¿Es realmente vago el boricua? Esa pregunta me la he hecho muchas veces, pero en una conversación con un familiar se me hizo pensar nuevamen-te sobre el tema y decidí buscar los datos.

Se supone que usted ya haya leído La llamarada. Si no, pues eso demuestra que nuestro sistema educativo se debe implosionar. En la obra, Enrique Laguerre (ese famoso productor de novelas de televisión, según la ahora jueza y ex representante Liza Fernández) nos hace ver los tiempos de mi abuelo, cuando la gente lloraba cuando acababa la zafra y, por tanto, no había trabajo. En Bagazo, Abelardo Díaz Alfaro narra la historia de un boricua que estaba dispuesto a asesinar al capataz por no haberle dado trabajo y decir que no servía para trabajar. La charca, de Manuel Zeno Gandía, nos muestra una sociedad a nivel de esclavitud.

Quien conoce la historia de Luisa Capetillo sabe del arduo trabajo de las mujeres de la Isla. También conocemos de la gran emigración boricua de 1944 al 1960, cuando miles de puertorriqueños se fueron a la Gran Manzana en búsqueda de trabajo, entre ellos mis padres –en su caso a Chicago–. Una tercera parte de la población se fue de la Isla y quienes han leído un poco sobre esa emigración saben que se iba a trabajar y bastante duro. Mi abuelo Eladio fue uno que se fue a recoger tomates y “talar” árboles. De allá no regresó bien, pero eso es para otra columna.

La comunidad boricua siempre fue bien trabajadora, hasta que algo cambió: en noviembre de 1974 llegaron los cupones de alimentos y se popularizó el estribillo “Estoy hecho con los cupones”, campaña con la cual el gobierno de Hernández Colón fomentó el uso de dicho programa, que le siguió los pasos a la PRERA. Poco a poco fueron introduciendo “ayudas” y la familia boricua quedó con una pregunta muy básica: ¿vale la pena trabajar?

Me senté con un familiar que tenía casi todas las ayudas e hicimos un estimado. Como hacen los economistas, simplemente vimos los datos de lo que era más rentable para él, su esposa y su hija. No tomamos en cuenta el estigma social. En la tabla adjunta, vea la conclusión.

Obviamente, estos datos son estimados y cada caso particular varía. Ahora, para una persona que reciba esas ayudas, el incentivo que tiene para trabajar el mínimo es ganar $84 más al mes. Y si decide trabajar y pierde gran parte de las ayudas que recibe, terminaría haciendo un disparate, desde una perspectiva puramente económica.

(Debo señalar que mi familiar decidió trabajar porque “el trabajo dignifica y quería darle un ejemplo a su hija”).


En Puerto Rico, 1,633,523 personas reciben Mi Salud; 1,339,849, cupones; 129,824 viven en residenciales o vivienda pública, más los miles de arrimaos que no se cuentan; 11,941 tienen Plan 8 y 9,100 están en espera; 185,000 personas reciben subsidio de AAA, un número mayor cuenta con subsidio de AEE y 210,340 de teléfono. Muchas de esas personas reciben todas estas ayudas y algunas adicionales. Añado que a mi madre, a mis hermanas y a mí nos dieron muchas y luego becas para estudiar.

Muchísima gente hace un cálculo similar y decide no trabajar formalmente, sino coger las ayudas y conseguir un chanchito por el lado, y se lo esconde al gobierno estatal y federal.

En el 2003, el Centro para la Nueva Economía publicó un estudio que demostró que si no se gana cerca de $1,300 mensuales no es rentable (esto es full-time, a $8.13 la hora). Pero si le añades el costo de trabajar (transportación, ropa, impuestos, cuido, sin contar malos ratos en el empleo, tapones, etc., probablemente ese número se acerca a unos $1,900 mensuales ($11.88 la hora). Una maestra gana $1,750 mensuales.

Tanto Estados Unidos como el PPD y el PNP saben esto. No lo cambian porque viven del continuismo. Queda de nosotros como pueblo caer o no en la trampa que nos han montado, que está tan bien hecha que asusta.