El vegabajeño, quien ha dedicado 30 años de su vida a la cacería, se identificó con el cazador de Arecibo desaparecido en la Mona, Antonio Carrión Mercado, al rememorar las dos noches en las que él estuvo perdido en los montes y peligrosos acantilados de la deshabitada reserva natural.

“Como yo pasé por eso, sé que ese hombre tiene que estar sufriendo. Aunque fue hace años, cada vez que hablo de eso se me salen hasta las lágrimas. Fue una experiencia terrible que uno nunca puede olvidar. Ahí es que uno dice que Dios existe”, expresó en entrevista con Primera Hora.

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El día que Luis se perdió en la Mona no estaba solo. Lo acompañaba un joven ayudante.

“Habíamos cazado par de cabros, veníamos de regreso hablando y cuando me doy cuenta, estábamos en otro sitio por el que no habíamos pasado. Ya había pasado como una hora cuando me doy cuenta que estábamos perdidos”, relató el cazador aficionado y hojalatero de profesión, ya retirado.

Contó que lo primero que hizo fue tratar de orientarse, pero el lugar era espeso.

“Apenas se veía y tuvimos que seguir caminando, tratando de buscar un sitio alto para orientarnos hacia la costa. Ya casi estábamos sin agua y llegó el momento en que se nos acabó”, recordó.

“Me desesperé un poco, pues ya estábamos casi deshidratados y en un momento, dando vueltas, miro a lo lejos y logré ver un pedacito de la costa. Entonces dije: 'ahí ya yo sé para dónde podemos caminar'”, narró Luis.

Sostuvo que como era un sitio alto, le pidió al joven que bajara y buscara ayuda. Narró que el muchacho caminó por otra vía y cuando lo fueron a buscar a él no lo encontraron. Sólo le quedaban cinco cartuchos y le había dicho a su acompañante que al oscurecer, cuando se supone que ya no hubiera nadie en el monte, dispararía para que supieran dónde estaba.

“Yo disparé y ellos dispararon también. Oía los disparos de ellos hasta que se me acabaron todos los cartuchos. Ya era de noche, estaba deshidratado y no tenía ni fuerzas. En la garganta lo que sentía era como arena”, detalló.

Optó entonces por seguir caminando. Se echó encima el bulto con la escopeta y tuvo que dejar los cabros que había cazado porque pesaban mucho.

“Usaba la escopeta de bastón y tenía una linterna, pero se le agotaron las baterías”, dijo para agregar que caminó un trecho, pero no veía y su temor era caer “en uno de los rotos (acantilados) y que me matara”, por lo que decidió esperar a que amaneciera.

“Pensé que ese era mi último día y me encomendé al Señor. Pensé en mi familia, en que tal vez no los volvería a ver… Entonces dije: ‘déjame hacer el último intento’ y casi sin fuerzas, me trepé en un árbol. Tres veces me caí porque el palo era de almácigo y resbalaba, hasta que logré engancharme en una horqueta y empecé a gritar”, recordó.

Cuando bajaba del árbol alcanzó a ver una mata como una especie de piña que estaba llena de agua. 

“La hoja estaba como brown y me la bebí dando gracias a Dios y diciendo : 'ya no me muero'. Me volteo y cuando miro a mi alrededor, el sitio estaba lleno de esas matitas. Ahí como que me recuperé, busqué un claro, me recosté en el piso y me quedé dormido. Recuerdo que hacía mucho frío”, relató Luis, quien al amanecer se sentía reanimado, cogió de nuevo el bulto y la escopeta.

“Cogí las cositas y seguí caminando hasta que por fin logré salir al camino. Ahí me tiré en el piso a llorar… después que me recuperé un poco vi a alguien de lejos y pegué a hacerle señas con las manos. Eran los mismos compañeros míos que me buscaban”, añadió con voz quebrada.

¿Por qué visitantes y hasta cazadores experimentados se pierden en Mona?

“Ahí se pierde cualquiera, por más experiencia que tenga, tiene que tener cuidado. Allí toda la flora se parece. Si miras para la izquierda y si miras para la derecha, todo es igual. Se desorienta uno en un momento. Caminas un minuto y si no estás pendiente, no sabes dónde estás”, dijo. Ha ido una treintena de veces a Mona.

Sin embargo, a pesar del riesgo Luis se describió como un enamorado de la Amoná, como la llamaban los taínos.

“Siempre me ha gustado la caza. De muchacho me pasaba con flechas tirándole a los pichones en mi barrio y de esa isla me enamoré desde que fui la primera vez. Yo voy allá cace o no cace porque es que me gusta”, afirmó el cazador.

Le gusta tanto el islote que en 2015, fue operado de corazón abierto y poco después se fue para la reserva natural.

Este año no pudo ir, pues apenas hace unas semanas que llegó la luz en su casa en el barrio Pugnado en Vega Baja, pero está preparando el viaje para enero de 2019.

Destacó que en la Mona, como la llama la gente, es muy importante la hidratación por las altas temperaturas que se registran en el cayo, que sobrepasan los 90 grados.

“He ido en épocas en que aquí llueve y allí hace un sol que quema. También hay que tener mucho cuidado con los acantilados. Son bien peligrosos. Si alguien resbala por ahí no lo encuentran”, sostuvo. 

Incluso dijo que hasta en los viajes es peligroso porque el mar se pone bravo.

Narró que cuando le contó la historia a su esposa Luisa Rodríguez y a su familia “no querían dejarme volver”; es padre de cuatro hijos y abuelo de cinco nietos.

“Mi mamá que tiene 90 años, a veces me regaña, pero le digo que cuando uno se va a morir, se muere comoquiera”, dijo.

¿Qué hace inolvidable su experiencia?

“Uno piensa: ‘me llegó el momento’, pide por su familia y le pide perdón a Dios por todos los pecados. Yo llegué hasta ese momento, pero no me rendí y seguí tratando de buscar la manera de salvarme”.