Ciales. Carmen Bonilla estaba sentada frente a una gran cubeta de metal llena de agua con jabón. Restregaba la ropa sobre una tabla de madera y la sacudía. Repetía una y otra vez el ritual hasta que quedara satisfecha. 

Estaba bajo el sol, cansada y un poquito desesperada por la situación que atravesaba ella, su familia y el país. Intentaba resolver como mejor podía. Allí, en los chorros (manantiales) que salen de las montañas en la carretera PR-149 había agua en abundancia. Decenas hacían turnos para llenar sus envases, bañarse o hacer otras tareas como la que hacía Bonilla lavando la ropa de ella y su familia. 

“Traje toda la ropa sucia. Tenía el canasto lleno y encontré este rinconcito para lavarla”, dijo la mujer de 49 años mientras sacaba una sonrisa cansada. Había cierta satisfacción puesto que le faltaban solo las toallas y los mahones. 

Pero detrás de su historia había sinsabores adicionales al azote del huracán María. Explicó que días previos al ciclón compró un generador eléctrico. Al cabo de unos días de uso se lo robaron. 

“Es horrible. Todo es un caos. Para los niños es peor porque se inquietan porque no encuentran forma en qué entretenerse”, sostuvo Bonilla, residente en Vega Baja.

Y cada día que pasa es peor. Gabriela Díaz, de 27 años, dijo que ya la comida comenzaba a escasear en la casa. Los abastos, sin embargo, se comparten entre la familia y los vecinos, lo que les da cierta seguridad. “Compartimos todo como en familia”, dijo Díaz. 

El “chorro” además de alivio, en ocasiones parecía proveer algo de alegría para algunos. Virgen Mejías Rodríguez, vecina de Manatí, estaba empapada de agua. Su amiga, que no se quiso identificar, aprovechaba cualquier momento en que no se estuvieran llenando envases para colocarse debajo del frío “chorro” y bañarse. Era como un ritual en agradecimiento por estar en contacto con el agua que tanta falta hace en algunos rincones del país. 

“Esta agua yo la uso para todo, para cocinar, para beber… Esto está todo el día lleno. Con o sin gobierno nos vamos a recuperar”, dijo Mejías Rodríguez, quien por momentos parecía hasta bailar de una contentura que se mezclaba con un optimismo sin escapatoria.