No puedo imaginarme a alguien a quien en su niñez le preguntaran: ¿Qué quieres ser cuando grande? y su respuesta fuera “yo quiero ser prostituto”. Quienes llegan a practicar el “servicio del sexo” llegaron allí por otras circunstancias. El grado de desesperación, trauma o lo que sea que llevó a alguien a vender su cuerpo solo esa persona lo sabe. Como sociedad, ¿debemos condenar la prostitución o ser sensibles ante quien llega a tal circunstancia? ¿Legalizar la prostitución es mejor o peor para la sociedad y para las propias personas que se prostituyen? 

La semana pasada la Policía realizó un operativo en el que arrestó a casi un centenar de personas que se dedicaban a la prostitución. El mismo día que eso ocurría el presidente de la Junta de Gobierno del Banco Gubernamental de Fomento (BGF) le escribía una caliente carta al presidente senatorial Eduardo Bhatia sobre el potencial cierre del Gobierno. Bhatia le contestaba diciendo que más malos eran ellos y que había que cortar el gasto gubernamental y así discutían mientras en su cara estaba una forma de cortar el gasto, incrementar los recaudos y tener compasión a la vez.  

En enero de 2014 escribí la columna Gracias a los impuestos del pecado en la que establezco que gran parte de nuestro presupuesto actual depende de conductas tildadas en la Biblia y en la sociedad como actividades pecaminosas. Anualmente los impuestos al “pecado” (juegos, lotería, alcohol, cigarrillos, etc.) dejan al Gobierno $1,100 millones. Casi lo mismo que el Impuesto sobre Ventas y Uso (IVU), que recauda $1,200 millones. De ahí que me parezca hipócrita la oposición a la legalización de las drogas y la prostitución cuando la justificación para su ilegalidad proviene de argumentos bíblicos en su mayoría igual que los anteriores “pecados” socialmente aceptados.

Quienes creemos en legalizar la prostitución no lo hacemos porque queremos que haya venta de cuerpos en todas las calles y sexo en cada esquina. Al contrario, en la ilegalidad de la prostitución ocurre que quienes se dedican a esto quedan a merced de la calle, sin protección alguna, sin quien les incentive o motive a salir de ahí y sin los cuidados médicos que necesitan. Los hombres y mujeres que se dedican al “servicio del sexo” están en una peor posición en la ilegalidad y las probabilidades que tienen de salir de ese mundo se disminuyen precisamente por el trato jurídico. 

Saque sus prejuicios por un momento y razone. Si mañana legalizamos la prostitución, ¿usted va a salir a la calle a vender su cuerpo? Entonces, ¿por qué pensar que automáticamente al legalizar se van a cundir las calles? Al contrario, en la legalización hay control del lugar para esto, hay requisitos de chequeos médicos, protección de que el “chulo” no les maltrate y presione a seguir trabajando en la calle, etc. Si se legaliza, quienes tienen tal práctica pueden pagar su propio plan médico y requerirse por el Estado certificaciones periódicas de salud, pueden ir y reportar si algún “chulo” los está presionando, o si algún cliente les golpea, o si alguien les roba el dinero. 

Por esto el estado de Nevada, en Estados Unidos, y otros lugares del mundo han comprendido que aunque preferimos que la gente no se dedique a eso, es mejor legalizarla y regularla que prohibirla. Incluso, un estudio en Irlanda (donde es ilegal la prostitución) demostró que la razón por la que casi todas las prostitutas son víctimas de clientes agresores es porque saben que no serán reportados a la Policía. Otro estudio reporta que el 30% de la violencia hacia las trabajadoras del sexo se produce por agentes policiacos que saben que estas no irán a informarlo. Por ello y otras razones en Nueva Zelanda y Alemania se legalizó la prostitución para poder regularla y controlar los lugares y formas en que esta puede ocurrir. 

Incluso, la Organización Mundial de la Salud (OMS) pidió descriminalizar la prostitución. Estas organizaciones y países no piden legalizar la prostitución porque “es bonito, chévere y cool” que la gente venda su cuerpo para poder alimentarse. Estos países no son depravados ni antros de perdición. Al contrario, son naciones que según todos los indicadores que usted pueda encontrar tienen mejor educación, salud y calidad de vida que nosotros y que Estados Unidos. Pero han comprendido que la prohibición de esa práctica es peor que la legalización. 

Se ha reportado que la forma más efectiva para evitar la propagación de enfermedades de transmisión sexual en el mundo de la prostitución es a través de la legalización ya que además de la verificación continua de su salud, un cliente no podría obligar a quien se prostituye a no utilizar profiláctico, ya que esta podría reportarlo a las autoridades. En el mundo actual, muchos clientes en la obscuridad nocturna golpean y terminan violando a quienes utilizan su cuerpo como un bien, propagando enfermedades que muchas veces quien las tiene es el cliente y no a la inversa. 

Cuando el estado de Rhode Island legalizó la prostitución, se demostró que bajaron los casos de enfermedades de transmisión sexual en el estado por sobre 30%. También se redujo sustancialmente la cantidad de violencia y violaciones sexuales. 

Pero el argumento más importante para legalizar la prostitución es que literalmente es la forma más efectiva para lograr disminuir el tráfico y venta de seres humanos que está fuera de control a nivel global. Hoy hay muchas más personas esclavas que en la época de “la trata legal de esclavos africanos y orientales”. Si algo de seguro va a disminuir la compra y venta de seres humanos que son esclavos sexuales en muchos países es precisamente que esta industria pueda regularse, reconocerse que no será erradicada y, mejor aun, será respetado el ser humano por ser un fin y no un mero medio. 

Actualmente, la prohibición lo que logra es todos los riesgos mencionados y a la vez que esas personas sean una carga para el Estado en cuanto a los servicios que necesitan, cuando bien pudieran ser personas que aporten al fisco, adquieran sus propios servicios médicos y puedan vivir una vida con menor peligro, pudiendo a la vez el Estado acercárseles continuamente para ofrecerle otras alternativas de vida. Pensadores y economistas tan respetados como Milton Friedman y el Consejo de Derechos de la Salud de las Naciones Unidas están a favor de cambiar la política prohibicionista sobre la prostitución. Quienes lo planteamos no es porque seamos morbosos y enfermos sexuales. Simplemente, no siempre aquello que nos decían desde chiquitos era correcto y los estudios son contundentes en este caso. Lo contrario es taparse los ojos y peor… mientras las cartitas entre Bhatia y el BGF continúan y nada cambia, demostramos ser insensibles con la realidad de las circunstancias de quienes solo Dios sabe por qué, cómo y cuándo llegaron allí. 

Puerto Rico pretende cambiar sin hacer cambios. Y esa es la definición de locura.