Bill Gates no hizo un bachillerato y es el hombre más rico del mundo. Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, es billonario y no terminó la universidad. Michael Dell igual. Amancio Ortega, el español fundador de la tienda de ropa ZARA, tiene $60,000 millones en su riqueza y empezó a hacer billetes de chamaquito, confeccionando camisetas. El prócer Eugenio María de Hostos tampoco era un estudiante académicamente aventajado. 

La lista de personas que han sido exitosas sin ir a la universidad o estudiar algo técnico es enorme. Casi siempre gente bien brillante y aceptada en universidades prestigiosas, pero que por razones de la vida no prosiguieron estudios formales. Si estas personas han logrado tanto sin un título universitario, ¿vale la pena estudiar? 

Los números en Puerto Rico son bien duros. Actualmente hay 149,000 personas desempleadas en la Isla, o sea, gente que busca empleo y no lo encuentra. Más alarmante que eso es que tenemos solo 990,000 personas trabajando, de las 3.5 millones que viven aquí. Esos 990,000 que sí trabajan se dividen entre personas: 

- Con grado universitario, 51.2%
- Con algo de universidad sin terminar el grado, 9.8%
- Con diploma de escuela superior, 30%
- Con uno o dos grados de escuela superior, 2.1%
- Con escuela intermedia, 3.8%
- Con escuela elemental, 1.9%

El grupo trabajador (personas empleadas o que buscan empleo) es de 1.14 millones, es decir, 44,000 personas menos que el año pasado. La tasa de participación está en su peor momento con 39.6%, disminuyendo de 41% hace un año. La tasa de desempleo es de 13.1%, bajando de 13.9% el año pasado a la misma fecha. Todo esto implica que en Puerto Rico 1.14 millones de personas trabajan o buscan empleo, mientras que 1.73 millones en edad productiva no lo hacen. Sesenta de cada 100 en edad productiva ni trabajan formalmente ni buscan empleo.  

Hay otra estadística importante para la clase trabajadora. Es la tasa de “subempleo”, la cual es de 18.4%. Esta tasa es la que mide las personas que están mejor preparadas que en lo que están laborando o trabajan a menor jornada que su potencial. Este indicador está en su peor momento en la historia. 

En fin, el escenario no es bonito. No te voy a mentir. Ahora, si no tienes la enorme fortuna de tener la creatividad, el talento o el capital de Larry Ellison (otro billonario que no estudió) y quieres ser realista, las estadísticas demuestran que en efecto es mejor estudiar, mucho mejor. Según un estudio del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, una persona con bachillerato gana cerca de $1 millón más durante su vida que una persona que tiene cuarto año o menos. La persona que tiene un grado asociado también gana $230,000 más que una persona con menos que eso. 

Dentro de las personas que no tienen empleo, pero están en la búsqueda, a quienes mejorcito les va es a quienes tienen estudios. Del total de desempleados/as del País, el 24% tiene bachillerato, maestría o doctorado. Mientras quienes tienen escuela superior o menos o quienes no terminan el título técnico o universitario que comenzaron representan el otro 76%. Los datos son claros y aunque cada vez es más complicada nuestra Isla, todavía es mejor estudiar y tener preparación académica que no tenerla. Quizás el verdadero problema que tenemos es que no entendemos que tener el título no es lo único importante. Es que la universidad sea una experiencia de aprendizaje de verdad, que haya pasión por saber cosas nuevas, por crear un mundo interesante, divertido. Tenemos que hacer lo académico entretenido a la vez que nos metemos entre ceja y ceja que lo único que tendremos como país es esto. 

Boricua, es sencillo: hasta 1940 éramos probablemente el país más pobre de América. De repente hubo crecimiento económico basado en varias cosas que ya no están. El resto del mundo estaba en ruinas por la Guerra Mundial. La otra parte era comunista y Estados Unidos no hacía negocios con ellos. Otras naciones tenían gobiernos inestables, por lo que enviar inversión de tecnología costosa era muy arriesgado. Así que nuestro acceso único a Estados Unidos, con seguridad de inversión, tribunales federales y un sistema jurídico estable, junto a empleados/as diestros/as a bajo costo, atrajo a muchas empresas que repatriaban ganancias a Estados Unidos y vendían sus productos allá. 

Luego de eso se empezó a crear una clase laboral educada a bajo costo y llegó un enorme incentivo llamado Sección 901 y posteriormente se perfeccionó aún más para estas empresas foráneas con la Sección 936, que permitía repatriar a Estados Unidos ganancias sin pagar impuestos federales siempre que se crearan esas ganancias en Puerto Rico. Y boom… montones de empresas vinieron a Puerto Rico por tener algo único que en ningún otro lugar del mundo podían obtener. 

Puerto Rico tuvo algo que nadie más tuvo de los años 50 hasta el 2006 y eso fue lo que creó ese enorme crecimiento económico. Pero esos tiempos pasaron. Se acabaron, caput, bye-bye, sayonara, arrivederci. O sea, vivimos una mentira basada en una realidad temporal que cambiaría, pero nunca nos preparamos para el cambio. 

Se suponía que entonces hubiéramos creado una clase sumamente educada, científica, técnica, para que cuando se acabaran los incentivos federales y otros países tuvieran igual acceso a Estados Unidos, menos costos que nosotros, y mejores cosas que ofrecer, nosotros tuviéramos una gente tan y tan experta en investigación y desarrollo de productos nuevos, tecnología nueva, medicamentos nuevos, mecánica nueva, electricidad nueva, etc., que surgieran empresas locales y del exterior creando, trayendo negocios aquí que no necesitaran las ayudas de Washington. Pero eso no ocurrió. 

Puerto Rico nunca debió tener ese crecimiento económico que tuvo a base de incentivos de fuera, de empresas de fuera; se creó un embuste llamado Estado Libre Asociado, dependiente de que Estados Unidos nos diera mantengo corporativo y crearan incentivos de embuste que una vez los quitaran se acababa el crecimiento. 

Hoy pagamos las consecuencias de no prepararnos para el día en que esas ayudas se acabaran. Aquí estamos con nuestra mejor universidad (la UPR) en la posición 749 según el último QS Rating de universidades alrededor del mundo. Las privadas ni aparecen en la lista. 

Aun así, sin duda, los datos muestran que vale la pena estudiar. Para la inmensa mayoría (quienes no somos de apellido Gates o Zuckerberg) es la ruta de la educación formal académica la que nos queda. Pero valdrá aún más la pena cuando nuestras universidades, todas, tengan como meta estar en el “top 100” o al menos “top 200” del mundo. Entonces, tendremos desarrollo económico basado en nosotros mismos y en nuestra creatividad y crecimiento como pueblo, sin depender de que en Washington nos dé una ayudita. 

Como dijo Rahm Emmanuel, alcalde de Chicago y ex asesor principal de Barack Obama en la Casa Blanca: “No podemos esperar que el gobierno federal se ponga de acuerdo para darnos la mano, tenemos que hacerlo nosotros mismos”. Y si esa es la mentalidad del exjefe del gabinete del presidente de Estados Unidos y actual influyente alcalde de una ciudad dentro de un estado de Estados Unidos, imagínese nosotros. A trabajar boricua, a estudiar muchachos/as, a convertirnos en los mejores del mundo en lo único que puede representar desarrollo real para nuestra patria o seguiremos viendo cómo el resto de la gente nos pasa por el lado, como ya nos ha pasado en los últimos tres mundiales de baloncesto. Lo único que esta vez eres tú el que tiene la bola en tu cancha.