Isabela. Entre los residentes del sector Poncito en el barrio Llanadas de este pueblo hay una mezcla de sentimientos con relación a los desalojos por el posible colapso en la represa del lago Guajataca. Hay nerviosismo y alivio, pero más que todo: malestar.

Una fisura en esta represa ha sido uno de los principales temas discutidos, tras el paso del huracán María por la Isla hace más de una semana. 

El día después de este evento atmosférico, todas las familias que residen cerca del lago fueron, prácticamente, obligadas a salir del área ante la posibilidad de que la represa colapsara y el agua arropara a estas comunidades. La mayoría de las familias salieron a toda prisa ante el temor de una tragedia y se refugiaron con familiares o en las escuelas que fueron habilitadas en los pueblos de Quebradillas, Isabela y San Sebastián.

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Tan reciente como ayer, sábado volvió a relucir información de parte del gobierno estatal de que las familias tenían que desalojar nuevamente el área ante la advertencia de inundaciones repentinas para Quebradillas e Isabela.

Toda esta situación, dijeron los entrevistados, ha provocado ansiedad y molestia entre los ciudadanos de este sector.

“El sábado escuché esa información por la radio y me sorprendió porque aquí nadie ha venido a decirnos que tenemos que desalojar nuevamente el área. Hay mucha confusión. El gobierno central dice una cosa, y los alcaldes de Isabela y de Quebradillas dicen otra”, expresó ayer el isabelino Rolando Muñiz, de 46 años, mientras montaba una carpa en su residencia.

“El día después del huracán, la gente de la Defensa Civil vino diciendo que nos teníamos que ir porque la represa se iba a romper, y lo que se creó fue pánico. La gente salía corriendo como loca sin llevarse nada. Otros podían llevarse un poco de ropa. Yo me fui ese día por la preocupación de mis hijos, pero es muy difícil que el agua llegue aquí. Al otro día regresé a mi casa”, dijo. “Creo que fue una medida muy exagerada. No hubo nada de coordinación. Aquí, ha faltado la comunicación”, manifestó Muñiz al señalar que pocas familias de la comunidad aún permanecen refugiadas en el casco urbano. “Si allá le dan comida y agua, y lo tienen todo… claro que no van a venir”.

Su vecino Jorge Rivera, de 53 años, ignoró las directrices del municipio y permaneció en su residencia. “Me quedé aquí durmiendo. Fue demasiado de exagerado. Aquí no va a pasar nada. Lo que hice fue sacar el machete para ver si alguien venía a robar”, dijo Rivera, al tiempo que Muñiz agregó que no hubo patrullaje de la Policía en la vecindad en esos días.

Más abajo en la misma calle de esta comunidad, doña María Aguilar lavaba a mano una ropa en el balcón de su residencia sin esconder el nerviosismo por todo lo vivido en la última semana, a la vez que lucía desinformada. “Estoy bien asustada”, confesó Aguilar. “No sé qué va a pasar. ¿Crees que aún estamos en peligro? La gente dice tantas cosas que no sé a quién creerle”.

Aguilar retornó el viernes a su residencia luego de refugiarse una semana en casa de unas amitades. “Me vine porque uno extraña lo de uno y porque tenía que venir a limpiar. La casa se inundó. Todo esto es muy horrible; desesperante”, admitió Aguilar.

Mientras, José Cruz y su hijo Jameson Cruz también criticaron en la manera que el gobierno central y municipal manejaron los desalojos. “Fue algo innecesario”, dijo José, cuya residencia de madera y zinc se vio afectada. “Aquí, no va a llegar el agua si se rompe la represa. Todo ese corre y corre lo que hizo fue afectar a uno emocionalmente. Hasta se me trancó la espalda”, dijo José, al tiempo que Jameson subrayó que “todo el mundo se volvió loco y de los nervios, en mi caso, casi no podía dormir”.