Las revelaciones de un testigo confeso que se coló como un gusano contorneándose y arrastrándose, haciéndose espacio y valiéndose de la amistad para penetrar en las esferas de poder, tentando a políticos débiles, ambiciosos e incautos, solo confirma que la corrupción es un cáncer que carcome las entrañas de los partidos de mayoría.

El súper recaudador, Anaudi Hernández, se erigió en nombre de la amistad con el gobernador Alejandro García Padilla, en el salvador de políticos necesitados de dinero para hacer sus campañas, a quienes luego les  pasó factura por sus servicios.

“Estaba en una actividad con Jaime Perelló y nos acercamos a él para ver cómo lo podíamos ayudar”, dijo Hernández durante su testimonio en el tribunal federal.

“Me comentó (Perelló) que tenía un problema con el cuadro, que llevaba muchos años y que si podíamos ayudarlo”, agregó.

Aquí comenzó la historia del contrato del cuadro telefónico. Así facturó  a la senadora Mari Tere González, y a muchos otros, para colocar en las agencias a las personas que lo ayudarían en sus raterías, hoy acusadas y otros convictos al aceptar su culpa.

El germen de la corrupción, alimentado por la  ambición y el deseo de poder,  arrastra a políticos al descrédito y a su destrucción. 

En ambos partidos, que se alternan el poder, se ha entronizado el traqueteo, el soborno, la extorsión, la venta de influencias, el dinero por debajo de la mesa y el padrinazgo.

Uno de los ejemplos más emblemáticos es el del exsecretario de Educación, Víctor Fajardo,  acusado y convicto en el 2002, de apropiarse de $4.3 millones, destinados a los estudiantes del sistema público de enseñanza, que fueron desviados a su bolsillo y a las arcas de su Partido Nuevo Progresista durante la administración del entonces gobernador Pedro Rosselló.

 Son dos las situaciones: una es que los partidos ganan elecciones a fuerza de billetazos, de quién coloca más pautas, quién hace más propaganda quien repite más sus mensajes políticos, hasta la náusea.

Esas cantidades astronómicas de dinero que dan algunos contribuyentes a los partidos, lo dan a cambio de algo. No es por amor a la patria.

Es un pago anticipado por los contratos, legislación y privilegios que le habrán de conceder. Se llama inversionismo político y financiamiento de campañas.

A falta de chavos y desesperados por resultar electos, los candidatos caen en esas trampas y se les ve recibiendo dinero en bolsas de papel  y en cajas de zapato, como ocurrió con el   exvicepresidente del PNP, en la Cámara,  José Granados Navedo.

Hernández, como testigo de la fiscalía, tiene que declarar “toda la información que conoce” y que  ayude a lograr la convicción de los presentes acusados, de una investigación que tal parece que continúa.

Hoy es Anaudi Hernández y unos empleados sembrados estratégicamente en agencias claves para perpetrar el saqueo de $2.1 millones.

Ayer fue un René Vázquet Botet, ex director de campaña de Pedro Rosselló, y Marcos Morell, secretario general del PNP, convictos por el fraude de $2.4 millones, en el caso del Súper Acueducto.

El pago por “debajo de la mesa” a funcionarios ejecutivos, la contribución a campañas políticas, el pago a legisladores para asegurar trato especial en las leyes, el pago a funcionarios municipales para favorecer intereses privados, son las prácticas corruptas más comunes en Puerto Rico.

“... Uno de los dolores de cabeza de servirle al País es el tratar de escudriñar quién se acerca con buenas intenciones y quién se acerca con malas intenciones...”, expuso ayer García Padilla.

“En este caso nos resulta doloroso porque no se trata de si es amigo o no es amigo. Miren, sus hijos y mis hijos se hicieron amigos. Nosotros creíamos que era con buenas intenciones y nos resulta doloroso que era para tener acceso al gobernador”, dijo en alusión a Hernández, quien le recaudó cerca de $300,000 para su campaña.

El candidato a la gobernación por el PPD, David Bernier,  dice tener intenciones de establecer nuevos estilos, razón por la que pidió la renuncia a Jaime Perelló como presidente cameral. Pero le han salido más chichones.

La percepción generalizada es que no importa quién gane las elecciones, los rojos o los azules, “volverán las oscuras golondrinas” porque la corrupción está enquistada.