Decidí hoy abrirles el corazón y escribir más de lo que pienso que de la investigación que pude haber hecho sobre los diferentes sistemas judiciales del mundo. Espero que les guste.

Cuando era pequeño, al igual que muchos de mi barrio Jagual de San Lorenzo, quería ser pelotero. Admiraba a Iván Rodríguez, a Igor González, a Roberto Alomar, al gran pelotero y mejor ser humano Carlos Delgado, a los hermanos Molina (aunque Yadier juegue para los archienemigos de mis Cubs de Chicago). Sobre todo fui fanático de Andrew Dawson, Greg Maddux y de Sammy Sosa por jugar para mis Cachorros. Cuando se supo de todo lo que pasó con los esteroides y las hormonas que estaban inyectándose muchos en las Grandes Ligas (gracias a Dios no todos) mi decepción fue enorme. La ilusión se fue. Se acabó la inocencia.

Igual pasó con la lucha libre. Era tan fanático que le rogaba a mi madre que me llevara a ver al Invader. Ella siempre contestaba lo mismo: “Cuando me pegue porque no hay chavos”. De niño esas fueron mis primeras dos desilusiones. Les juro que aún recuerdo cuando me rompieron el corazón ambas cosas. Y es que saber que a veces los héroes hacen trampa y luego saber que los héroes tienden a ser fabricados le rompe la burbuja a cualquier joven con ambición e ilusión.

Al pasar del tiempo traté de ser pastor, pero como también cometo errores,  terminé siendo abogado. Llegué a la Escuela de Derecho en el 2007 con la misma ilusión que tuve antes. Pensaba que iba a poder hacer justicia, luchar por causas nobles y aportar grandes cosas para combatir la desigualdad social. Allí me recibió el maestro y profesor José Julián Álvarez González y el primer caso que pidió leer fue el de Marbury v. Madison. Y volvió la desilusión. En tu primera lectura te absorbe la verdad de que los tribunales no son la ruta para lo justo, aunque muchas veces lo hayan logrado.  Ocurren trampas, trucos y tretas al igual que en todo. De hecho, en muchas ocasiones los tribunales sirven para evitar que se vea la justicia ya sea dilatando casos, empobreciendo al indefenso y metiendo preso a quien en realidad es víctima de la desigualdad y la desintegración.

Sin embargo, contrario al juego de pelota o de la lucha libre, cuando un juez falla afecta generaciones. No es de poca monta el deber que tiene un juez o una jueza en su sala. Allí día a día se desarrollan o eliminan los derechos y se decide sobre la propiedad de pobres y ricos. Un juez que falla y manda a la cárcel a alguien indebidamente afecta a su familia inmediata, pero también a las generaciones futuras. Vaya y vea los estudios sobre el efecto en los hijos cuando uno de sus padres es un convicto o cuando alguien crece alrededor de ambientes delictivos. Igual ocurre cuando se le quita a la gente propiedad indebidamente, afectando así el legado económico de esa persona durante su vida y el porvenir de esa familia. No es cualquier cosa ser juez o jueza y tener esa responsabilidad. Ver lo liviano que se toma eso en la Isla no deja de sorprenderme, particularmente cuando todo el mundo se conoce y sabe la verdad de la incapacidad de mucha gente que se sienta en un estrado con esa toga.

Ahora, después del caso de corrupción del juez Manuel Acevedo Hernández, sabemos que el problema de fondo no es solo la incapacidad. Ese caso dejó prístino el asunto y es sorprenderte ver como nadie, absolutamente nadie, con el poder ha planteado hacer profundos cambios en el problema de fondo.

Esta es la sexta columna que escribo sobre este tema. Llevo desde el año 2006 hablando del problema de la corrupción judicial y del potencial de que casos como el del juez Acevedo sean más comunes de lo que pensamos y nada, absolutamente nada pasa. Obviamente no soy ni remotamente el primero en escribir de esto. Elías González Mathews escribió mucho antes su libro (que si lo tiene guárdelo, que parece andar censurado) “El Juicio de los jueces”. Habló allí de la corrupción judicial de forma verdaderamente impresionante. Habló del proceso político para escoger a los jueces, el proceso mediante el cua el gobernador y el Senado se encargan de poner a su gente. Nada pasó. El Lcdo. Antonio “Poty” Córdova, con sus luces y sombras, escribió “El Cartel de la Chardón”. Nada pasó.

En 1992 el gobernador Rafael Hernández Colón creó el Tribunal de Apelaciones pues Pedro Rosselló había prometido crearlo y el entonces gobernante quería robarle el tiro. Allí nombró a buenos populares, perdón, buenos jueces y juezas. Al Rosselló ganar las elecciones eliminó ese tribunal alegando que era un gasto innecesario pagarles a esos 15 jueces. Poco después creó el Tribunal de “Circuito” de Apelaciones usando el mismo nombre que usan en Estados Unidos para parecernos al sistema federal con 33 buenos penepés, perdón, jueces. Sila Calderón “reformó” ese tribunal de nuevo y lo subió a 39 jueces y así quedaron de nuevo los nombrados bajo el PPD en mayoría de los paneles de tres en los que se divide el ahora Tribunal de Apelaciones, quitando la palabrita “Circuito” para llamarnos distintos al sistema federal.

Así de politizado está el sistema de jueces, que incluso cuando los políticos pierden las elecciones los nombran a puestos en la Judicatura, dejando desnuda la Rama que determina tu futuro para siempre, usándola como un refugio para el partido. Así han llegado a la Judicatura ex candidatos del PPD como el ex juez Jaime Fuster Berlingeri o del PNP como Zaida “Cucusa” Hernández. Recuerden que cuando la Judicatura decide un caso se acabó para siempre el asunto, aunque decida mal. ¿Cómo es que no nos consterna la forma en que alguien adviene a tal poder?

En una ocasión le pedí a un respetado abogado una entrevista sobre el tema. Me dijo que no porque tenía un caso ante el Tribunal Supremo y no quería represalias. Es decir, los abogados saben que además del derecho hay muchas otras consideraciones que determinan el final de un caso. Ver que ahora que ha quedado en el refajo la Rama “Infalible” (no porque los jueces, que son los últimos, son infalibles, sino que son infalibles porque son los últimos, dijo el juez Jackson) no ha ocurrido un cambio, ni siquiera una vista pública para enmendar la Constitución y cambiar la forma en que muchos llegan a la Judicatura, es alarmante y crea otra desilusión.

Sí, hay otras formas de hacer esto. Puede haber una Judicatura por elección directa del pueblo; se puede escoger la Judicatura por una escuela judicial en la que aquel que obtenga mejores calificaciones en exámenes y paneles de oposición sea quien entre y ascienda en rango (opción que ya está propuesta desde hace ocho años por el representante José “Conny” Varela -PPD- y su homólogo Ángel Bulerín -PNP-, pero no se lleva ni a vistas públicas); puede ser escogida la Judicatura por sus pares abogados utilizando una lista de quiénes los demás entienden son personas peritas en el derecho y de ahí las fuerzas políticas escoger de entre los candidatos o candidatas recomendados. En fin, si queremos cambiar se puede cambiar.

Pero no se les mueve el pulso a estos políticos y el pueblo lo sigue permitiendo. Ni a Alejandro, ni a Rivera Schatz que nombró a cuanto pana y familiar tenía a la Judicatura,  ni a Bhatia, ni a Perelló, ni a Ricky Rosselló. No se les mueve nada aun cuando el caso del juez Acevedo no es el primero  porque el propio el ex legislador Jorge de Castro Font admitió que una jueza le pagó miles de dólares para que la renominaran. Y nada pasa.

En fin, si aun en momentos como este, tras las columnas, los libros, las publicaciones, los estudios, y la verdad vivida no hay ápice de movimiento para el cambio… pues solo queda otra desilusión.

Pero no quiero cerrar así. Creo que hay esperanza. Resulta que mami “se pegó” una vez. Yo, niño al fin, no sabía el valor del dinero. Se pegó con $400 y de tantas cosas que me prometió durante mi niñez que me iba a comprar “cuando se pegara” le recordé que había quedado en hacerme una cancha en el patio de la parcela donde vivíamos. Ella, que necesitaba ese dinero para otras cosas según años después supe, hizo el sacrificio (que aún me saca lágrimas) y entre el canasto y “la cancha” que me hicieron los vecinos ella gastó el dinero.

Así que, gente, no tengan esperanza en Alejandro, ni en Bhatia, ni en Rivera Schatz, ni en Ricky… no van a cambiar nada. Viven del continuismo.  Honra a tu padre y a tu madre, que a la larga es la única ilusión que de verdad vale la pena tener porque estos que nos “lideran” no la merecen. Con mis defectos y cualidades… ¡te amo doña Tere!