La escuela que yo sueño no cierra a las 3:00 p.m. jamás. La escuela que yo sueño es el centro de desarrollo comunitario de cada barrio, y a las 3:00 p.m. se transforma. 

No es para menores solamente, es el lugar donde cada persona en la comunidad tiene una labor social y es el motor de búsqueda de alternativas cognoscitivas para adiestrar a nuestra gente desempleada para que pueda hacer por sí misma un nuevo taller, un negocio,  que pueda aprender a ganarse la vida fomentando la creatividad como la más alta prioridad y tiene laboratorios para allí auscultar un mundo nuevo día a día.

A las 3:30 p.m., desempleados de la comunidad van a aprender nuevos oficios técnicos con alta demanda como energía renovable, enfermería práctica, etc. A esa hora llegan  estudiantes de la UPR, quienes –como parte de los requisitos de graduación en su último año de clases– tienen que sacar tres horas a la semana para dar talleres prácticos en nuestras escuelas de la comunidad para enseñarle a nuestra gente  oficios y disciplinas. Los fines de semana irán a la escuela para dar talleres de derechos civiles, clínicas de salud, inversiones y llevarán obras de teatro y artes para estimular la sensibilidad como nunca antes. Cada  practicante comprende que lo que paga para estudiar en la UPR es una cifra nominal porque es la sociedad la que aporta la inmensa mayoría de los $23,450 anuales que la UPR cuesta por cada estudiante. 

Por ello, en la escuela que yo sueño, mientras que unos  universitarios dan los talleres a padres y madres bajo supervisión de la academia, otros dan tutorías a menores en las materias básicas de 3:00  a 4:20  y, de 4:30   a 6:00 de la tarde,  ofrecen talleres de artes, teatro, música y deportes de forma entretenida. Luego, a las 7:00 de la noche, una vez a la semana, se declama, se hacen obras comunitarias, noches de talento y bisemanalmente  reuniones sociales para discutir planes anticrimen comunitarios, ayuda a menos afortunados y se propicia el contacto padre/madre con maestro o maestra.

La escuela que sueño tiene una voluntaria que llama a las 9:00 a.m. a todo hogar de estudiante que se haya ausentado para saber las razones. La escuela que yo sueño no tiene maestros atornillados. Se le paga $73,000 anual al magisterio y eso se logró eliminando los puestos burocráticos innecesarios y enviando a las escuelas esos fondos y personal. Solo pueden llegar a la honorable profesión magisterial quienes pasan exámenes rigurosos, demostrando no solo que son personas capacitadas con conocimiento, sino que tienen que demostrar aptitud para dar clases, pues no es lo mismo tener el don de conocer que el don de saber enseñar lo conocido. 

La escuela que yo sueño examina al maestro y jamás da permanencia, pues asegurarle un puesto a alguien implica que si no tiene verdadera vocación, estará tronchando el desarrollo de 150 niños y niñas anualmente, comprometiendo así el bienestar social de 4,500 de ellos antes de su retiro. Además, estarán tan comprometidos con su vocación que no la necesitarán. 

Para ser maestro de la escuela que yo sueño, se tiene que tener el  IGS más alto, más que medicina, ingeniería o derecho, pues no merece educar a nuestra única esperanza de futuro quien no esté sobre el resto de la sociedad. 

La escuela que yo sueño jamás pasa a personas de grado sin que tengan las destrezas y no permite que alguien obtenga una A sin ser de excelencia, pues no crea mediocres ni engaña a quien luego jura ser un genio cuando realmente se graduó por regalo de notas. Para obtener una A, B o C, se tiene que fajar de verdad. 

Es un lugar de investigación y desarrollo, donde el libro es la base y jamás la finalidad es embotellarlo, allí se fomenta capacidad de pensamiento crítico y responsabilidad de conciencia social, y se comprende que el texto solo es el principio de la información, mi labor es buscar más allá, retar y contradecir lo que dice el libro y buscar otras vertientes al investigar y contrastar posibles hipótesis nuevas. 

 La escuela que yo sueño no busca crear empleados, busca crear empresarios y el magisterio identifica a quienes tienen talento para ello y procura su mentoría. Busca retarse a sí misma y sabe que la competencia es contra el mundo y que, mucho más que en el Mundial de Béisbol o en una carrera de Culson, aquí sí nos jugamos la vida por lo que  de verdad tengo que competir para ser el mejor en el mundo, que son las ciencias,  matemáticas, español e inglés, y si soy el mejor en el deporte, superbién, pero en la escuela que yo sueño se tiene claro que no todo el mundo podrá ser cantante o deportista. 

Esta escuela guarda contacto con quienes egresaron y tienen éxito para que lleven charlas, donen su tiempo y dinero a ella para que otros tengan igual oportunidad. La escuela que yo sueño es totalmente posible. En la década de los 70, en Finlandia, Corea del Sur y Singapur también la soñaron y, en aquel momento, nosotros les dábamos pasta y queso. Hoy son ellos quienes nos dan a nosotros porque no solo soñaron con hacer esas escuelas, las hicieron.