a otras estrellas.

La llegada de la Junta, en cambio, generará otro tipo de  reacciones: curiosidad, temor, incertidumbre, malestar, “alegría”, indiferencia  y desaprobación. 

Unos cuantos “locos de contentos” le darán la bienvenida como si fueran sus héroes; otros, enfilarán sus cañones en actos de protesta y desobediencia. 

En 1898, cuando los americanos nos invadieron por Guánica, área del sur de la Isla en la que prevalecía un sentimiento anti español debido a los abusos y la persecución contra los autonomistas en los tiempos del componte, muchos habitantes de la zona  se alegraron porque creyeron que los Estados Unidos les traería la democracia.

En vez, sumieron al pueblo en la pobreza, con sueldos de hambre y miseria, mientras se llevaban las ganancias para afuera.

La historia se repite ahora, con la Junta de Control Fiscal, de la que un sector considera que  nos traerá  estabilidad  y bonanza económica, que nos sacará de la miseria, que acabará con la corrupción institucionalizada y que fomentará el crecimiento económico y  la creación de empleos.

“Wishful thinking”, como dice el americano. Eso no es lo que promete PROMESA.

No olvidemos que  el 1 de septiembre, extraños, ajenos a nuestra idiosincrasia, vienen a cobrar el dinero que se les debe  a los bonistas. 

Se espera que  ocurran despidos de empleados públicos, reducción de sueldos, cierre o fusión de agencias, imposición de un salario mínimo de $4.25 a los jóvenes de 25 años o menos y otras sorpresas. 

La Junta controlará el presupuesto, le pedirá un plan al Gobernador, y si  no le satisface, que apostamos que así pasará, impondrá su propio plan, que algún puertorriqueño, como buen muchacho de mandado, ejecutará. 

La Junta,  se supone, se constituya el 1 de septiembre y el 8 de noviembre, celebraremos el “simulacro” electoral.

La encuesta de El Nuevo Día da una ventaja de 126,000 votos, al candidato del Partido Nuevo Progresista a la gobernación, Ricardo Rosselló, por encima de su homólogo del Partido Popular Democrático, David Bernier.

De celebrarse un plebiscito estadidad sí o no, como propone Bernier, resultaría victoriosa  la estadidad.

Hay mucha confusión en las filas del Partido Popular. Son muchos los  votos que Bernier tendrá que buscar. Mientras pesca el voto de estadistas descontentos, pudieran escapársele los votos independentistas, que tradicionalmente ayudan a ganar al Partido Popular.

Intriga si los independentistas superarán sus diferencias, los personalismos y sectarismos, para convertirse en la fuerza moral de la patria.

Parecería que no  aprovecharán la coyuntura histórica, en la que después de 118 años de coloniaje, el propio imperio reconoce  que somos su colonia, para articular ante el pueblo una opción descolonizadora.

Parecería que no existe la voluntad de demostrarle al mundo que existe un sentimiento fuerte, vigoroso y creciente a favor de la independencia.

No pueden plantarse ante el pueblo como una opción, si no son capaces de ponerse de acuerdo. 

Se intensifica el debate, en tanto, de  si se debe respaldar al PIP en las elecciones para dar una demostración numérica de fuerza.

Ya algunas organizaciones han anunciado su respaldo electoral a la colectividad,  que además de un partido electoral, es un movimiento de liberación nacional.

Hay quien se canta incapaz  de superar  las diferencias. Hay a quien  le revienta por los poros el anti pipiolismo. Hay quien despacha el asunto diciendo que el PIP es un partido electorero.

Sin embargo, un número significativo de independentistas, en algún momento,  han terminado  votando por partidos coloniales, como es el caso de los melones.

Más allá de sus diferencias ideológicas  y de  sus visiones de “táctica y de estrategia”, adolecen de un serio problema: no se miran  a sí mismos.

Todos creen tener la razón y la verdad agarrada por el mango. 

En tanto, se nos desangra la patria.