A Pedro Santiago Martínez, de 42 años y de Santa Isabel, le brillan los ojos cuando habla de sus Tres Reyes Magos, de 6 pies y 7 pulgadas de alto.

El confinado tardó tres meses en terminar las tallas -cada una pesa 300 libras- y hacer su sueño realidad.

Él es uno de los 250 reos que no tiene algo que envidiarle a los artesanos en la libre comunidad y quien está certificado bajo el Programa de Desarrollo Artesanal (PDA) de la Compañía de Fomento Industrial (CFI).

 De paso, los presos aportan a la economía y ayudan a sus familias mientras se rehabilitan. 

“Me dijo: ‘sabes que te vas a cortar’. Me di mil tajos en las manos, pero hoy día puedo mirar mis piezas y puedo ir a cualquier feria artesanal -porque los llevé a Juana Díaz el 6 de enero pasado- y cuando aquellos artesanos veían los reyes ya no me llamaban artesano, me llamaban artista”, dijo Santiago Martínez mientras habla de sus inicios con un maestro tallador. 

Esa sensación de libertad y de sentirse útiles de los presos mantiene emocionados al director ejecutivo de la CFI, Manuel Laboy, y al secretario de Corrección y Rehabilitación, Erik Rolón.

Primera Hora visitó el Instituto Educativo Correccional, en el complejo correccional en Bayamón, donde los reclusos dan rienda suelta a su imaginación y hacen Quijotes, pilones, mesas, cruces, pájaros y bolígrafos en madera, barro y otros materiales. 

En el 1977 que se estableció el programa de artesanos y desde el 1999, Corrección se unió.

Laboy opinó que en todo esto hay un elemento de rehabilitación que involucra a los confinados con el empresarismo.

Con una inversión de más de $200,000, la CFI certifica a artesanos en todo el País.

Hace varias semanas se aprobó un aumento en incentivos de $216,000 a $246,000 al PDA, indicó Laboy.

De los 20,570 artesanos registrados en la Isla, 14,000 están activos.

“A ellos se les provee el servicio de certificación y adiestramiento. En el 2018, tenemos 28 confinados certificados en comparación con el 2017, que eran 16. Lo bueno de esto es que, además de proveerle un ingreso, le da una oportunidad para que cuando salgan a la libre comunidad puedan ganarse la vida de una manera digna”, indicó Laboy.

Una vez fuera, el tallador puede “recibir los incentivos del Programa que le da hasta $1,000 para maquinaria, equipo y materia prima, y hasta $2,000 para montar el taller”.

Por el momento, la población penal artesana puede vender sus artesanías en ferias y exposiciones.

Rolón mencionó que el PDA es autosustentable y que el reo, con lo que gana, compra materiales para seguir trabajando.

“Ya ellos tienen su talento, eso no se los quita nadie, pero está de nuestro lado darle las oportunidades para que ellos puedan desarrollarse de igual manera que una persona en la libre comunidad”, comentó.

El jefe del DCR aceptó que no hay méritos en dejar a los reos entre cuatro paredes, por eso la importancia de que los que puedan salir con seguridad mínima lo hagan, y una vez sean libres sepan “qué hacer para mantener su licencia al día, dónde se celebran las ferias de artesanías y en qué época del año”.

Otro que se siente completo con el esfuerzo y dedicación que ha puesto en aprender es el preso Ramón Rodríguez Clausell, que explicó que un 25% de las ganancias va al DCR por servicios prestados, como la búsqueda de madera. 

“Hemos aprendido a administrar el dinero para comprar más equipos, herramientas, materiales y el resto se lo envíamos a nuestros familiares. Y ha sido una ayuda excelentísima para echar hacia adelante a los hijos”, dijo el confinado humacaeño, de 44 años.

“Comencé en el taller de Guayama y cuando me dieron el cambio de custodia a mínima yo no sabía ni clavar un clavo. La supervisora social me dice: ‘¿para que tú vas para el taller?’ Y yo le dije: ‘si me das la oportunidad voy a aprender todo lo que pueda y en cuestión de tres meses ya tenía la capacidad de hacer de todo’”, indicó Rodríguez Clausell, quien al ir a la libre comunidad aprovecha el talento de otros confinados y de los artistas para “absorber la técnica” de ellos y usarlas en sus trabajos de madera y barro.

“Cuando empecé con el barro escultural, nunca imaginé que tuviese el talento para crear la cara de un Quijote. Hoy en día el gobernador (Ricardo Rosselló) tiene un Quijote hecho por mis manos, y eso jamás en mi mente hubiese pensado que lo iba a lograr”, dijo Rodríguez Clausell.

“Valió la pena el esfuerzo”, confesó Santiago Martínez, quien destacó que “la talla me ha servido como un refugio”, y que aprendió a canalizar el coraje y el rencor “que por muchos años me desquitaba con otras personas”.