Su nombre no importa, pero lo que hizo afecta literalmente tu día a día. Hace algún tiempo se dio una guerra entre dos personas. Una de ellas era un médico reconocido por sus descubrimientos y desarrollo científico. Era un respetado investigador cuya vida fue arruinada por el hombre que todavía sigue afectando nuestra política pública. El médico decía que había que tratar a los seres humanos con compasión, que la medicina era para cuidar al paciente y que las drogas eran un instrumento más en el tratamiento que, junto a ayuda psicológica, les ayudarían a salir adelante. Decía que marginar a quienes han caído en el vicio de las drogas era un error y que tratarlos como criminales solo los haría recaer aún más en su vicio. 

Un hombre entró sudando con dolor y temblor a su clínica. El doctor había atendido a decenas de pacientes con iguales síntomas. Parecía obvio que tenía síntomas de adicción a heroína y el médico le recetó lo único que lo curaría poco a poco de su adicción. Le prescribió heroína pura, la cual dada en su estado de pureza era mucho menos nociva que la que pudiera conseguirse en la calle. Inmediatamente, entraron las autoridades y arrestaron al respetado médico científico Edward Williams, al igual que a miles de otros profesionales de la salud que fueron arrestados por el  Negociado Federal Antinarcóticos. Una de las historias menos contadas en esta guerra contra las drogas es que los médicos fueron los primeros en oponerse a la prohibición de estas sustancias. 

En aquellos tiempos, la Asociación Médica Americana fue la primera en combatir eso de que las drogas debían prohibirse y publicó estudio tras estudio demostrando la falsedad de lo que decía el Negociado. Entonces, la heroína, la marihuana y otras sustancias eran utilizadas todos los días en despachos médicos para tratar a pacientes con diversas dolencias, situaciones mentales y físicas. Incluso era la forma más barata de poder ayudar a adictos a drogas para poco a poco ir tratándoles y sacándoles de su adicción, en la cual cayeron por decenas de razones. El Negociado Federal Antinarcóticos se encargó de cambiar eso y les pagaba a adictos para que entraran a oficinas médicas y una vez les recetaran las drogas prohibidas se  arrestaba a los galenos. 

Incluso cuando el doctor Alfred Lindesmith dijo que había que tratar a los adictos con compasión y cuidado para irles restaurando como a cualquier otro enfermo, el Negociado filtró falsamente información de que el doctor decía eso porque estaba vinculado al narcotráfico. Así fue como Harry Anslinger afectó tu vida hace décadas y logró meternos entre ojo, boca y nariz que la prohibición de las drogas funcionaría, comenzando el proceso para la feroz guerra por las sustancias ilegales que mataría a miles que buscando hacerse ricos se aprovecharían del dolor de la gente. Aun cuando hay informes históricos que demuestran que el entonces jefe del Negociado Federal Antinarcóticos era un racista empedernido y que el comienzo de la prohibición de la marihuana se produjo tras ver cómo mexicanos les daban la planta a chicas blancas y luego tenían sexo con estas (recuerden gente, estamos hablando de Estados Unidos en los años 1930, cuando una blanca con un negro no podían casarse en algunos estados porque era delito), hoy seguimos estas ideas como si fueran la Biblia. 

Aun con los datos de hoy, aun con todo lo que sabemos estudio tras estudio, aun tras leer la historia y ver que la desinformación  y el racismo rampante (contra los chinos por su uso del opio -heroína-, los latinos y negros por el uso de marihuana y la coca) fueron los detonantes de esta guerra que solo beneficia al narcotraficante, seguimos haciendo lo que sabemos que no funciona. Mire si no funciona esta guerra que mientras más se prohíbe más aumenta la producción de las sustancias ilegales. Desde los años 70, cuando el entonces presidente Richard Nixon declaró la guerra a las drogas y desde los años 90, cuando las Naciones Unidas le siguieron el paso, se ha multiplicando sustancialmente el uso y la producción de drogas alrededor del mundo. Busque el informe de la Comisión Global sobre las Drogas para que vea los datos y se sorprenda. No me crea, busque usted y “gugulee” para que encuentre estos datos. 

No me haga caso a mí, vaya y lea lo que pasó en Portugal cuando se descriminalizaron las drogas: en vez de meter presa a la gente, comenzaron a ayudar a los adictos. Empezaron a meter el billete que antes iba a la guerra contra las drogas para ayudarles a salir del vicio poco a poco y a la vez redirigieron sus recursos para que los adictos pudieran conseguir un empleo y ser funcionales. Vaya y vea el ejemplo de Suiza, donde a los adictos se les lleva a una clínica como si fuera un centro de diálisis y se le trata como seres humanos y se les van regulando las dosis mientras trabajan a la vez y son personas productivas. Los adictos allí son gente que trabaja en la agricultura, en trabajos diestros y son profesionales. 

¿Por qué tratar a un adicto distinto a un paciente de una enfermedad que necesita su medicamento y luego puede seguir produciendo como cualquier otro ser humano? En estos países no ha ocurrido una hecatombe social. En Portugal las calles no están llenas de zombies alocados e improductivos. Suiza no se volvió un prostíbulo anárquico después de esto. Colorado no se ha convertido en un antro de perdición donde los asesinatos y la delincuencia se han disparado tras la locura de “Reefer Madness”. Al contrario, los delitos han bajado, la economía ha mejorado y la productividad aumentó, llevando recursos al estado para educación y servicios al pueblo, cuando antes esos fondos se usaban para encarcelar a personas que nada bueno aprenderían en la prisión y al salir no podrían conseguir empleo por no tener “certificado de buena conducta”, condenándoles a volver al “punto”. Busque los datos, no me haga caso. 

Quienes creemos en la legalización de las drogas no lo hacemos porque nos gustan estas y las adicciones. Tampoco pensamos que  un mundo perfecto e ideal es aquel en que la gente utiliza sustancias controladas. Los que abogamos por la legalización lo hacemos porque creemos genuinamente que la prohibición es mucho peor que esta, porque le quita totalmente el control al mundo legal y deja a la merced del mundo ilegal a la gente. Si usted cree que la prohibición es mejor que la legalización porque así se aleja a los niños y niñas de las drogas le pregunto: ¿Cuándo fue la última vez que usted vio que en el punto le pidieran “id” a alguien para saber si le vendían o no la droga? 

En mi caso, nunca me ha interesado ni me interesa utilizar ninguna droga. Ni siquiera me gustan los medicamentos recetados. Como saben, mi vicio es comer demasiado y esa guerra interna la lucho en cada desayuno, almuerzo y cena. Es más, ojalá solo la librara en esos momentos y no en todo momento, como saben las personas con sobrepeso que me están leyendo, que la urgencia por comer en exceso es insaciable y luego te sientes mal por haber comido mucho y lo resuelves volviendo a hacerlo. 

Si queremos comenzar a superar nuestro serio problema económico, por ahí podemos empezar. Gastamos sobre $1,500 millones anuales en la guerra contra las drogas. Entre las cárceles, la Policía y los tribunales se nos van nuestros recursos para pelear una guerra perdida. Ese dinero bien pudiera ir para dar tratamiento e incentivar la producción y el empleo de quienes delinquen por sus nexos con ese mundo, que entran al mismo para buscarse el peso que de otras formas les llega mermado. No sigamos pretendiendo resultados diferentes haciendo lo mismo de siempre. 

*Nota: Gran parte de la columna se basa en el libro “Chasing the Scream”, de Johann Hari y su trabajo investigativo y tras la lectura de muchas de las referencias incluidas en el mismo.