“A mí me tiemblan las piernas cada vez que llegó aquí. No fue solamente mi negocio, mi ingreso primario, sino mi casa, que todavía no he podido llegar a vivirla”.

Ese sentimiento lo enfrenta a diario Harry Marrero al llegar al lago Dos Bocas, en Utuado, donde hace más de 50 años su padre estableció el restaurante Rancho Marina, del que el huracán María solo dejó despojos.

Poco a poco, el comerciante va limpiando el área, tarea que se le dificulta porque para poder llegar tiene que cruzar un río, y si llueve la situación se complica.

“En el momento en que está más alta el agua, que no puedo cruzar, tengo que regresar todo el camino que recorrí, irme por la PR-140 hacia Mameyes, cruzar tres fincas por un camino que está destruido, también con un precipicio, y entonces dar esa vuelta que me tomaría casi 40 minutos adicionales”, narró sobre la travesía para poder llegar hasta su negocio, donde también ubica el que fue su hogar.

Hasta allí llegó Primera Hora como único se puede acceder, en un vehículo cuatro por cuatro, “porque el camino es bien peligroso”.

Aun así, Marrero se arriesga “por la necesidad, y sí, he pasado sustos”, confesó.

El restaurante Rancho Marina lo estableció su padre hace exactamente 54 años y tras su muerte, Marrero se hizo cargo, hace 16 años, junto a su esposa Vivian Lopattegui.

“Lo que nos costó 16 años se fue en 16 horas. Esto es muy fuerte, no es fácil. Yo creo que la emergencia, básicamente, se fue pero se ha quedado la nostalgia y esto era lo que nosotros hacíamos todos los días, se quedó la realidad”, dijo apesadumbrado.

Precisamente, en el lago Dos Bocas ubicaban otros cuatro restaurantes. Solo uno logró abrir pese a los inconvenientes que incluye la destrucción del embarcadero.

“Aunque usted no lo crea, es una afección mental llegar a un sitio destruido y tratar de verlo como estaba antes. Es difícil”, aceptó.

Hasta este lugar paradisíaco llegaban los fines de semanas decenas de personas de toda la isla, artistas, comerciantes, así como turistas locales e internacionales.

Contiguo al lago, una amplia terraza -que ahora no existe- le daba la bienvenida a los comensales que se deleitaban con la sabrosa comida que Marrero mismo preparaba.

Sin embargo, ese mismo lago que anegó bajo las aguas todo lo que encontró a su paso el pasado 20 de septiembre, luce ahora tranquilo, apacible, y un árbol se eleva firme como muestra de que siempre es posible levantarse.

“Hay gente que no tiene a lo mejor la capacidad de sobrellevar eso; hay otros que a lo mejor dentro de la debilidad somos un poquito más fuertes. Entonces la edad que uno tiene, 56 años, todavía me queda juventud y salud, gracias a Dios, pero no es fácil…”, sostuvo.

Marrero se estremece al recordar el instante en que al día siguiente -luego del azote del huracán- vio desde la otra orilla cómo quedó su querido rancho y su hogar.

Salió del pueblo de Utuado a las 11:00 a.m., cuando “todavía no se había limpiado nada. Cogí mi mochilita, mi agua, mis galletitas y el machete, yéndome por todos los sitios”.

Después de cruzar el barrio Sabana Grande, “pasar todas las casas y todos los caminos que se habían derrumbado… llego al barrio Don Alonso y veo mi propiedad completamente sumergida en el agua y dije: ‘wow’. Traté de sacar mi teléfono, pero el temblequeo era tanto que dije: ‘se me va a caer, mejor guardo esa foto en mi mente y así se lo explicaré a mi esposa’”, recordó al decir que en Utuado, el día del ciclón “las montañas vomitaron agua”.

El regreso hasta el pueblo fue más penoso. Ya conocía la realidad. Llegó a las 6:30 p.m., donde por ocho meses fue acogido junto a su esposa por una familia.

Marrero tenía 12 empleados. Hoy la mayoría están en otros negocios y algunos se fueron independientes.

Aceptó que casi a diario la gente le pregunta cuándo reabrirá.

“Hay presión del público; nos llaman todas las semanas a hacer reservaciones y lamento decirles que no hemos abierto todavía. Esto no es fácil. Si esto se hubiese inundado dos pies, pues está bien, pero el agua llegó al techo”, dijo mientras mostraba hasta dónde se inundó en la cocina.

Fue en este espacio que Marrero suspiró al no poder ocultar los sentimientos que alberga ante tanta destrucción.

Precisamente, un mes antes del huracán había remplazado todo, incluyendo la nevera, a un costo de $16,000.

“Usted me vio entrar a la cocina; ese mismo sentimiento lo tengo todo el tiempo…”, confesó al estimar las pérdidas, incluyendo su casa, en $140,000.

Ya los alrededores del pedazo de terreno se ven más limpios, incluyendo los accesos.

“Pero tenemos el problema de que tengo que cruzar el río para traer todos esos materiales”, dijo al reconocer que se le hace cuesta arriba buscar gente para trabajar, porque están ocupadas en otras construcciones y los materiales que pide se tardan meses en llegar.

Por tanto, Marrero le solicitó al alcalde de Utuado, Ernesto Irizarry, que deposite algún material en el cauce del río para poder pasar hasta su negocio.

También las constantes lluvias debilitan los caminos.

“Vengo todos los días, poco a poco, porque estoy solo con mi esposa, a seguir cortando árboles, limpiando, haciendo todo lo que hay que hacer hasta que podamos empezar a traer los materiales para construir”, dijo.

¿Ha recibido mucha ayuda?

“Hemos solicitado desde el mes después del huracán todas las ayudas. Los seguros ya saben cuál es la historia; los préstamos están en la misma situación, dilatándose todo lo que ellos pueden dilatarlo. Y eso nos atrasa toda esta reforma y todo este trabajo que estamos haciendo”, comentó al mencionar que del seguro le hicieron un primer pago.

En el caso de su residencia, que perdió el techo, dañándose lo que estaba en su interior, el personal de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, en inglés) le dijo al matrimonio que no se podían quedar allí. La ayuda total que le llegó fue de $122.77.

Ahora viven alquilados bajo el programa Path Stone.

¿Cómo se mantienen?

“He tenido que vender ciertas cosas, equipos que yo tenía que se salvaron los tuve que vender para obtener dinero y con los ahorros que teníamos, que estamos ahí -como se dice- tratando de que no se gasten por completo”.

Sin embargo, Marrero sabe que están en el proceso de levantarse. “Yo diría que a principios del año que viene podríamos abrir…”, adelantó.

Mientras, el utuadeño sigue “tratando de ver esa luz al final del túnel. Estamos ahí, casi lográndolo. Yo sé que está del otro lado, lo que pasa es que hay que llegar”, sentenció.

Estamos seguros que llegará.