Con la llegada de la Navidad, se talan millones de árboles de pino en países templados del planeta, que se cultivan con  propósitos comerciales, y aunque se cuenta con el aval de las autoridades, sectores ambientalistas señalan   que “un árbol natural cortado, es un árbol muerto”, generándose la polémica  de si se debe comprar un árbol natural o uno artificial.

Surgen propuestas conciliatorias  de sembrar su propio árbol y decorarlo durante las fiestas. Una iniciativa novedosa en algunos países, es la de rentar un árbol vivo sembrado en un tiesto y al finalizar la temporada navideña, lo entregan. 

En Puerto Rico, no estamos exentos de esta controversia. Ecologistas, planificadores ambientales e inclusive usuarios de las redes sociales opinan sobre este issue ambiental.

“Yo no fomento que la gente compre árboles naturales. Sí, está chévere el olor. Es muy rico y   bonito. A pesar de que es una industria que genera empleos y soy consciente  que en algunos lugares donde se cultivan esos árboles con interés comercial hay un manejo, o sea, siembra, cuidado, una altura apropiada para ser removida, para comercializarse… Mi teoría como arbolista es que los árboles tienen una función de remover del ambiente el bióxido de carbono (Co2), que  se almacena en la madera de los árboles, removiéndolo de la atmósfera. Esa función ayuda a reducir el efecto invernadero, que es lo que causa el calentamiento global en el planeta”, expuso Mirna Robles, arbolista  certificada y planificadora ambiental. 

“Al removerse el árbol, ese árbol muere y en el proceso de descomposición, se libera nuevamente ese Co2 en la atmósfera. La función principal de los bosques es de remover ese Co2. Si no lo removiera, el efecto invernadero sería mayor. ¿Por qué decimos que conservemos los bosques a nivel mundial? Porque si seguimos talando los bosques, el cambio climático sería mayor”, indicó la arbolista.

En el caso de los pinos navideños, dijo, mientras más compremos, más demanda generamos, promoviendo la utilización de terrenos para uso comercial. 

“No estamos ayudando al ambiente a nada, es pura economía. Primero, estamos adoptando una tradición que no es nuestra. Es anglosajona. En Puerto Rico, antes se decoraba, lo que conocemos como tintillo, un árbol natural, que se da mucho en Vieques. La gente decoraba ese árbol, pero con muchas espinas. (Se ríe). Nuestra tradición es de  decoración de muchos colores de los árboles del patio. Cogimos la costumbre de tener un árbol en la casa y el pesebre como tradición cristiana”, apuntó.

Roble señaló que, otro factor, es  la disposición de esos árboles, que muchos terminan en el vertedero. No todos son utilizados para composta.

La planificadora preferiría, en última instancia, los  árboles plásticos que se pueden usar por muchos años.

“Son muy bonitos. Se pueden decorar y tienen retardación  para fuego. Los árboles naturales ayudan a detener las correntías, a que el agua percole en los acuíferos donde tenemos aguas subterráneas. En última instancia, vienen los aromas a pino en velitas y aerosol”, comentó.

En iguales términos se expresó el arbolista y planificador ambiental Jorge Rivera, quien señaló que habría que plantearse si al cortar el árbol, está eliminando la capacidad de ese árbol de absorber y fijar el Co2 de la atmósfera. 

“A eso tiene que sumarle el combustible que se utiliza al cortar el árbol con una sierra de gasolina, el empaque en una malla, la energía del combustible, las emisiones que se producen para transportarlo en un  barco y el combustible que se utiliza para mantenerlo refrigerado en los vagones”, enumeró.

“En el caso de un árbol plástico, también se utiliza petróleo en la fabricación del material que está constituido (los químicos), la energía que se utiliza en su fabricación  y de igual manera, en su transporte a Puerto Rico. Habría que determinar, cuál es el largo de vida del árbol artificial: 10 a 15 años. Depende del cuidado que  se le de. El problema que acarrea es  su disposición final, que  uno no lo tiene con el natural, que se descompone  y sirve de abono “, recalcó.

Rivera mencionó también la tradición que había en Puerto Rico del  uso del tintillo espinoso.

“No tiene mucho follaje pero en tiempos de la colonial Española, se utilizaba mucho en los campos, como árbol de Navidad”, recordó.

El arbolista observó que en el caso de un árbol natural de Puerto Rico, la descomposición debe ser más acelerada,  por la cantidad de insectos, la  humedad y los hongos. En el caso del pino, aunque natural, debe ser más lento. “Ese árbol es bien resinoso”, acotó.

En México los alquilan 

Como muchos aseguran que “un árbol natural cortado, es un árbol muerto”, hay quienes buscan formas de evitar que esto siga ocurriendo y una de las propuestas, es alquilar el pino de Navidad, o sea, llevar a casa un árbol que tiene “v” de vuelta. El objetivo de alquilarlo, es evitar la deforestación y permitir que estos continúen con su ciclo natural.

Este es el caso de la empresa mexicana Siempre Verde, que cada diciembre lleva  árboles de diversos tipos a los domicilios del Distrito Federal y áreas cercanas, mostrando a los clientes la manera en que deben cuidar a su nuevo inquilino para que se mantenga en buenas condiciones y pueda ser llevado, después de las fiestas, de nuevo al bosque, para ser replantado sano y salvo.

“Debido a que nuestro país (México) es de los 20 en el mundo con mayores problemas de reforestación, esta organización, formada por personas que creen en que el cambio en la formación de conciencias puede aminorar la tala de árboles, busca cada año salvar miles de pinos de Navidad rentándolos en diferentes delegaciones de la Ciudad de México con diferentes precios y tipos”, se señala en la página web Sopita.com.

“Ellos se encargan de llevar el pino a su casa, de darle los nutrientes necesarios para que lo cuide, de recogerlo para llevarlo de nuevo a su hábitat y realizar la reforestación en los sitios protegidos. “El árbol seguirá vivo y para el año venidero volverá a dar alegría a otro hogar. Varias son las compañías que están uniéndose a esta forma de negocio sustentable”, se indica.

Teresa Canino colaboró en esta historia.