Puerto Rico no puede volver a cometer el grave error de dejar de recopilar estadísticas sobre las enfermedades que padece su gente.

Esos datos son vitales para crear  estrategias claras, a corto y largo plazo, que permitan mejorar la calidad de vida de las personas. Así lo sentenció el epidemiólogo y ex secretario de Salud Johnny Rullán.

Cuando el galeno se estrenó como titular de la agencia en el 2000, se encontró con que el Registro de Cáncer no tenía datos desde hacía ocho años. Eso coincidió con la Reforma de Salud del entonces gobernador Pedro Rosselló, que incluyó la privatización de los CDT.

“Hasta el 2001, ese registro no vio data.  Se necesitaba la información y no la había”, declaró.

Se requirió de fondos extras, la contratación de expertos y muchísimas horas de trabajo para poder levantar los datos, contó Rullán.

“La gran lección que dejó la lucha por la salida de la Marina de Vieques en términos de salud es que el Registro de Cáncer no se puede caer”, aseguró.

Otra cosa que le preocupó a Rullán, además de la alta incidencia de diabetes, fue la gran cantidad de adolescentes embarazadas, así como la necesidad de apoyo psicológico para los niños afectados por los bombardeos.

“No había deportes organizados, nada, estaba  todo el mundo aburrido y las parejitas, pues,  haciendo bebés con todos los problemas que eso conlleva, y sigue siendo así”, destacó.  

 Por otra parte, Carmen Valencia, quien coordina que médicos den servicios voluntariamente en la isla municipio, dijo que han pasado 10 años de la salida de la Armada y su pueblo  continúa sin atención  médica digna.

Irónicamente, su esposo murió hace menos de un mes, alegadamente, por falta de un examen completo en la sala de emergencias viequense.

“No es justo   después de tanto que hemos pasado con la Marina. No  merecemos tener esa asistencia tan deficiente. Necesitamos servicios que valgan la pena”, expresó ahogada en llanto.

El designado secretario de Salud,  Francisco Joglar, reconoció que el estado actual del hospital es deficiente y lo sabe porque lo visitó a principios de abril. No obstante, anunció que ya se abrió una plaza nueva y está en trámite para reemplazar el personal que hace tiempo debió retirarse, pero –según dijo– son pocos los que están dispuestos a vivir en Vieques. Adelantó que  harán acuerdos con escuelas de medicina para que hagan sus prácticas  obligatorias en la Isla Nena y prometió nuevos exámenes de presencia de metales en la sangre.

“Vamos a hacer una nueva política pública como parte de remirar la salud en Vieques”, aseguró.

El remedio es peor que la enfermedad

Margarita Rivera García tiene una energía arrolladora. En unos cuantos  segundos te  presenta su perrita y los pajaritos que tiene en una  jaula en el balcón, te lleva ante una olla rebosante de carrucho cocinándose a fuego lento y te explica lo cerquitita que está de su casa la frontera con los terrenos que estaban controlados por la Marina en el sector Líbano, del barrio Santa María.

A primera vista no parece que un tumor  canceroso en el colon que llegó a crecer  siete centímetros la tuvo al borde de la muerte.

Luego que se lo descubrieron, se sometió a quimioterapia y radioterapia, además de la tortura de levantarse durante casi un mes a las 5:00 de la mañana para estar a las 6:30 en la terminal de lanchas,  llegar a Fajardo, y de ahí trasladarse al hospital y regresar a las 7:00 de la noche para montarse otra vez en la lancha y llegar a su pueblo.

Aunque su tumor se redujo, tuvieron que modificar los tratamientos porque los efectos secundarios hicieron  estragos en su cuerpo. Luego la operaron para removerle parte del intestino.

Como si fuera poco,  en el hospital de Vieques nunca la orientaron bien acerca de cómo cambiar la bolsa en la que iban sus desechos. 

Y ahora tampoco la pueden ayudar a tratar sus otras condiciones de salud como diabetes.

“Me da miedo el hospital de aquí... Mucha gente ha muerto ahí por negligencia. Muchas veces no hay ni un doctor”, aseguró indignada.

“Me veía como la gente en Hiroshima”


Isabel Leguillow se sienta en una elegante mecedora en el balcón de su casa donde la brisa corre y se escuchan las aves trinar.

Así, relajada, se sienta a contar cómo en el 2009 se encontró una masita en uno de sus pechos, cerca de la axila izquierda.

En tres días le confirmaron que se trataba de cáncer, con el agravante de que tenía unas “células virulentas” que logran engañar a la quimioterapia y no reaccionan.

Aun así se sometió a un agresivo tratamiento que hizo que no solo se le cayera el pelo, sino que también los dientes y las uñas.

“Me salieron unos puntitos marrones en las manos, como la gente en Hiroshima”, relató.

La mujer, a quien se le conoce como “Babey”, asegura que en su familia no hay historial de cáncer, nunca padeció de obesidad o tuvo mala alimentación, por lo que atribuye su condición a las prácticas militares de la Marina.

“Donde yo me crié, la verja era la colindancia con la base en (el barrio) El Destino. Como yo digo, alzaba la pata y ya estaba del lado de ellos”, indicó.

Sin embargo, lo que más le afecta es el recuerdo de los soldados tratando de entrar a su casa cuando ella tenía solo 12 años y se encontraba con su mamá y sus  hermanos.

“Eso yo lo tengo grabado en mi mente. Yo siento que allí fue donde estuve en más peligro que nunca, a los 12 años”, indicó.

Ahora, Babey se encuentra bajo monitoreo médico y se dedica a visitar y dar apoyo a otros viequenses con cáncer.

Una cercanía fatal a los contaminantes


Lidia Esther Carmona Cruz llora en silencio al recordar a su esposo, quien trabajó desde joven trasladando ganado en  los terrenos restringidos por la Marina en Vieques. Y cuando no había más remedio, hasta tomaba agua de los pozos del campamento militar de donde salían sapos.  

Hace siete años, al hombre le detectaron un cáncer en el hígado, que se traspasó a su páncreas. Como no se le podía operar, lo mandaron a su casa.

“Aquí me duró un mes”, dijo con voz entrecortada.

Casi todos los que componían la brigada de trabajo también han muerto de cáncer.

“Cuca”, como la conocen en el pueblo, vive en el barrio Santa María, a escasos metros de la frontera con los terrenos donde la Armada hacía sus prácticas bélicas, y su tragedia se duplica, ya que hace poco  ella también  fue diagnosticada con el terrible mal. Tuvieron que hacerle un raspe en uno de sus senos y se sometió a radioterapia.

Para ella, es obvio que tanta cercanía tuvo que haber influido.

“¡Si  de aquí se veía cuando tiraban las balas de noche, se iluminaba y, cuando tiraban las bombas, se veía cuando subía todo eso para arriba, todo  ese humo!”, afirmó.

Cuca relató que la pesadilla de las balas la persigue desde que vivía con su abuela en un área cercana y continuamente encontraban municiones enterradas en las calabazas del pequeño huerto casero.

“Estamos más tranquilos porque ya no oímos esos ruidos, pero  todavía hay mucha contaminación”, lamentó.

Puerto Rico no puede volver a cometer el grave error de dejar de recopilar estadísticas sobre las enfermedades que padece su gente.