Cliente: ¿Y el señor?

Alexandra: Él se retiró

Cliente: ¿Viene más tarde?

Alexandra: No, que se retiró. Ya no está aquí

Cliente: ¿Y quién arregla los zapatos?

Alexandra: Yo.

Cliente ¿Y tú sabes?

Esta conversación, totalmente verdadera, es la que mejor define la reacción de los clientes -en su mayoría hombres- de la zapatería “Steps”, en la calle Paraná, sector El Cinco en Cupey, Río Piedras, cada vez que llegan a pedir un servicio y se encuentran con que la tienda cambió de dueño, pero sobre todo, cuando se enteran que la nueva dueña y zapatera, obviamente, es una joven mujer.

Alexandra Rivera Acosta, con el simple hecho de ser mujer, ya rompe los estereotipos del noble oficio, casi extinto. Los rayos dorados en su cabello y sus uñas pintadas tampoco cuadran en la imagen preconcebida de lo que debe ser un zapatero. Pero desde hace tres meses su faena diaria se cuadra entre zapatos, que buscan una nueva oportunidad, y herramientas dispuestas a ser usadas una y otra vez para conseguir esa “restauración”.

 La historia de Alexandra con los zapatos y su nuevo oficio no es una romántica.

No es la de una chica que creció viendo a su padre o abuelo arreglar zapatos y por eso se interesó, ni la de una mujer que siempre quiso dedicarse a esta labor.

Su encuentro con la zapatería fue más bien, como ella lo explica, cosa del destino.

 Después de seis años y medio trabajando como especialista de recursos humanos en la empresa privada, profesión para la que tiene un bachillerato del Recinto Universitario de Mayagüez (RUM) de la Universidad de Puerto Rico (UPR), llegó a un punto en el que se sintió “estancada”.

 “En lo mío ya había dado lo que iba a dar”, asegura antes de dar paso a contar la historia con su nuevo oficio.

 De calzado asegura, “no sabía nada, nada de zapatos. Sabía ponérmelos”. Esto no la detuvo y mucho menos la incapacitó para ver lo que catalogó como señales.

 Cuenta la joven empresaria que un día iba de camino al Tribunal de Fajardo y se dio cuenta de que uno de sus zapatos estaba despegado. Intentó conseguir una zapatería para arreglarlo antes de llegar a su cita, pero no tuvo éxito. Se fue con el zapato despegado y al salir emprendió de nuevo su búsqueda, por fin dio con uno en Luquillo. El nombre de la zapatería: Éxodo. He ahí su primera señal.

 “Busqué y busqué una zapatería y ahí me di cuenta de que hacía falta. De que ya estaba casi desaparecido. Cuando llegué a la zapatería en Luquillo, me bajé solo para preguntar y cuando vi el nombre me dije ‘Alexandra aquí está tu éxodo’”, recuerda.

Sin embargo, ahí quedó el tema.

Un mes después y luego de varios días de postergarlo llegó a la zapatería de don Eliseo León, quien le quedaba de camino a su trabajo. Esta vez necesitaba agrandar unos zapatos. Cuando llegó a la zapatería, don Eliseo le dijo que ese era su último día en la tienda, que ya se retiraba.

 Ella, que llevaba meses con la inquietud de quien necesita un cambio de dirección en su trabajo, le preguntó ¿qué haría con la tienda?

“La vendo si hay alguien interesado”, relató Alexandra sobre lo que contestó el zapatero.

Alexandra le pidió su número. Él le entregó una tarjeta que leía “Rush Shoe Repair”.

Aquí la segunda señal.

Esa misma tarde, Alexandra llamó a don Eliseo y le anunció que ella quería la tienda. Negoció para que él se quedará un tiempo más atendiendo el negocio y aquí lo más importante, que le enseñara a ejercer el oficio porque ella, no tenía ni idea de cómo se hacía.

Luego vinieron otras señales y, cuando ya estaba todo cuadrado y ella solo debatía sobre cuándo renunciar a su trabajo, llegó otro símbolo. Este le dejó saber que todo estaría bien, que había tomado la mejor decisión.

 “Ya estaba todo listo. Lo único que quedaba pendiente era cuándo dejar mi trabajo si en septiembre o diciembre. Entonces hablo un martes en mi compañía para dejarles saber que me iba y el jueves mi jefa me dice que le estaba haciendo un favor porque le acababan de decir que tenían que hacer unos ajustes de plazas y tenía que dejar ir a 13 empleados. Estoy segura de que yo no me iba, pero al irme, ella pudo retener en el empleo a otra persona”, cuenta la zapatera.

Con ese empujón desde el 1 de septiembre pasado, se dedica única y exclusivamente al negocio de la reparación de calzado.

En la tienda no está sola. La acompañan dos jóvenes que tampoco sabían nada de zapatería hasta que llegaron a “Steps”.

Una de ellas es Solimar Beníquez, alumna de la Escuela de Artes Plásticas. Solimar llevaba dos meses buscando trabajo y no aparecía nada, hasta el día que contestó un anuncio clasificado en el que buscaban zapateros o personas interesadas en aprender el oficio.

 “Lo vi como una gran oportunidad. Desde un principio pensé que ser zapatero es un oficio bien noble”, cuenta la chica de 22 años, quien nunca había llevado un par de zapatos a reparar.

A Solimar, al igual que a Alexandra, también le ha cambiado la vida, pero sobre todo su manera de ver los zapatos.

“Ya no veo los zapatos igual que antes. Ya no tengo los mismos ojos. Me tenía que comprar unos zapatos de salir y me tardé como un mes. Ahora sé su debilidad y escojo zapatos que pueda arreglar o que me vayan a durar más”, relató Solimar con una gran sonrisa.

En el inicio de la aventura, lo más que le ha gustado a Alexandra es haber pasado de no saber nada en el arte de la reparación de zapatos a dominar el tema. A dominar… porque como ellas aseguran cada zapato, como cada pieza de arte, “es diferente y tiene sus características individuales”, por lo que cada día aprenden algo diferente.

“Don Eliseo me decía que a pesar de toda la experiencia que tenía como zapatero (15 años), cada zapato era como conocer a una persona nueva. Cada uno tiene su condición”, dijo Solimar, quien entrenó intensivamente con el zapatero.

A sus 30 años y tres meses de estrenada como zapatera, Alexandra se siente feliz, plena.

 “Todas esas señales conspiraron. Tomé la decisión correcta. Estoy en paz”, puntualiza la joven empresaria, quien no se cansó de agradecer el apoyo recibido por sus progenitores para emprender esta nueva etapa profesional.